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Jorge Pizzani y el abismo de sus personajes

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Por VÍCTOR GUÉDEZ

“El   infierno  de  los  vivos  no  es  algo  que  será (…)

Existe ya aquí (…) Dos maneras hay de no sufrirlo.

La  primera  es fácil  para muchos: aceptar el infierno

y  volverse  parte de él  hasta  el punto de no verlo más.

La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje

continuos: buscar y saber reconocer  quién y  qué, en

medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar y darle

espacio”

Italo Calvino

Al menos dos aspectos muestran la raigambre auténtica de un artista. Una es que se reinventa a sí mismo con cada nueva ejecución, y la otra es que sus obras proceden de una profunda interioridad en donde lo hondo de la subjetividad revive aquella aseveración de Rilke, según la cual hay que “dejar cumplirse todo desde lo oscuro, lo indecible, lo inconsciente, lo inaccesible al propio entendimiento (…) todo es gestar y luego parir”. Pues bien, estas son dos de las cualidades que han acompañado a Jorge Pizzani durante su ya extenso recorrido creativo, y por tal razón nos apoyamos en ellas para convertirlas en los rieles sobre los cuales deseamos desplazar esta aproximación.

Comencemos por esbozar como hipótesis que sus inquietudes estéticas se perfilan y consolidan durante su formación en el Instituto de Diseño Neumann, durante los inicios de la década de los setenta. Ahí, desde el punto de vista técnico, aceptó que la base dibujística es el fundamento que vertebra cualquier esfuerzo plástico, lo cual debe completarse con la captura estructural de las limitaciones que proporciona el espacio de un soporte y la emocionalidad que brota de las cualidades colorísticas que le sirven de apoyo. Pero lo interesante de su aprendizaje consistía en aceptar que estas pautas resolutivas de la ejecución debían estar sometidas al espíritu de tres requerimientos heurísticos, como son: el ver más allá de lo que se percibe como referente, el soltarse para explorar libremente las posibilidades de lo ilimitado y, finalmente, el desarrollo de una observación escrutadora y aguzada de todo lo que aparentemente resulte anodino. Las exigencias derivadas de estos patrones se confundieron y fusionaron desde un principio en todas sus búsquedas. Ellas han estado, implícita o explícitamente, en lo más grueso de unas proyecciones en donde la subjetivación y simbolización de sus figuras y paisajes han dejado en evidencia la importancia de la esencialidad de una estética y la consustancialidad de una preocupación por la condición humana

Aproximación temática

Prescindimos de mayores preámbulos para destacar que el hecho pictórico en Jorge Pizzani no se circunscribe a la exclusiva acción de pintar, sino que ese hecho pictórico cubre además el inicio, el durante y el final del proceso. Es más, incorpora igualmente el antes del principio y el después del final porque, para él, la pintura es un sustantivo consustanciado con su persona más que un adjetivo que se parcela en algún segmento de su tiempo. Tal es así esta fuerza que, cuando uno habla con Pizzani, siente que él nos está pintando con la mirada. Pintar para él es la dedicación consciente e inconsciente de un empeño que forma parte de su propia existencia. Por eso, el acto de pintar no comienza cuando tiene el lienzo por delante. Y lo interesante es que toda esta potencialidad lo lleva a pintar más lo invisible que lo visible, en tanto que sus formas y colores, así como sus atmósferas y umbrales, recogen energías y fuerzas que se transforman en cuerpos y referencias que, a su vez, son avalanchas y desagregaciones, desequilibrios y desbordamientos, gravitaciones e insurgencias.

Al hilo de lo expuesto, cabe recordar las ideas de “caos y germen” que expone Gilles Deleuze en su libro Pintura. El concepto de diagrama. Ahí se lee que caos es fundamentalmente abismo y que “una pintura que no comprende su propio abismo, que no comprende el abismo, que no pasa por un abismo, que no instaura sobre la tela un abismo, no es una pintura”. En síntesis, es desde el abismo desde donde sale algo, es decir, el germen de brotes y rebrotes que, en forma de extraños personajes, le ofrezcan voz a la más intrínseca expresividad del ser humano, y cuerpo a la más efervescente manifestación de su reacción, de su resistencia y de su vehemencia. En favor de la comprensión de esta apreciación, encontramos el aforismo de  Carl Jung: el que mira hacia afuera sueña y el que mira hacia adentro se despierta. Ciertamente, los seres de Pizzani aún están despiertos. Ellos van de adentro hacia afuera, pero ocasionalmente también hacen el recorrido al revés. Es desde adentro donde engendran las reciedumbres de rotación y gravitación.

