Septiembre es un mes de significativas efemérides en la historia de diferentes países. En el Perú se conmemora la captura del genocida Abimael Guzmán, en Chile se recuerda el golpe militar de Pinochet y en Estados Unidos se conmemoran los trágicos atentados contra las Torres Gemelas en Nueva York y el Pentágono en Washington D.C.
Hoy es casi un cliché condenar a “todas” las dictaduras partiendo del principio de que la democracia, el Estado republicano de derecho y las libertades personales son principios irrenunciables que en ninguna circunstancia deben dejarse de lado.
El problema con esta posición es que la supremacía democrática –por así llamarla– es la consecuencia de un proceso luego del cual las distintas facciones que conviven en una determinada sociedad, aceptan reglas de convivencia comunes.
La democracia deja de ser viable cuando una facción desconoce dichas reglas y pretende dominar a las otras. En ese momento, las condiciones que permiten la supremacía democrática se deterioran y, en algunas trágicas circunstancias, pueden desaparecer por completo.
Eso es lo que sucedió en Chile a raíz del gobierno de la Unidad Popular, presidido por Salvador Allende Gossens entre 1970 y 1973 que hoy se ensalza; y, con la dictadura del general Augusto Pinochet Ugarte, que hoy se condena.
Para entender lo que sucedió, primero debemos colocarnos en el ambiente de la época. Plena Guerra Fría, la mal llamada Revolución cubana despertaba adhesiones e inspiraba a los jóvenes de entonces a tomar el camino de las armas e imponer la dictadura absoluta del Partido Comunista local. Cuba era, además, el instrumento de la Unión Soviética en su deseo de propagar el comunismo en la región.
En este ambiente, el año 1970, se celebraron elecciones en Chile. La primera mayoría relativa la obtuvo Allende, seguido muy de cerca –39.000 votos de diferencia– por el señor Tomic, candidato de la Democracia Cristiana. En aquel entonces no existía la segunda vuelta y, ante la ausencia de una mayoría suficiente, la elección se trasladó al Congreso.
En estas circunstancias se produjo una negociación entre la Democracia Cristiana y Unidad Popular. La DC temía que si cerraban el paso a la UP, esta desataría un ola de violencia que haría ingobernable al país, optando entonces por un arreglo. Este consistió en la suscripción de un “Estatuto de Garantías Constitucionales” redactado representantes de la DC, el cual Allende firmó sin observaciones.
Lo que los líderes de la DC no comprendieron es que para un marxista no mentir es, como diría toscamente Bermejo, una pelotudez burguesa, irrelevante, si se interpone en la conquista del poder. El hecho es que Allende incumplió el dichoso estatuto y defendió haberlo firmado de forma cínica, señalando que “(…) en ese momento lo importante era tomar el gobierno”.
Una vez en el poder Allende implementó una política inflacionaria y de controles de precio desatando una terrible escasez. Al mismo tiempo promovió tomas de tierras e industrias y permitió el accionar de grupos guerrilleros. También equipó y armó paramilitares, buscando construir un sustento armado independiente de las FF.AA. y Carabineros (Policía) para su poder. El hecho es que para 1973 el deterioro era absoluto y no había posibilidad alguna de diálogo entre la UP y la DC, las principales fuerzas políticas del país. Chile estaba sumido en el más absoluto caos.
En ese contexto, en el mes de agosto de 1973, la Cámara de Diputados de Chile aprobó un “Acuerdo sobre el grave quebrantamiento del orden legal y constitucional de la República”, en el que prácticamente invitaba a que las Fuerzas Armadas y Carabineros depusieran al régimen, legitimando en la práctica el golpe que se preparaba, el cual se produjo 19 días después.
El hecho es que el golpe del 11 de setiembre de 1973 fue de una terrible violencia. La oposición no provino de facciones desafectas del ejército sino de los grupos paramilitares organizados por Allende, siendo necesarias varias semanas de enfrentamientos para someterlos. Allende rechazó la oferta de asilarse en un país de su elección y se suicidó con un fusil que le obsequió Fidel Castro, indiferente a las miles de muertes que los enfrentamientos subsecuentes ocasionaron.
Un dato final sobre el golpe fue el respaldo, en el caso del expresidente Frei circunspecto y en el de Alessandri entusiasta, al golpe militar, expresado mediante la presencia de ambos en el tradicional Te Deum que, como era habitual, se celebró el 18 de septiembre, una semana después del golpe.
Ese fue el contexto del golpe de Pinochet. Lo que ocurrió después es otra historia, pero es claro que todos los actores políticos democráticos en Chile coincidían en que no tenían medios para poner fin a la aventura totalitaria de Allende y que consideraban indispensable la intervención del Ejército.
Los hechos históricos deben juzgarse según las circunstancias del momento y no las del día de hoy. Que el lector forje su propia opinión.
Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú
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