Decía Pablo Neruda que las lágrimas que no se lloran, ¿esperan en pequeños lagos? ¿O serán ríos invisibles que corren hacia la tristeza? Es esa la sensación que sentí cuando supe la infausta noticia de la muerte de mi amigo, hermano y compañero Carlos Canache Mata, porque no lloré, pero sentí un enorme vacío al saber que se iba, para no volver, una de las últimas reservas morales de una Venezuela decente, íntegra, diferente.
Carlos Canache Mata fue un demócrata integral, de esos que no utilizan la retórica virulenta desde la comodidad de su casa o desde un exilio dorado o muelle, sino del que pone en riesgo su vida por sus convicciones y sus principios. Cuando Carlos se dedicó a la política, desde su más temprana juventud, lo hizo conociendo los riesgos que tenía que enfrentar para poder consolidar el sistema democrático, en una Venezuela que solo conocía al “gendarme necesario” de Laureano Vallenilla Lanz.
Era casi un niño, Carlos Canache, cuando apoyó la Revolución de Octubre del año 1945, porque fue un parteaguas de la historia venezolana, cuando se le devolvió al pueblo la soberanía para que la ejerciera a través del sufragio universal directo y secreto. En el año 1948, cuando fue defenestrado el primer gobierno electo por el pueblo, el que fue presidido por Rómulo Gallegos, aún era menor de edad cuando tuvo que conocer los rigores del exilio. Al retornar la democracia, su partido Acción Democrática lo postuló como secretario general de gobierno de su estado natal, Anzoátegui. Allí enfrentó la intentona de golpe de Estado conocida como el “Barcelonazo” con apenas treinta años.
En mi último libro Historia Contemporánea de Venezuela. Del General José Antonio Páez al Comandante Hugo Chávez, relato lo ocurrido y la valiente y corajuda participación de Carlos Canache frente a los golpistas del “Barcelonazo”. En efecto, allí digo que: “(…) toman por asalto el Cuartel Pedro María Freites (los golpistas), hacen presos al gobernador Rafael Solórzano Bruce y al secretario político de la gobernación Carlos Canache Mata (…) y cuando un grupo de oficiales, dirigidos por el subteniente Ramón Carrasquel retoman el cuartel, disparando contra los insurrectos, se producen más de 16 bajas de civiles y militares. Las vidas de Solórzano Bruce y Canache estuvieron en grave peligro, porque al momento de retomar el cuartel eran rehenes de los insurrectos dentro de sus instalaciones”. Canache cuenta en su libro Rómulo Betancourt Líder y estadista que un militar insurrecto, paisano suyo de Píritu, trató de protegerlo y le ofreció llevarlo a la cocina del cuartel, porque sabía que la retoma de esas instalaciones iba a ser cruenta y su vida corría peligro. Canache en alarde de coraje le respondió que, si se hacía lo mismo con todos los detenidos incluyendo al gobernador, él lo aceptaba, de lo contrario, correría el mismo riesgo de todos los demás. El soldado no lo pudo complacer y Canache asumió el peligro de permanecer en los pasillos del cuartel adonde se cruzaban los disparos de ambos grupos contendientes. Así era Carlos Canache Mata. Un hombre de una sola pieza.
Carlos Canache era un intelectual de esos que dejan huella, que no son de los “ágrafos” que detestaba Rómulo Betancourt. Era médico y abogado, pero nunca ejerció ninguna de las dos profesiones, para dedicarse por entero al apostolado de la política honesta y decente. Con él compartí muchas horas agradabilísimas, dentro de una comisión designada por el CEN de AD, para la reforma de la tesis política del partido. La coordinaba la compañera presidenta Isabel Carmona de Serra y estaba integrada, por otros destacados políticos e intelectuales, como Demetrio Boersner, Gumersindo Rodríguez, Américo Martín, Héctor Pérez Marcano, Ángel Lugo, entre otros. Allí Carlos prodigaba enseñanzas invalorables, por su conocimiento de la historia de la socialdemocracia internacional y de su trayectoria partidista ejemplar.
La última interacción que tuve con Carlos Canache fue durante los actos de despedida de otro campeón de la honestidad política venezolana, como fue nuestro inolvidable compañero Octavio Lepage. El CEN de AD, por unanimidad, acordó que Carlos y yo dirigiéramos unas palabras de despedida al ilustre compañero, en la sede de la Asamblea Nacional. Fue un momento muy duro para ambos: para Carlos, porque era la despedida de un hermano de luchas de toda la vida y, para mí, un honor entrañable, pero muy triste. A mí se me “enfrió el guarapo” durante mis palabras, sobre todo al ver brotar una viril lágrima de los ojos recios de ese oriental de mil batallas que fue Carlos Canache Mata.
Se pueden escribir libros sobre la vida y obra de este gran venezolano, ejemplo de lucha honesta, íntegra y sin dobleces. La dictadura de los límites de un artículo de prensa me hace concluir dejando en el tintero muchísimas actuaciones de Carlos Canache. Solo quise dejar un testimonio de admiración, de cariño y de dolor que se acrecienta por la lejanía. Cómo hubiese querido hablar en su sepelio, para dejar testimonio a las nuevas generaciones que estos son los ejemplos para seguir y no el de la cáfila de corruptos y despreciables, enanos intelectuales, que llegan a la política a medrar y no a servir como lo hizo siempre Carlos Canache Mata.
Como sé que Carlos siempre tuvo en su cuerpo gotas de sangre jacobina, como Antonio Machado, quisiera despedirlo con los últimos versos del poema «Retrato», del gran poeta sevillano, que dibujan con precisión de pintor del renacimiento la vida y obra de Carlos Canache Mata.
(…) Y al cabo, nada os debo; me debéis cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
Hasta siempre compañero de luchas, de sueños y de esperanzas por el renacer de la democracia, la libertad y la ética en Venezuela. Honor y gloria a Carlos Canache Mata.
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