«Estimado lector,
Me dirijo a usted desde el más allá, como Publio Cornelio Escipión Africano, el cónsul y general en jefe romano de la V y VI legiones que derrotó al ejército cartaginés, macedonio y númida comandado por su general Aníbal Barca en la batalla de Zama, África, y puso fin a la Segunda Guerra Púnica.
He sido testigo de los acontecimientos que han sacudido al mundo en los últimos meses, y no puedo permanecer en silencio ante la barbarie que está cometiendo Rusia contra Ucrania. Lo mismo piensa Aníbal, aquí a mi lado, con quien he analizado los acontecimientos a los cuales me refiero ahora.
Rusia ha invadido Ucrania con el pretexto de proteger a los ruso-parlantes y a sus intereses estratégicos, pero en realidad lo que busca es continuar expandiendo su dominio y su influencia sobre Europa, Eurasia y Asia. A riesgo de sus amenazas ofensivas e incursiones bélicas se encuentran las naciones al occidente, sur y oriente de ese foco invasor que es Rusia y a quien nadie le cree ni respeta. Ni como estado ni como nación. Esto es: ni a Rusia ni a su población.
En dos ocasiones ha violado Rusia la soberanía y la integridad territorial de Ucrania que había reconocido -y aceptado respetar- en el Tratado de Belavezha el 8 de diciembre de 1991 que disolvió la Unión Soviética, firmado por los presidentes en ejercicio de Rusia, Ucrania y Bielorrusia (Boris Yeltsin, Leonid Kravchuk y Stanislav Shushkévich, respectivamente).
Rusia ha desconocido también el Memorándum de Budapest sobre Garantías de Seguridad contra amenazas o uso de la fuerza firmado en Budapest, Hungría, el 5 de diciembre de 1994 y sus posteriores anexiones mediante el cual las cinco más grandes potencias nucleares (Rusia, Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y China) garantizaban la seguridad, integridad territorial e independencia política de Ucrania, Bielorrusia y Kazajistán. Ucrania, a cambio, cumplió su parte al incorporarse al Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares y entregó el tercer arsenal más grande del planeta a Rusia.
No quedan fuera de nuestra observación Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y especialmente China, miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Todavía están a tiempo de hacer lo correcto.
Pese a los evidentes acuerdos internacionales, Rusia ha desatado una guerra infame, cruel, traicionera y despiadada, ha causado miles de muertos y heridos, ha atacado a objetivos civiles, ha destruido infraestructuras y ciudades, ha desplazado y secuestrado a niños ucranianos y los ha desaparecido quién sabe dónde, ha provocado una crisis humanitaria y alimentaria, y ha amenazado con usar armas nucleares si no se le concede lo que quiere.
Esta conducta es indigna de una nación civilizada, y mucho menos de una que se dice heredera de la cultura greco-romana por vía de la religión cristiana de la Iglesia Ortodoxa de Constantinopla y de Kyiv. Las religiones –todas– todavía están también a tiempo de acabar con esta insensata guerra.
Rusia ha demostrado una falta absoluta de valores militares, de honor, de disciplina, de lealtad, de justicia, de respeto al derecho y a la vida humana. Ha actuado con arrogancia, con codicia, con crueldad, con cobardía, con engaño, con hipocresía. Ha recurrido a mercenarios crueles sin límites. Ha despreciado a sus aliados, a quienes pactaron según las normas del derecho internacional, a sus enemigos, a sus propios ciudadanos. Ha desafiado a la comunidad internacional, a las leyes internacionales, a los principios morales.
Y los tratados internacionales que ha incumplido no son susceptibles de desconocimiento ya que de ellos se crearon quince repúblicas independientes y le permitió a Rusia mantener –por vía de sucesión acordada por tres partes, pero no por el resto de los países– la cualidad de miembro de la Organización de las Naciones Unidas y su sitio como miembro permanente de su Consejo de Seguridad sin escrutinios ni votaciones por parte de los restantes miembros.
Como militar, como ciudadano del mundo y analista contemplador de los acontecimientos, siento una profunda vergüenza por el comportamiento de Rusia.
