Bajo en la mañana y entro en la cocina para tomar la enorme taza de café que terminará de despertarme y hacer posible que logre entrelazar dos o tres frases coherentes y abrir las puertas al mundo que me espera fuera de casa para agobiarme, pero antes voy al comedor, desplazo los ventanales de vidrio y contemplo mis helechos en la zona de la casa donde he inventado un jardín. Tengo un helecho enorme y espléndido llamado Lechuga que me regaló mi noble y generoso amigo Giuseppe di Filippi, de hojas largas, rebeldes, que se encrespan y retuercen ellas mismas de pura belleza y veo algunos colgados de la mata de mango y a otros más democráticos adosados a la pared llamados «Cacho de venado», que parecen querer lanzarse al vacío pero con una coraza a modo de escudo que los convierte en guerreros valientes y alertas y les hablo y les digo que mientras estén allí permanecerán seguros, amparados y defendidos por mí, porque en gran medida me proyectan, son parte de mi naturaleza sensible; son también parte esencial de mi familia, de mi propio universo.
Y entro al jardín y los toco y acaricio y les quito las hojas del mango caídas en la noche; me miran y me renuevo, siento que soy otro, que un aire sagrado circula entre ellos y me aleja de los escalofríos de la muerte y hace que mi espíritu sonría y me ayude a continuar soportando la crueldad política y la perversa ruina económica que nos golpea y disminuye.
Adoro mis helechos porque siento que Venezuela vive en ellos convertida en un país vegetal, una naturaleza sensible que parece reflejar la mía y creo, así, estar unido al verdadero país que me vio nacer. Con ellos he aprendido a ser yo mismo. Los veo y escucho la música inaudible que se esconde detrás de las palabras. Han logrado hacerme más tolerante, han logrado el milagro de amordazar a mi ego y encerrarlo en el sótano bajo siete llaves. ¡Me protegen de mis propios demonios! ¡Me hacen ser!
Lo dijo Edith Stein (1891-1942), filósofa judía y carmelita descalza que murió en Auschwitz y la frase me la recordó María Eugenia Sánchez desde Francia donde reside: «A pesar de esta fugacidad ‘Soy’ y conservada en el ser de un instante a otro, en fin, en mi ser efímero yo abrazo un ser duradero».
Hice con Belén Lobo (1932-2014) una bella familia y ella hizo de mí un ser presentable. Ambos somos flores de loto porque nacimos en el primitivo pantano que éramos en tiempos de Gómez y dos días antes de morir mirándome a los ojos, Belén me dijo: «‘¡He hecho de ti un águila y un relámpago! ¡No permitas que esta gente arruine lo que hemos hecho!», pero era ella y no yo el águila y el relámpago y su ausencia me enaltece.
Mis hijos han construido sus propias vidas llenando la mía de júbilo. Jamás he ofendido ni maltratado a nadie, pero en cambio han sido muchas las desilusiones y desencantos que han lacerado las puertas de mis afectos. No creo haberme comprometido nunca con el mal y no he traicionado a ninguno de mis principios éticos y humanos; y en fecha reciente decidí con valentía desertar de todas las ideologías y me siento libre cuidando a mis helechos, conversando con ellos y alternando con el pequeño grupo de amigos que me quieren y protegen. Es por eso que no alcanzo a entender por qué el país venezolano no es como yo y permanece humillado por una funesta y detestable alianza cívico militar que ignora principios elementales como la dignidad y la libertad; acosa y encarcela a opositores civiles y militares y voltea su mirada para no ver a nadie pasando hambre.
Todavía se escucha la palabra Arte, pero la palabra Ciencia permanece en una mudez tenebrosa. Los liceos cierran por ausencia de profesores o porque los alumnos no pueden pagar la mensualidad. Un billete de un bolívar vale 1 millón. Tengo una jubilación, un seguro social, un subsidio de honor y todo eso, sumado, llega apenas a 80 o 100 dólares.¿Cómo explicárselo a un holandés que está de visita?
Durante un tiempo fui amigo en el camino del comunismo hasta que advertí que conducía fatalmente a la satrapía soviética, polaca, rumana…cubana, al autoritarismo criminal de Stalin, de Jaruzelski, Ceaușescu… Castro y me alejé antes de que decidieran no necesitar de mí, consideraba entonces, erróneamente, que debía fortalecer al ser social y llevaba mis libros a la Cinemateca porque sostenía que allí serían muchos sus lectores, pero me percaté que estaba desprendiendo lo que pertenecía al patrimonio de mis hijos y entendí más bien que el verdadero empeño consiste en enriquecer aun mas el tesoro que es el ser individual porque cuando se multiplica se convierte en férrea conciencia social.
Nunca he tenido tratos con el cinismo y la perversidad. Conocí a Gustavo Machado y a los líderes históricos del partido comunista venezolano y eran unos seres de gran nobleza que creían apasionadamente en lo que creían y por eso padecieron cárcel y exilio. Stalin los había hipnotizado de la misma manera como Fidel Castro hipnotizó a los intelectuales venezolanos al bajar de la Sierra Maestra, pero no conozco ni quiero conocer a los actuales dirigentes o miembros del Partido Comunista Venezolano echados a los pies del chavismo.
Al mismo tiempo, me esforzaba adobando mi universo interior: modelándome, esculpiéndome, embelleciéndome el alma y al hacerlo creía asegurar y ennoblecer al propio país.
He llegado a la senilidad, es decir, a mi anhelado futuro y el vigoroso y decidido país venezolano que creía encontrar en esta edad avanzada es un desastre, una vergonzosa y degradada imagen del país que estaba cincelando en mis años juveniles porque, créanlo o no, cada vez que me estremecía con un poema, un libro, un acorde o el telón del teatro que se levantaba estaba construyendo un país igual o aun mas bello que la propia poesía.
No creo haber fracasado al verlo en la hora actual humillado por la mediocridad del socialismo bolivariano puesto que nunca he sido dueño de las desventuradas circunstancias o aventuras políticas, sociales o económicas que han rodeado y acechado al país venezolano; por el contrario, he sido una víctima consternada que para salvarse del escarnio se abraza al arte, a la literatura, a Kiri Te Kanawa cantando arias de Mozart, al teatro de Héctor Manrique y a todos los demócratas, adecos o copeyanos, a María Corina Machado, pero convirtiéndolos en armas ofensivas, fusiles de asalto con potencia y bastante daño: ¡una manera de defenderme de los oprobios!
Y no creo haberme traicionado como venezolano escuchando a mis helechos porque presido y formo parte del grupo Ulises creado por Gustavo Coronel que agrupa a quienes en edad avanzada, o no, aspiran a un país como el que yo anhelaba siendo muchacho de pantalones brinca pozos y buscaba, sin saberlo, el camino de mí mismo, es decir, ¡el camino del país y de la poesía!
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