Luego del crack financiero de 2029, el Congreso norteamericano emprendió una investigación para determinar las razones de aquel cataclismo.
Con ella quedó al descubierto que la caída de la bolsa de valores no fue el resultado de una crisis cíclica del capitalismo, ni una fatalidad inevitable. Todo lo contrario, aquella crisis, como la de las subprimes de 2008, tuvieron su origen en la especulación de unos pocos; en la existencia de unas troneras en la legislación que voluntariamente se dejaron abiertas y en la colusión de sectores de las altas finanzas norteamericanas con las autoridades encargadas de la poca supervisión bancaria de la época. Este entramado de políticos y financieros, hizo exclamar en una de las audiencias a un representante del partido demócrata que se habían puesto en evidencia “los bajos fondos de las altas esferas”
Los presidentes Coolidge y Hoover, en particular este último, se negaron a dar crédito a lo que varios de sus asesores les indicaban. El crecimiento desmesurado del crédito, aunado con la baja inusitada de la demanda y una crisis agrícola, hizo que la bolsa de valores se convirtiera en la generadora de una burbuja que ya no pudieron controlar.
Todo el financiamiento bancario comenzó a desentenderse de la economía productiva y hasta los corredores de bolsa tomaron el lugar de los bancos y comenzaron a prestar a sus clientes para que compraran acciones.
Se llegó a tal euforia por la compra de títulos que cualquier pequeño empleado que dispusiera de 100 dólares podía comprar acciones por un valor de 1.000 dólares, porque los otros 900 se los financiaba, bien el banco, bien el corredor de acciones.
Así terminaron los “locos años veinte”. Casi todos los norteamericanos eran accionistas, al punto de que John Kennedy, el patriarca del clan, llegó a decir: “Si mi limpiabotas sabe más que yo de Wall Street, es hora de que yo me salga del negocio”.
En dos platos: la economía estadounidense dejó de ser productiva para hacerse especulativa, gracias a una (como ya dijimos) desregulación interesada.
Tanto fue así que, llegado al poder, Roosevelt tuvo que honrar su palabra de promulgar normas para evitar un nuevo episodio catastrófico parecido al del crack del 29. Incluso, en su toma de posesión, tuvo que dedicar una buena parte de su discurso a comprometerse ante el país a cumplir ese ofrecimiento.
Roosevelt tomó algunas medidas en esa vía, acicateado también, por la realidad geopolítica mundial de la guerra y la posguerra y por su proyecto, contenido en los acuerdos de Bretton Woods.
Pasó mucha agua bajo los puentes, hasta que las normas volvieron a relajarse y asistimos a la crisis de las hipotecas de 2008. Otro episodio en el que se demostró que la especulación y la irresponsabilidad financiera de algunos “lobos” de Wall Street y varias bolsas europeas, se aprovecharon del relajamiento institucional y de sus conexiones “non sanctas” con los organismos reguladores del mercado bursátil.
Desde que el mundo es mundo, este dilema de la ética de los negocios y la relación de estos con el poder político, está y estará planteado siempre.
Es obvio y de Perogrullo que las élites económicas y los gremios empresariales deben relacionarse con el poder público. No importa cuál sea la orientación del gobierno, un empresario está en el deber y en el derecho de defender su empresa y sus agremiados. De manera que, mientras la telepatía no se desarrolle lo suficiente, habrá que reunirse y atender invitaciones de los personeros del poder político, les guste o no les guste el anfitrión de la reunión.
En el caso de Venezuela, este tema es particularmente sensible por razones harto conocidas y, obviamente, ha vuelto a ser noticia, gracias al encuentro celebrado en Miraflores con los dirigentes gremiales del empresariado.
Allí, Maduro volvió a exponer los lugares comunes de sus propuestas económicas: de nuevo señaló que su gran plan para el desarrollo nacional son las llamadas Zonas Económicas Especiales. En notas anteriores nos hemos referido a ellas, como los verdaderos instrumentos del “capitalismo de panas”. Son centros para la maquila, para la producción limitada o simplemente puertos de transferencias de mercancías en los que virtualmente no regirán las normas laborales, ambientales y administrativas de la República.
Se trata de un verdadero “gancho” para ofrecer negocios rápidos, con poco riesgo pero que no son los que desarrollarán al país, ni lo sacarán de la postración.
El empresariado venezolano tiene ante sí una importante responsabilidad. Deberán decidir si ese modelo es el que deben acompañar. El de esos negocios rápidos y el que expropió a Franklin Brito y a millares de emprendedores a quienes no se ha resarcido, ni devuelto sus empresas, o bien uno que, respetando la propiedad y las libertades esenciales, propicie el desarrollo nacional.
La cercanía al poder político, lo repetimos, es necesaria, pero demanda una enorme responsabilidad. La que no tuvieron algunos al final de los años veinte postró económica y socialmente al mundo y propició la tragedia de la Segunda Guerra Mundial; la de 2008 volvió a sembrar la miseria en el mundo por varios años.
La que padecemos en Venezuela, nos tiene hace más de 20 años postrados y al borde de la ruina. Las fulanas Zonas Económicas Especiales tienen un discreto y peligroso encanto, pero no tienen nada que ver con el desarrollo del país que demanda un nuevo modelo de conducción.
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