En mi época, Roma también fue una potencia del mundo conocido entonces. Pero de allí a entonces han transcurrido más de 2.270 años y ha sido tiempo suficiente para que reflexione sobre los aciertos y errores de Roma. Durante estos milenios ha sido mucho lo que hemos presenciado.
Por mi parte, me disculpo por los errores de mi república y valoro y enaltezco nuestros aciertos por la paz, por la preservación de la civilización, por la diplomacia y por la cultura.
No pretendo enarbolar a mi república romana como estandarte de gloria ni como paradigma de república. Pero creo muy firmemente que si mi amada república romana estuviera presente hoy en día en el concierto de las naciones, respetaríamos a nuestros aliados, a nuestros enemigos, a nuestros ciudadanos, a las naciones vecinas y cumpliríamos con los compromisos adquiridos con honor y para gloria de Roma. Adoptaríamos y defenderíamos los patrones de civilidad actuales, acataríamos las leyes de los hombres y las leyes de los dioses y si –Júpiter Óptimo Máximo no lo quiera ni permita- estuviéramos en guerra, sería por una justa causa y respetando las leyes de la guerra.
No pretendo idealizar el pasado ni negar los errores y los excesos que también cometió Roma así como otras naciones, pueblos y tribus. Pero sí quiero reivindicar el legado que nos dejó Roma, el legado que Rusia ha traicionado y que Ucrania ha defendido. Ucrania ha demostrado una valentía, una resistencia, una dignidad admirables. Ucrania ha luchado por su libertad, por su democracia, por su identidad que, por cierto, es el origen de la identidad rusa pese a que Rusia denigre hoy de su origen y agreda a sus hermanos. Ucrania ha contado con el apoyo de sus aliados europeos y americanos, que han denunciado la agresión rusa y han impuesto sanciones económicas y políticas. Ucrania ha respetado los acuerdos internacionales sobre el desarme nuclear y ha renunciado a poseer y a usar armas nucleares.
Por eso, desde nuestra posición privilegiada en el más allá, Aníbal y yo expresamos nuestra solidaridad con Ucrania y nuestro repudio a Rusia. Deseamos hacer un vehemente llamado a la razón y a la conciencia de todos los líderes del planeta –beligerantes o no, amenazados por Rusia en lo inmediato o en lo mediato (y que no les quede duda que irán después a por ustedes si se salen con la suya)- para que pongan fin a esta guerra antes de que sea demasiado tarde. Están allí ejerciendo sus magistraturas para servir a sus naciones con honor en concierto con las restantes. La musa Clío y su madre Mnemósine, velarán porque sean honrados y recordados por la humanidad si tienen el valor y el coraje de obedecer los dictámenes de la justicia, de la lealtad; el valor de enfrentar decididamente a los que reniegan de la justicia; el coraje de respetar las leyes con rectitud y el honorable esfuerzo de cooperar en buscar la paz con generosidad.
Espero que estas palabras sirvan para algo. Que no queden en un espacio cualquiera de un medio de comunicación. Que motiven las conciencias, la empatía, la inspiración de cumplir los sueños de un mundo mejor y que, sobre todo, contribuyan para evitar una tragedia, para salvar vidas inocentes, para mitigar los sufrimientos innecesarios de tanto de los civiles como de los militares afectados por esta incalificable locura y para preservar, de una buena vez y para siempre el futuro en paz de la humanidad.
Y a ti Bielorrusia, te maldigo por venderte a Fraus y a Dolus al incurrir en tu traicionera alianza con Rusia permitiendo el paso de ejércitos y mercenarios por tu territorio y al aceptar armas nucleares de Rusia apoyando sus desafueros.
Publio Cornelio Escipión Africano.
Y, yo, Aníbal Barca, General en Jefe de Cartago –por Baal y Tanit-, me adhiero a lo expuesto por el Cónsul de la República de Roma quien fuera mi acérrimo enemigo y hoy compartimos por igual el mismo destino tras dieciséis inútiles años de guerra en los cuales lideramos a nuestros ejércitos a vergonzosas masacres. Aparentes héroes que hoy imploramos piedad».
Dios guarde a V. E. muchos años.
@Nash_Axelrod
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