Los matices que caracterizan las aseveraciones anteriores despejan el camino para sostener que las imágenes de Pizzani son transgresiones de la realidad, o más específicamente: transgresiones de la realidad del ser humano. Es así como éste se convierte en insurgencia, en desgarro, en grito, en eco, incluso, en resurrección. A partir del temperamento de sus imágenes, sus cuadros adquieren la condición de agudos y sensibles, así como de  impetuosos y luminosos, con lo cual producen repulsión y fascinación, al mismo tiempo. Estos efectos también se explican porque, en lugar de buscar temas para sus realizaciones, el artista se deja atrapar por sus emergencias inscritas en las profundidades de su subjetividad. En sus cuadros no hay temas porque los temas se describen, aluden y comunican, en cambio sus ejecuciones revelan, potencian y expresan. En la sustancia de estas posibilidades se inscribe la sentencia de Kandinsky: “El artista no será tanto el constructor de la obra como su desvelador”.

Llegados a este punto toca subrayar que no estamos ante una obra instalada en el terreno de una estética convencional. Las motivaciones aquí no atienden a las demandas de una equilibrada armonía, más bien se mueven en la idea de imágenes ansiosas e indómitas que obedecen a una figuración expresionista de arraigado carácter instintivo y de agudo sentimiento intuitivo. La idea de figuración se traiciona cuando se asume como duplicación referencial y el expresionismo se debilita cuando se adopta como efectismo. Y nada más alejado de Pizzani que estos dos sesgos. En su caso parece que prevalece como premisa aquella sentencia de Kierkegaard, según la cual: “Es preferible ser una concreción que signifique algo antes que una abstracción que signifique todo”. Es precisamente en el propósito de “significar algo” en donde calza la acepción generalizadora de su “figuración expresionista”. Más que pintar a alguien lo que busca Pizzani es enfatizar una condición humana que se puede asociar con una “denuncia”, con una “aspiración”, con un “reclamo”, con una “subversión, con un “desenfreno”, con una “agonía”, en fin… con el ejercicio de una naturaleza humana expandida como resonancia centrífuga. Podría hasta asociarse con la propia idea de Nietzsche de las fuerzas dionisíacas o del punto de manifestación del “superhombre”. No sería tampoco descartable relacionar sus imágenes con el aforismo de Carl Jung: “Somos la historia del autodesarrollo del inconsciente”. Sobre estos puntos volveremos más adelante, pero conviene asomarlo desde esta instancia de nuestro análisis.

Para hacer comprensible las explicaciones anteriores se impone recordar que Jorge Pizzani es un artista que carga sobre sus hombros a sus pinturas y que él mismo encarna su pintura. Por eso él vive con ellas, entre ellas, por ellas, para ellas y en ellas. Entre él y ellas opera una especie de embriaguez compartida en donde él grita a través de sus pinturas para que estas se alejen como un eco que, al final, termina por regresar para legitimar el propio punto de origen. Pero esto también procede en sentido contrario porque él, igualmente, se convierte en eco de sus pinturas. Esta idea la hemos intentado decir desde el principio, pero no resulta sencillo poder explicarlo. En este juego de reciprocidades, cabría sostener que el artista y sus obras promueven las sensaciones de ser “los advenimientos de los advenimientos” (para utilizar la expresión de Francesco Alberoni) o que, igualmente, simbolizan “las finalizaciones de las finalizaciones” (para hacer uso de  la exclamación de Zygmunt Bauman), con lo cual se legitima el espacio para preguntas como las siguientes: ¿dónde moran? ¿Desde dónde dejan constancia de sus intensidades? ¿Dónde instalan sus improntas? En fin, no resulta fácil atender estas cuestiones porque las posibles respuestas forman parte del enigma intrínseco a una obra que está muy alejada de lo anodino, de lo anecdótico, o de lo superficial. Aquí no estamos ante una propuesta predecible porque las presencias que se atrapan en sus cuadros son tan inciertas como crípticas.

