«Panamá nos está cerrando las puertas», lamenta un migrante antes de cruzar la peligrosa selva del Darién en su camino hacia Estados Unidos. Como él, decenas temen ser deportados tras el endurecimiento de los controles en ese país o quedarse estancados en el lado colombiano de la frontera.
Agotados, algunos enfermos, decenas de migrantes represados en un puerto del norte de Colombia se enteraron el viernes de la nueva determinación del gobierno panameño: deportar a los extranjeros que ingresen de forma irregular por la selva del Darién.
«Es difícil para muchos porque al cerrarnos las puertas nos seguimos quedando aquí estancados (…) sufriendo», dice a la AFP el venezolano Eduardo José Vargas.
Desde hace un mes malvive con su esposa y dos hijas en Necoclí, un municipio en la costa del Caribe, mientras aguarda su turno para cruzar la frontera natural de 266 kilómetros de largo y 575.000 hectáreas de superficie que separan Colombia y Panamá.
Montañas de valijas, camas improvisadas, fogones sobre piedras. La población es un campamento a cielo abierto, a temperaturas que rondan los 30°C.
«Aquí me ha tocado duro (…) ya me robaron el teléfono y la plata que yo tenía, los 500 dólares para irme. Y la otra es la lluvia, que llueve casi todas las noches y uno se moja», añade Vargas, visiblemente cansado.
Según datos oficiales de Panamá, en lo que va de año más de 352.000 personas han cruzado el Tapón del Darién. La gran mayoría son venezolanos, pero también llegan de Haití, Ecuador y Colombia. Además, hay asiáticos, con un número creciente de chinos, y africanos, sobre todo de Camerún.
«Pasar por donde sea»
Los botes que antaño fueron atracciones turísticas en Necoclí se han convertido en el principal medio de transporte para cientos de personas que a diario navegan por el Caribe los 60 kilómetros que hay hasta Acandí, en el departamento del Chocó, la última parada antes de adentrarse en el Darién. Llevan chalecos salvavidas, mochilas, carpas y bidones de agua.
Luis Manuel Martínez, un abogado venezolano de 49 años, llegó hace cuatro días a Necoclí junto a siete familiares.
Le pide al gobierno panameño «que piense en la situación económica, política y social que tiene Venezuela», de donde según la ONU han huido unos 7,2 millones de ciudadanos empujados desde hace siete años pur una severa crisis económica.
«No tenemos nada que pueda solventarse en ese país», añadió.
La travesía clandestina por el Darién suele durar cinco o seis días a merced de todo tipo de amenzas: serpientes, mamíferos depredadores, pantanos y narcotraficantes que usan estas rutas para llevar cocaína a Centroamérica.
César Polo, un colombiano de 32 años, aguarda un cupo para atravesar este corredor frecuente para los migrantes que, desde Sudamérica, tratan de llegar a Estados Unidos a través de América Central y México.
«La idea es pasar, por donde sea, pero hay que pasar», sostiene.
Y aunque conoce muy bien los riesgos, cree que «los peores obstáculos son los que traen las mejores sorpresas».
«De carne y hueso»
Panamá critica que países sudamericanos no cooperen suficientemente para contener el flujo migratorio, especialmente desde Colombia.
«Dentro de nuestras capacidades y presupuesto incrementaremos las acciones para ir paulatinamente y progresivamente aumentando las deportaciones y expulsiones» de migrantes que ingresen de forma irregular a Panamá, anunció el viernes la directora del Sistema Nacional de Migración, Samira Gozaine.
Con este fin, el gobierno panameño prepara diversas aeronaves y está en proceso de contratación de vuelos chárter para la deportación de migrantes.
«Panamá ha manejado este flujo responsablemente, pero ya estamos al límite de nuestras capacidades porque el desbordamiento de las personas ya es de forma masiva», afirmó el ministro de Seguridad, Juan Manuel Pino.
El total de extranjeros que este año han pasado por el Darién ya supera en más de 100.000 la cifra de todo el año anterior, cuando 248.000 personas hicieron esa travesía, rompiendo todos los registros migratorios.
Desde abril las autoridades panameñas han deportado a 452 migrantes.
«Que nos dejen tranquilos, que somos personas de carne y hueso igual que ellos», clama César Polo.
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