Para el momento en que Gustavo Petro inició su mandato, ya en plena guerra de Ucrania, para el mundo era claro que las solidaridades activas que Colombia había abrazado históricamente tanto con Estados Unidos como con la OTAN, lo convertían de oficio en un enemigo de las iniciativas bélicas del Kremlin. Colombia por años había sido llamada por los regímenes de izquierda en el continente «el Caín de América Latina» por su inequívoca alineación con el norte en materia de política exterior. Recordemos que los miembros del ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de América), protestaron fuertemente en contra de la iniciativa norteamericana de instalar bases militares estadounidenses en territorio colombiano.
Además de lo anterior, el país vecino ostenta desde el año 2018 una condición que ningún otro país latinoamericano ha alcanzado. Desde los días de Juan Manuel Santos se oficializó con el secretario general de la alianza atlántica, Jens Stoltemberg, un acuerdo de cooperación que convirtió a la nación neogranadina en “socio global” de la OTAN, lo que nunca ha alcanzado ningún otro país de nuestro hemisferio. No es necesario destacar que la organización desde su nacimiento siempre ha respondido a la necesidad de eliminar la amenaza que la Unión Soviética representaba para Occidente por lo que Colombia nunca ha podido ser vista por Moscú sino como un enemigo.
Para completar el panorama, Colombia en mayo de 2022 fue designada formalmente por Joe Biden como “aliado estratégico no miembro de la OTAN” a través de un Memorándum emitido por la Casa Blanca. Las conclusiones huelgan: Rusia no ha podido ver a Colombia hasta el presente sino como un país adverso a sus iniciativas bélicas. Más aun cuando las fuerzas militares durante el gobierno de Iván Duque y bajo el mando de Diego Molano como ministro de la Defensa se dedicaron a capacitar soldados ucranianos en doctrina, técnicas y tácticas» de desminado militar humanitario.
Hoy por hoy canta otro gallo, toda vez que desde hace un año la más alta magistratura de Colombia se encuentra en manos de un líder de izquierda muy proclive a apoyar, en principio, cualquier proyecto emprendido por Rusia. Sin embargo, ni una palabra de apoyo a la invasión rusa de Ucrania ha salido de los labios presidenciales. Las opiniones del cordobés han sido prudentes: “Lo mejor que le puede pasar a la humanidad es la paz entre Ucrania y Rusia y no la prolongación de la guerra. Yo no ayudaré a prolongar ninguna guerra. En cambio, pido que se eleve a delito internacional la agresión de un país a otro, sea el que sea. Ni invasiones ni bloqueos”.
Lo que llama poderosamente la atención son otros rasgos de la ambigüedad presidencial en medio de esta posición equilibrada que ha sido mantenida en materia de política exterior. El medio estatal RTVV ha transmitido a todo lo largo de la magistratura actual los programas y contenidos oficiales de Russia Today como parte de un acuerdo bilateral y a diario se ponen al alcance del público colombiano noticias y comunicados emanados desde el Estado ruso, en los cuales el eje comunicacional se centra en la justificación de la invasión rusa a Ucrania.
La Cancillería colombiana, mientras tanto, tampoco se pronuncia y ha sabido mantener al país al margen de la diatriba mundial relacionada con la atroz guerra en Ucrania protagonizada por Moscú.
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