Incursiones interpretativas

La aceleración de las descripciones planteadas y la diversidad de los argumentos desarrollados aconsejan un paréntesis de temple más analítico e interpretativo. En línea con este propósito es oportuno reseñar que las manifestaciones humanas en nuestros días han estado inscritas en muchas prácticas inhumanas. Basta pensar que lo más significativo del siglo XX fue el Holocausto e Hiroshima y que, ambas realidades parecen no haber sido asimiladas con la intensidad requerida. En casi dos décadas del siglo XXI seguimos observando excesos de alto riesgo. En efecto, se identifican nacionalismos que promueven acciones secesionistas, racismos que incentivan comportamientos xenófobos, fanatismos que se traducen en prácticas terroristas, y sectarismos que se convierten en totalitarismos. Estas realidades no solo proporcionan el contexto global sino nuestro propio entorno más inmediato. Es aquí donde vive Jorge Pizzani, donde se desenvuelve toda la trama de su pensamiento, y donde se despliega su obra. Pero lo interesante es que él no se encierra en la fatalidad dramática de Venezuela sino que alcanza una instancia de análisis más general y más enfocado en las demandas  universales de la condición humana. Desde esta perspectiva se entiende que su obra no se asfixia en la delimitación de un escenario local, ni se encierra en la especulación de una aproximación panfletaria, ni se refugia en la anécdota momentánea de una agresión, ni se encuadra en alusiones documentales. Su inquietud personal y su compromiso estético son de un calado más profundo. Es el drama humano, en su espectro más amplio y en su profundidad más honda lo que sacude a nuestro artista. Y, sin duda, esta exigencia es mucho más compleja y exigente que la que procede de recurrir al impacto oportunista que procede de un acontecimiento político propio de nuestra cercana realidad. A Pizzani le interesa más el drama humano que la circunstancia anecdótica de una agresión en particular.

La precisión que precede amplía la complejidad y hace más exigente la lectura de la obra que ahora nos ocupa, en tanto que no es el dato visual reconocible lo que convoca la percepción del espectador, sino que más bien se trata de alcanzar instancias  que se esconden en las apariencias de imágenes turbadas por manifestaciones enigmáticas en sus fisonomías y no ubicadas en una realidad reconocible. Para mitigar la intensidad de esta demanda  pretendemos establecer algunas pautas de interpretación. La primera nos conduce a identificar que una preocupación implícita del artista tiene que ver con la conciencia escindida del ser humano actual. Un punto de respaldo a esta hipótesis lo encontramos en los testimonios de dos pensadores emblemáticos del mundo intelectual. Uno es Octavio Paz, quien en su libro Por las sendas de la memoria, afirma: “Nuestro tiempo es el de la conciencia escindida y el de la conciencia de la escisión. Somos almas divididas en una sociedad dividida”. El otro respaldo lo identificamos en el libro de Claudio Magris Utopía  y desencanto, quien sostiene que: “El individuo está escindido y resignado a esa escisión”. Apoyados en estos coincidentes enfoques queremos proponer que la escisión, disociación, desdoblamiento o división dentro del ser humano y entre los seres humanos proporciona una pista interesante para interpretar la propuesta estética de Jorge Pizzani. Por eso, sus cuadros absorben y proyectan un explosivo vértigo en el cual los delirios y excesos sacuden la conciencia individual y conmueven la realidad colectiva del ser humano. En este marco, sus personajes se convierten en la acentuada representación de la disfunción centrífuga de sus capacidades.

En la onda de lo expuesto, resulta imposible dejar de aprovechar este rubro del análisis para agregar otro testimonio particularmente ilustrativo respecto a la cuestión de la escisión. Nos referimos a la explicación que ofrece Jorge Luis   Borges sobre el desdoblamiento personal entre el Borges que vive y el Borges que escribe. Dice textualmente: “Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas”, y a partir de este inicio describe luego la brecha entre ambas instancias al afirmar: “Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII (…) el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor”. Además de la naturaleza iluminativa de esta cita, ella resulta pertinente para acercarnos incluso al propio Jorge Pizzani, porque mientras más lo conocemos nos damos cuenta de las dos dimensiones que, en lugar de estar  disociadas, se conjugan en la singularidad del Pizzani pintor y del Pizzani persona. Nuestro artista para no vivenciar esa supuesta escisión de su personalidad, opta por transferir la división a los personajes que pinta. En ellos, incluso, esa escisión llega a alcanzar el drama del trauma existencial. Es precisamente en este punto donde se repotencian las energías resonantes y persuasivas de sus realizaciones.

