En una larga nota, en sus redes sociales, Luis Vicente León, se define como “analista de la realidad”. En dicha nota, despacha de entrada las pretensiones de María Corina Machado como candidata a las presidenciales de 2024. En el acto, deja un pequeño espacio para condicionar otras candidaturas, presumo que la de Henrique Capriles al que calificando de “no radical” pudiera negociar su habilitación.
Al calificar a Machado, sin nombrarla, como “opositor radical”, la descalifica para su inscripción aceptando como decisión firme e inapelable la decisión del régimen. Aunque, bueno es decirlo, igual que otros personajes del “mundo opositor”, señala la ilegalidad de la decisión de inhabilitar a opositores. Casi me atrevo a decir que fue su análisis el que inspiró a Nicolás Maduro y a Diosdado Cabello, horas después, para que cantaran, casi a dúo: “No te vistas que no vas”,
Pero, bueno, en la referida nota, se presenta toda una concepción, su concepción, de la realidad, de la sociedad y de la política y dado que él se vende como el gurú que construye y deconstruye escenarios presentes y futuros a placer, me tomo el atrevimiento de contrastar su particular visión de la realidad que él expone allí.
Dice León, Luis Vicente, que su trabajo, a diferencia del de los candidatos que siembran esperanzas, a veces inútiles, es entender la realidad, pura y tal como se abre frente a nuestros ojos (a los ojos de él), “calcular las probabilidades de ocurrencia y facilitar la toma de decisiones”, termina sentenciando su manera de entender la realidad.
Allí, precisamente, en esa manera de concebirla es donde Luis Vicente León se equivoca y en esa equivocación termina buscando la política en lugares equivocados.
En primer lugar, Luis Vicente León ve la realidad como un orden preestablecido, que no hay manera de modificar: la realidad como un objeto y a las personas también como objetos, por lo cual son susceptibles de ser calculados, medidos y cuantificados y en consecuencia, esa realidad se hace inmodificable, porque toda modificación solo puede hacerse a través de la política y en esa concepción de la sociedad, hacer política es imposible, pues el régimen, en este caso, la ha cancelado, de tal manera que los únicos que pueden hacer política son los actores afines al gobierno y a los que el régimen señala que pueden hacerla.
En caso de que haya actores que hagan política, impugnadora del orden establecido, el régimen los descalifica, los persigue, los inhabilita, los mete presos, los califica de traidores a la patria, delincuentes sociales, terroristas, incluso, ha habido casos en los que los ha desaparecido físicamente.
Por supuesto, no quiero presumir de sociólogo y discutir la construcción epistemológica de tal concepción.
El caso es que tal concepción de la realidad, que sostiene Luis Vicente León, está predeterminada: “Aparece como una materialidad preexistente… estructurada por leyes de causalidad, inteligibles de manera análoga a las ciencias naturales … y conociendo estas regularidades, la realidad social sería calculable (contabilizada, medible), o sea, controlable”.
En ese orden los actores políticos no pueden intervenir modificándola, porque ella, la realidad, se impone sobre sus espaldas. De tal manera que sus acciones pueden ser preestablecidas ex antes por el régimen y hacen vacua cualquier estrategia para modificar tal realidad, por lo tanto, hay que aceptarla tal como el régimen la establece.
Esa visión de la política, que es el supuesto de León, es que la política se mueve por una racionalidad de cálculo medio-fin y eso no es una verdad absoluta, pues el azar, la imprevisibilidad, está presente en los actores sociales y políticos que se sustraen a la posibilidad de ser calculados, medidos y controlados, es decir, a pesar de todo el aparato institucional que pretende controlar la acción política, hay resquicios de libertad. Esa libertad produce incertidumbre que hace imposible predecir cómo se van a comportar los diferentes actores sociales y políticos que en un sinnúmero de casos desborda el ámbito de validez del orden autoritariamente establecido.
Si León tuviese razón en su planteamiento, eventos como el proceso del Euromaidan, en Ucrania, que derrocó a Víctor Yanukovich; las protestas árabes, que dieron lugar a la llamada Primavera Árabe, que demandaba democracia y derechos sociales para la población árabe que afectó a todo el mundo árabe y a Egipto; y mucho más atrás, la Marcha de la Sal en la India en 1930, conducida por Gandhi, no se hubieran producido, pues se enfrentaron a regímenes armados con un control absoluto de toda la arquitectura represiva de los respectivos Estados.
Pero sus pueblos dijeron otra cosa y contra todo cálculo se movieron e hicieron política de otra manera: modificaron las reglas preestablecidas por el poder autoritario.
En el caso venezolano, no se trata solo de “gritos de guerra de camping de los adolescentes”, como irónicamente sentencia León, se trata de darle a la política otra definición que rebase con amplitud la concepción instrumental de la misma manejada desde el poder y por sectores de la oposición que confunden sistema político con Estado y que parten del supuesto errado de que esa es la dimensión, la única, desde donde se hace política.
Se trata de hacer política construyendo sus reglas desde otra dimensión, esa que se llama sociedad civil y que el chavismo originario y hoy, con otros de comparsas, la cancelaron bajo el mantra de “Con qué se come eso”, pero, advierto, que ella vive, y se mueve.
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