Insisto en mencionar la rosa azul porque pocos creen en ella y, sin embargo, permanece sembrada en el corazón de mis ilusiones. Cuando creo desfallecer y pienso en la Venezuela actual y su “inalcanzable” libertad en democracia, me obstino y hago crecer la rosa azul para señalar que si me empeño puedo lograr lo imposible: bastaría fijar la mirada en nosotros mismos porque, al hacerlo, descubriríamos la fuerza que somos. Es difícil alcanzarlo. Lo sé. Por eso, la rosa azul es considerada como símbolo de lo imposible.
¡Los simbolistas hacen fiesta con la rosa! Empezando por los colores. Por su semejanza con la sangre se la asocia con el símbolo místico de lo que renace, y en los campos de batallas sembrados de héroes que allí yacen crecen escaramujos, es decir, rosas silvestres. Cuando Adonis, el bello joven griego cuya belleza lastimaba los ojos de quienes se extasiaban contemplándolo, murió embestido por un jabalí, crecieron de su sangre rosas y anémonas de intensos colores. Al caer, mortalmente herido, Afrodita corrió a salvarlo y se pinchó la mano con las espinas de una rosa y desde entonces su sangre tiñó de rojo las rosas blancas, sacralizándolas. Para los antiguos griegos, sin embargo, la rosa de oro era símbolo de la realización absoluta.
Para algunos, la rosa en la iconografía cristiana puede ser el cáliz que contiene la sangre de Cristo o la transfiguración de las gotas de Su sangre o el propio símbolo de Sus heridas. De hecho, los primeros cristianos identificaron los cinco pétalos de la rosa con las cinco llagas de Cristo y la flor con espinas fue imagen aceptada del tormento de los mártires.
Para Cirlot, la rosa única es, esencialmente, un símbolo de finalidad, de logro absoluto y de perfección. Por eso puede ofrecer todas las identificaciones que coinciden con dicho significado, como centro-místico, corazón, jardín de Eros, paraíso de Dante, mujer amada o emblema de Venus, la Afrodita de los romanos.
Y agrega que simbolismos más precisos derivan de su color y del número de sus hojas.
Sobre los colores proliferan, hoy, atributos más convencionales: la rosa blanca significa pureza e inocencia; ausencia de maldad, de doble intención; manifiestan aprecio, cordialidad, actitud positiva y belleza. La rosa amarilla revela un carácter solar. Es el color de la amistad, de la adolescencia, y las de color naranja representan la alegría, la satisfacción por algún éxito conseguido aunque también se le atribuyen significados de precaución. Son convenciones a veces pueriles y cercanas a la sensiblería. ¡Pero la rosa azul sigue siendo el símbolo de lo imposible! En todo caso, las rosas son las plantas de jardines ideales: viven y florecen en cada época del año y toleran las temperaturas.
“Una rosa es una rosa es una rosa”, escribió Gertrude Stein en 1913. La escritora sostenía el desplante de una gran rareza estilística y el verso se hizo famoso. Años más tarde, ella misma escribió: “Sé que en la vida diaria no solemos decir ‘esto es esto es esto es esto’. No soy tan tonta, pero pienso que con aquel verso la rosa se hizo roja por primera vez en la historia de la poesía en inglés en cientos de años”.
Y, personalmente, no puedo dejar escapar de mi memoria el arte poético de Vicente Huidobro: Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas! Hacedla florecer en el poema.
La rosa está en el epitafio de su tumba en Raron, Suiza, escrito por el propio Rilke: “Rosa, oh, contradicción pura, deleite/ de ser sueño de nadie bajo tantos/ párpados”.
La rosa figura, además, en la historia: la Guerra de las Dos Rosas enfrentó a los partidarios de la Casa de Lancaster con los de la Casa de York entre 1455 y 1485, dos abolengos unidos por un origen común: la Casa de Plantagenet, pero ambos bandos descendían del rey Eduardo III, y pretendían el trono de Inglaterra. La emblemática rosa de York era de color blanco mientras que la de la familia rival era roja. El conflicto llegó a su fin cuando el rey Enrique VII de Inglaterra unió simbólicamente las rosas blancas y roja y creó la rosa Tudor.
Existe el rosetón gótico, pero también la rosa de los vientos y la rosa esotérica, la rosa de China y las del cinabrio.
La rosa es para nosotros los occidentales lo que la flor de loto es para el mundo asiático: es belleza y florecimiento, primavera, aroma de vida que nace, se abre a la adolescencia, se marchita y muere. De allí su parentesco con la fugacidad del tiempo, ese soplo que termina venciéndonos, disolviéndonos; marcando la brevedad de nuestro paso por el mundo con la tinta indeleble de la muerte. En Venezuela se conocen dos estaciones: el invierno y el verano, tiempo de lluvia y tiempo de sequía. ¡Lo húmedo y lo seco! En política, solo dos estaciones: un breve período democrático y una larga estación dictatorial. En otras latitudes, acaso mejor favorecidas, la primavera se aparta para que entre el calcinante verano que anunciará al otoño y este hará lo mismo para que el invierno cubra de nieve los bosques y permita que sonría de nuevo el sol en primavera en un ciclo que viene arrastrándose desde la aurora del tiempo y seguirá así, de continuo, hasta que no quede memoria alguna de nosotros en esta tierra, sigan creciendo las rosas en todos los jardines del mundo y la democracia y la vida civil en el país venezolano continúen haciendo esfuerzos por sobrevivir a las asperezas del cuartel.
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