Montados en el flujo de estos acercamientos interpretativos, conviene retomar un asunto que ya hemos asomado en líneas anteriores. Estamos pensando en la posible vinculación que podría haber entre los personajes de nuestro artista y el “superhombre” de Nietzsche. Sin duda, esta es una especulación que procede amparada en la flexibilidad que admite cualquier interpretación. Digamos que esta supuesta correspondencia se deriva de que el “superhombre” de Nietzsche no invoca a un individuo  de aptitudes superlativas o de capacidades potenciadas que se colocan por encima de las dotaciones de los seres humanos. Más bien, se trata de un “ultra-hombre” que simboliza la conquista de una nueva forma del “Yo”, entendido no como un ente compacto, unitario y autocontrolado, sino como alguien que está constituido por una “anarquía de átomos” que expande toda la multiplicidad de sus núcleos psíquicos y todas las pulsiones de sus posibilidades expresivas. Se trata, en síntesis, de alguien que ejerce la expansión de las respuestas centrífugas de su personalidad y que, en consecuencia, se libera de todo lo que se  reduce a las rígidas corazas de la conciencia y de la individualidad. En cierto sentido, es la celebración de la liberación de patrones que cercan el desbordamiento explosivo de sus energías. En ocasiones, y en muchas de las obras de Pizzani, la sensación de esta liberación opera como manifestación de ruptura pero también como reflejo de reacción ante la represión que también opera desde afuera. Muy correlacionada con esta explicación se nos ocurre intentar un inciso en el presente análisis. Pensamos que  realidades sociales como la nuestra nos obligan a establecer una diferenciación entre reacción, resistencia y sobrevivencia. Se reacciona ante estímulos externos y en función de los sistemas regulatorios que proporcionan las leyes, las costumbres y  las normas cívicas en general. Cuando estas se subestiman y omiten, hasta el punto de no encontrar en ellas los recursos de protección, queda la segunda instancia de resistir ante el atropello de la coacción y de la represión. Pero esta resistencia puede ser pasiva, en términos de esperar estoica y pacientemente, o también puede ser activa en virtud de ejercer una manifestación explícita y participativa ante el atropello. Cuando esta última opción se aplasta por el peso de la violencia y del elevado riesgo de la preservación, aparece la tercera de las opciones que es la sobrevivencia. Esta última instancia se pone de manifiesto en forma de preservación de la vida, pero también puede condicionarse por el peso que imponen las circunstancias limitadoras para encontrar los recursos básicos de alimentación y de condiciones indispensables de vida. Cuando las contingencias imponen un predominio inexorable de buscar la sobrevivencia se hace imposible disponer de ocasiones y recursos para ejercer alguna resistencia y mucho menos para poder reaccionar ante las presiones y restricciones externas. Pues bien, llegados a este punto aparece, como derivación natural, que asociemos la actitud de desesperación y frustración, así como de explosividad e impulsividad del venezolano con muchas de las manifestaciones expresivas de los personajes de Pizzani. Sin embargo, cabe reiterar que esta alternativa no delimita toda su obra, aunque sí abre espacios para encontrar un sendero de desahogo.

