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Carnet de identidad. Nuevo libro de Sonia Chocrón

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Por YOLANDA IZARD

Si algo distingue el género poético de los otros géneros es la subjetividad, la intimidad y la extrema concisión en busca de la esencia. El poeta escribe con su carne y su sangre, con su propia memoria y una particular mirada sobre sí mismo, sobre los demás, sobre el mundo; escribe desde el propio interior, sustentado por esa gama de emociones, muchas de ellas inconscientes, que conforman la vida. La experimentación, siempre convocada por la libertad de visión, de discernimiento y de estilo (que pueden llegar a la transgresión formal y de sentido), es la herramienta que el poeta emplea en su búsqueda del yo salvaje, esencial, oculto a la conciencia.

Estas premisas que considero fundamentales para distinguir en general la buena poesía se ajustan como un guante a los poemas de Carnet de identidad de Sonia Chocrón, que poseen además una belleza y una perfección en su acabado bastante inhabitual, dignas de una mujer que lleva treinta años viviendo en la poesía desde que en 1992 publicara su primer libro, Toledana.

Carnet de identidad es su noveno poemario y, precisamente, una reivindicación del yo, de la identidad de un yo que difiere en todo de las premisas convencionales a las que se ajusta cualquier retrato definitorio de un ser humano. Porque este libro es el encuentro de la poeta consigo misma, un ajuste de cuentas con su identidad en el que relata esos momentos fundacionales que constituyen las misteriosas zonas de su ser, desde la rebeldía y la afirmación de la voluntad de vivir por encima de las convenciones, al deseo y el amor, pasando por una fuerza vital que huye de los estereotipos y proclama su asertividad y su coraje, además de reflexionar sobre su poética. Y esto no habría sido posible, creo, sin una labor de introspección que incluya la honestidad y la agudeza de juicio.

De la enjundia de esta labor da cuenta la meditada estructura del libro, que no deja nada a la improvisación, pues, como ocurre en la escritura de cada poema, muestra una reveladora inteligencia creadora, que sujeta con firmeza las riendas de la escritura y al mismo tiempo deja espacio al misterio, un misterio que circula, intangible pero sonoro, por los versos.

Aunque la autora ha preferido dar al libro una cohesión en un solo bloque, sin embargo, los poemas están claramente divididos en distintos apartados: el primero y principal (aunque no el más extenso) lo constituyen los seis poemas que jalonan y dan cuerpo y sentido al libro: la identidad de la poeta. Una identidad, claro, poética, encumbrada al nivel de lo metafórico y lo simbólico, donde la definición del ser se establece sobre los apartados administrativos de un carnet de identidad (Datos personales. Formación. Experiencia. Habilidades. Idiomas. Otros), pero que al cabo resulta una inmersión en esos hilos ocultos, secretos, que conforman toda existencia.

Hay que cambiar la vida, decía Rimbaud. ¿Y cómo se cambia la vida?: redefiniéndola desde otros supuestos. Asomándose a otro tipo de asociaciones que quizá provengan del yo esencial, primigenio, ese que habita en el subconsciente. Por eso los «Datos personales» de Sonia Chocrón lo constituyen el «frágil musgo», el «bosque de ojos”. Por eso se ve a sí misma como una «sobreviviente de la ambiciosa brasa»; por eso en su formación es «licenciada en la periferia del todo» y experta en todas las hambres, las pequeñas de cada día y las vastas hambres del conocimiento. Por eso gracias o a pesar de su experiencia y habilidades «ha logrado a pulso la calma de un lago de aceite. / Ha recorrido los vértices en la cuerda floja». Y por eso se considera «experta en el arte de anochecer».

El segundo bloque aborda esos sesgos inconscientes o esos rasgos dominantes que conforman a la poeta: la perseverancia, el amor a la escritura, la vida poética, el resplandor propio, el amor que fluye entre las cosas («Somos menos mortales cuando amamos»), el vértigo del coraje, la naturaleza del cuerpo «hecho de palabras», el deseo de una poesía «clemente como el vientre de una madre», las heridas y su vacío, los calambres vitales, los desacatos, la procrastinación…

Y, por último, repartidos por ese sustancioso mar de poemas que es el carnet de identidad, los cinco poemas de igual título, Rimas redentoras, que aquí y allá alivian la carga cognitiva de los versos: cinco poemas sutiles, frágiles como canciones de cuna para sosegar el alma, de una delicada levedad.

Y, de vez en cuando, repartidas como pequeños tesoros, las citas de poetas que definen por ella su propia identidad, su propia naturaleza: «Ella está loca pero es mágica. No hay mentira en su fuego”. Charles Bukowski. «Escribo sin la esperanza de cambiar nada. Porque en el fondo no estamos tratando de cambiar las cosas. Estamos queriendo florecer»: Clarice Lispector. Suculentas citas de esos otros poetas que también tratan de urdir esa identidad paralela a la oficial, la identidad interior.

Los poemas de Carnet de identidad aluden a la magia, a la magia de estar existiendo y de poder contemplarse desde el propio interior con la sola herramienta de la palabra. André Breton, que ha adquirido el honor de representar con su cita preliminar este poemario, lo sabía: que “las palabras hacen el amor» unas con otras hasta deletrear de otra forma el mundo, hasta conformar nuevos territorios. Sonia Chocrón sabe de lo que habla porque se ha escuchado a sí misma dando una soberana vuelta de tuerca a los pilares convencionales de la propia identidad. Lo que ella es, lo que somos, se desdice por completo de lo que representamos. Ser no es existir sobre un cuerpo físico con sus premisas medibles, asibles, definibles. Ser es desbaratar todas y cada una de esas convenciones de modo que el resultado de la propia identidad sea algo incognoscible, etéreo, desligado casi del propio cuerpo, a medias entre el ser mágico y la palpación de cierta trascendencia, pero al mismo tiempo con la contundencia que aporta la claridad de percepción y sensorial.

En una poeta bregada en la autorreflexión no podía faltar la metapoética: «La poesta es un mat sin fondo. Yo floto a veces. Yo me hundo a veces», escribe en Tara de nacimiento. «Los poetas escriben poemas / para tener una casa a donde llegar. / O de donde / irse», en Transeúntes. Sabiendo que los poemas «nos aguardan en un sótano, / agazapados / en el escondite de las herramientas / y del revolver», porque escribir poesía es también tentar a la muerte con la terrible belleza, con la transgresión de una mirada que rete a las convenciones, a la hueca simplicidad, al vacío cósmico. Sonia Chocrón se nos da en estado puro, con versos paridos con dolor y con placer y una potente, genuina y muy hermosa imaginería que conecta mundos disímiles para que las palabras dispares puedan atraerse y hacer el amor.

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