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Queridos fanáticos

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Queridos fanáticos es el título de un muy reciente (2017) libro de Amos Oz, editado este año en español por Siruela. Se trata de tres ensayos: Queridos fanáticos, Luces, no luz y Sueños de los que Israel debe librarse pronto,  basados en conferencias dictadas por el autor en la universidad alemana de Tubinga en 2002. Queridos fanáticos puede considerarse un manual en el que usted encontrará un retrato del fanatismo, no importa de qué creencia religiosa, nacional o política sea el paciente.

Amos Oz nacido en Palestina en 1939 durante el mandato británico,  tiene una prolífica obra y ha sido merecedor de premios como el Príncipe Asturias de las Letras, la Legión de Honor francesa, el Premio Goethe, y el Israel Prize. Encuentro especialmente importante referirme a su novela Una historia de amor y oscuridad, en la que a pesar de su carácter fundamentalmente intimista, marcado por la melancolía y suicidio de su madre cuando él, hijo único, contaba con escasos 12 años, se reflejan nítidamente los diversos ambientes políticos e intelectuales judíos. En especial las grandes divergencias existentes antes y durante la creación del Estado de Israel entre los más destacados líderes sionistas, contrastante con la unanimidad que se pretende en torno a las decisiones de quienes hoy gobiernan con políticas que el destacado escritor considera equivocadas y suicidas.

Participó en la Guerra de los Seis Días y en la de Yom Kipur, y a pesar de su radicalismo juvenil fue cofundador en los años setenta del movimiento Paz ahora. Hago esta referencia para ilustrar no solo su indiscutible compromiso con Israel, sino también sus cambios de postura que corroboran su aversión a lo irreversible, esa otra manera de nombrar al fanatismo.

De este texto quiero entresacar lo que creo más esencial en el desarrollo y el inmediato futuro de esa extraordinaria aventura humana que ha sido el Estado de Israel, que en estos días llega a siete largas, enaltecedoras y terribles décadas.

El ensayo Luces no Luz, escrito con su hija Fania, está especialmente dedicado a rescatar la esencia cultural del judaísmo, en él reflexiona sobre la distorsión que el fanatismo religioso y político han hecho de los sagrados libros judaicos, al punto de que sus más importantes preceptos van perdiendo sentido en el presente. La mejor cultura judía, dice, es una cultura de negociación. Se trata de luces, no de luz, de rescatar el derecho de disentir, de ser diferentes.

Se siente un tono de urgencia al abordar los Sueños de los que Israel debe librarse pronto, en el cual alerta sobre los riesgos que se corren  de continuar con la política de asentamientos que produce cada vez más rechazo mundial.

Teme que de no constituirse pronto los dos Estados pueda surgir un solo Estado que sería un Estado Árabe, desde el mar Mediterráneo hasta el río Jordán, y también la posibilidad de que se instaure una dictadura de fanáticos, que oprima tanto a los árabes como a sus opositores judíos.

La elección de Trump a la presidencia deslumbró a los colonos y algunos fanáticos cristianos de Estados Unidos que los apoyan, pero el mundo se opone a que Israel tenga el control de los territorios de Cisjordania y de la población palestina. ¿Está cada vez más cercano un boicot  mundial?, se pregunta.

Las preocupaciones expresadas por Amos Oz siguen siendo minoritarias y estigmatizadas por el llamado a la solidaridad automática con los gobernantes israelíes.

El reciente traslado de la Embajada de Estados Unidos a Jerusalén y las sangrientas consecuencias de los enfrentamientos, que causaron  un centenar de  muertos y más de 10.000 heridos en siete semanas de protestas en la frontera, es un paso más en la dirección equivocada alertada por el autor, priorizar un gesto simbólico por encima de la posibilidad de avanzar en la concertación y en la paz. El fanatismo de Hamás sigue avanzando en la  rabia de los palestinos que se sienten humillados. En esto tienen una gran responsabilidad los fanáticos que  actualmente conducen el Estado de Israel y ahora también el gobierno del fanático de Trump. Es la conclusión  más  acuciante.

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