Sin pretender ser exhaustivos en estos intentos interpretativos, queremos retomar el enfoque amplio de la lectura para anotar que la mayoría de los filósofos contemporáneos coinciden en encontrar tres tipos de condicionadores de la acción del ser humano actual. Ellos se relacionan con la circunstancialidad, la ambigüedad y la provisionalidad que pautan el desenvolvimiento de nuestras vidas. No podemos vernos a nosotros mismos ni podemos ver a los demás, así como es imposible establecer pautas de interacción y convivencia sin atender al juego impuesto por esos tres condicionantes. Somos seres circunstanciales porque aceptamos, con Ortega y Gasset, que somos nosotros y nuestras circunstancias y que si no salvamos a nuestra circunstancia no nos salvamos nosotros. Pero igualmente somos seres sometidos a la ambigüedad propia de cada uno en particular y de la sociedad como un todo. Tenemos que aprender a vivir con nuestras contradicciones porque no podríamos ser sin ellas. Vivimos en las ambivalencias, con las ambivalencias y para preservar las ambivalencias. La incoherencia es consustancial al ser humano. Basta simplemente aceptar que, tal como lo demostró Isaiah Berlín,  existe una incompatibilidad estructural de valores y la mejor prueba es que los principios de libertad, igualdad y fraternidad han mostrado una disfuncionalidad reiterada a lo largo de la historia. A la situacionalidad y a la ambigüedad reseñada se agrega, finalmente, la provisionalidad. Esto significa que no somos seres concluidos y que ninguno de nuestros logros es definitivo. La evolución es un proceso que nos obliga a pensar en la conquista de una condición humana que permita superar las manifestaciones de animalidad y perversidad que todavía nos acompañan y que son las causantes de los dramas que se manifiestan en el mundo. Un recurso  insoslayable en esta expectativa de orientar el proceso inconcluso de nuestra evolución lo proporcionan la ética y la cultura. Ambas deben actuar como las dos alas de un avión que requiere de un mayor nivel de maniobra. Este paso rasante por la situacionalidad, ambigüedad y provisionalidad  permite encontrar pistas de análisis para entender el desgarro existencial que los personajes de Pizzani revelan en su afán por afrontar sus desafíos existenciales.

No podemos esconder que, a pesar de haber sido muy especulativos y exhaustivos en los acercamientos intentados, experimentamos todavía una considerable distancia del abordaje comprensivo y definitivo de esta obra. Sin duda, estamos frente a un planteamiento enjundioso que nos estimula en una demanda muy poliédrica. Sabemos que corremos el riesgo de parecer reiterativos y ampulosos en estas interpretaciones, pero queremos sentirnos bien con nosotros mismos y ser justos con un artista que vive su obra con devoción y dedicación. Por eso, nos animamos a agregar una consideración vinculada con las propiedades propias de sus personajes. Compartimos una pregunta que nos formulamos desde el mismo momento que tuvimos una explícita relación con el artista. Nos  referimos  a precisar si sus personajes son víctimas, victimarios o simples testigos de los dramas de la realidad contemporánea. Se trata, sin duda,  de roles distintos que podrían proporcionarnos algún guiño de comprensión. Ser víctima es haber sido objeto de agresiones contra la integridad física, intelectual, afectiva o espiritual. Entendemos que la tortura es al cuerpo lo que la intimidación es al espíritu y, en consecuencia, el mal no se reduce al atentado de violencia física, sino que incluye igualmente acciones que impiden que el otro exprese su punto de vista, o que lo someten al acoso y al incordio, o que coarten el ejercicio propio de su dignidad. Por su parte, ser victimario constituye el ejercicio del mal radical y en la banalidad del mal. Sin duda se trata de significados que rebasan las características y espacios disponibles pero que no por ello deben dejar de ser enunciados. El mal radical consiste, primero, en desconocer la condición jurídica del otro, es decir, en negar sus derechos. También, en un segundo lugar, es desconocer la condición de dignidad del otro, en tanto que se ignora su derecho a tener derechos. Finalmente, en un tercer lugar, si alguien no tiene derechos y no tiene derecho a tener derechos, se convierte en algo que deja de ser alguien y que, por lo tanto, se convierte en una cosa que, junto al resto de las cosas, puede ser desechado y eliminado. Por su parte, la banalidad del mal se identifica con la conducta que, por la facilidad de la costumbre, conlleva a dejar de percibir el significado dañino y los alcances perversos  de los actos de aquellos con quien se comparte una realidad. Es, en sentido explícito, acostumbrarse al mal hasta el punto de convertirlo en desenvolvimiento normal, insignificante e inevitable.

Por último, así como existen víctimas y victimarios, puede pensarse también en testigos, es decir, en seres que no son sujetos ni objetos del mal que se pone en práctica, sino que simplemente son observadores desde perspectivas diversas. Algunos testigos son tan pasivos que pueden convertirse en cómplices, pero también es posible ser  testigos activos que, al no estar en capacidad de  adoptar conductas significativas, pueden asumir la denuncia y la voluntariedad para el ejercicio de una supuesta justicia. Pues bien, volvemos a la pregunta previa: ¿cuál es el rol de los personajes de Pizzani? A falta de una respuesta sedimentada, nos atrevemos a sostener que no cabe aquí una generalización. De repente, podría incluso pensarse  que cada uno de los roles expuestos se asume ocasionalmente o que podrían fusionarse en la naturaleza de cada una de sus imágenes. Pero, aún a riesgo de parecer prolijos, cabe ir más allá de esta explicación un tanto salomónica, para hacer un postrero intento de respuesta a las preguntas planteadas sobre los personajes de Pizzani. Pensamos concretamente en evocar aquel dinámico intercambio de opiniones que entablan los seis personajes que buscan un autor en la obra teatral de Pirandello. En un determinado momento alguien pregunta acerca del argumento de la obra que se perfila y, de repente, se escucha la opinión de quien dice que el argumento está dentro de la vida de cada uno. Pues bien, algo semejante puede suceder con los personajes de nuestro artista, es decir, cada uno es su propio argumento y su propio destino.

El artista y su obra

Debemos confesar que nos resistimos a tomar un atajo que permita llegar al final, sin antes pasar por una relación que resulta necesaria: ¿cuáles son  las posibles vinculaciones entre Jorge Pizzani y los personajes que conforman su universo figurativo? Sin duda, siempre existe una relación entre un artista y su obra, pero ella nunca es simple y mucho menos nítida. “La vida —dice Octavio Paz— no explica enteramente la obra y la obra tampoco explica la vida. Entre una y otra hay una zona vacía, una hendidura”. Dentro de esta brecha son muchas las cosas que pueden tramarse y, en cada situación, pueden formularse flujos y direcciones específicas. Particularmente, en el ámbito de lo que se nota entre Jorge Pizzani y sus cuadros, se destaca la dinámica de un ritual que acompaña al pintor durante las ejecuciones de sus planteamientos. Se observa una especie de relación de interioridad que recoge en cada pincelada un fragmento de su propio espíritu. La sensación que se capta es que el artista se abre para dejar salir las energías que alimentan sus imágenes y estas, después, parecen envolverse en sí mismas nuevamente hasta encontrar las posibilidades de interactuar con los espectadores. Por esta vía se explica que sus personajes broten sin haber sido prefigurados y sin obedecer a ningún esbozo delimitador. Podría incluso pensarse que ellos se escapan del propio autor. Una afirmación tan escueta demanda necesarias precisiones: ¿esas imágenes huyen de la capacidad instintiva del artista o, más bien, fluyen desde su emocionalidad, o incluso de las manos independizadas de su cerebro?

Pero también podría pensarse que ese brote de lo figural no atiende a la desagregación de las instancias mencionadas, en tanto que entre ellas, en lugar de relaciones de tensión, lo que existe son vínculos de complementación. En este marco, el instinto, la emoción, la intuición, y las manos conforman una totalidad que supera cualquier racionalidad para sintetizarse en un espíritu indescifrable. Dentro de este contexto debe aceptarse que cada una de sus obras define un universo autosuficiente, cuya esencia ratifica que la mejor devoción a ellas deviene de respetar su extraña incognoscibilidad y de admitir su entrañable misterio. Sin duda, en el caso de las obras de Jorge Pizzani se justifican las palabras de Octavio Paz: “Nunca la imagen quiere decir esto o aquello. Antes sucede lo contrario: la imagen dice esto y aquello al mismo tiempo. Y aún más: esto es aquello”.

Los argumentos planteados se comprenden mejor al tomar conciencia de que, para nuestro artista, la acción de pintar encarna el ejercicio de abrirse para que los personajes que broten de él lo ayuden luego a descubrirse a sí mismo. Por eso él vive cuando pinta porque esa acción le permite también reconocerse, en tanto que con ella evita que los olvidos borren lo más profundo de su espíritu. También en esta línea se entiende que el pintar represente su pasión e incluso su obsesión. No resulta desenfocado, entonces, aceptar que sus pinturas sean como una especie de “diario” en el cual se registren las vivencias que conmueven y que permiten el afloramiento de las obsesiones que impulsan su diario devenir. Los diarios reseñan y permiten redimensionar lo que se reseña. Nuevamente con Octavio Paz, cabe repetir que: “Las obras pueden verse como un diario que cuenta o revive ciertos momentos. Solo que es un diario impersonal: esos momentos han sido transfigurados por la memoria creadora. Ya no son nuestros sino del lector. Resurrecciones momentáneas pues dependen de la simpatía y de la imaginación de los otros”. Estimamos que este fragmento, en cada palabra, se aplica al caso de Jorge Pizzani. El marco de esta asociación  hace que su pintura revele un diario registro o que su vivencia diaria adopte la forma de una imagen pletórica, y es eso lo que explica la actual aparición de personajes pertenecientes a un teatro más político. Definitivamente, el peso dramático de la realidad nacional deja la impronta y marca la huella en esta obra, y esta carga adopta la forma de presos, caníbales, bestias, malandros, prostitutas, en fin, un espectro de seres que se inscriben en la atmósfera de un contexto empobrecido y manchado por la desgracia causada por un régimen. A renglón seguido de este señalamiento se impone destacar que Pizzani no es un ser que acumula resentimientos, sino que, más bien, asimila las agresiones de que ha sido objeto. Acumulación es distinto a asimilación, aunque ambas experiencias forman parte de la realidad psicoafectiva del ser  humano. En la primera no hay digestión ni aprendizaje, mientras que en la segunda se identifica la valentía de procesar y asumir las consecuencias de afrontar las realidades y de enfrentar las injusticias.

En el orden de lo expuesto, cabe señalar que la vehemencia con la cual Pizzani solventa sus desafíos pictóricos denuncian un temperamento impetuoso y un arraigado compromiso con el país y con el género humano. Sin embargo, las disposiciones existenciales descritas se inscriben más en la indignación que en el rencor, más en un afán de justicia que en una demanda de venganza y más en un espíritu de liberación que en una simple reprobación. En este orden debe también advertirse que la beligerancia de nuestro artista en ningún caso engendra pesimismo ni desesperanza. Nos ayuda a entender esta puntualización las líneas que plantea Nietzsche, en su libro El ocaso de los ídolos. Ahí se lee: “El afirmar la vida, aún en sus problemas más extraños y duros, la voluntad de vivir que, en sacrificio a sus tipos más altos, se alegra de su propia inagotabilidad, esto lo llamo yo dionisíaco y lo adivino como el puente hacia la psicología del poeta trágico”. Una interpretación libre de este párrafo, nos hace pensar que si ante la mayor tragedia, el ser humano decide continuar viviendo y mantiene su resistencia y denuncia de tal realidad, es porque asume una determinada forma de optimismo. De lo contrario, simplemente recurriría a la huida o al aislamiento, o a la resignación, o simplemente al suicidio. En el caso de Pizzani se ejerce la pintura para asumir el intenso testimonio de la resistencia y del desahogo al tiempo que se enfatiza una vocación de esperanza y un compromiso con el futuro. De nuevo cabe aquí recordar, con palabras de Rafael Cadenas y en función del espíritu de Jorge Pizzani, que “Florecemos en el abismo”. Esta sentencia es tan maravillosa que rebota en nuestro espíritu y nos hace recordar un aforismo de Antonio Porchia que, igualmente, nos ayuda a comprender la fundamentada y honda posición de nuestro artista. Dice el poeta: “Lo superficial me cansa tanto que para descansar necesito un abismo”.

Epílogo

Es posible que el flujo argumental haya rebasado el propósito inicial que le habíamos otorgado al presente trabajo. Pretendíamos concretar una aproximación explícita y ahora vemos que llegamos a un ensayo  no tan breve. Pero asumimos la licencia de respetar lo sucedido debido a que la mayor o menor cantidad de ideas procede de las sugerencias y demandas que una obra establezca. Pero ahora sí es el momento de finalizar y, para ello, sentimos la obligación intelectual de contextualizar la cita que utilizamos como epígrafe. Ahí recordábamos un fragmento del libro Las ciudades invisibles de Italo Calvino que dice: “El infierno de los vivos no es algo que será (…) existe ya aquí (…) Dos maneras hay de no sufrirlo: a primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar y darle espacio”.

Pues bien, esa  implícita alusión a las actividades culturales y del espíritu nos lleva ahora, después del amplio recorrido de éstas páginas, a pensar que existe una tercera posibilidad que no es otra sino aquella que convoca a la segunda opción para que sea destinada a acabar con las manifestaciones que hacen factible la primera. Es decir, orientar las manifestaciones propias de todas las disciplinas intelectuales y espirituales en proscribir todas aquellas cosas que convierten nuestra realidad en un infierno. Y nada más apropiado, en este caso, que destacar que eso es justamente lo que  ha perseguido Jorge Pizzani con su obra.

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