La mera idea de un auténtico liberal como Javier Milei, candidato de La Libertad Avanza, acercándose a la presidencia argentina provoca repulsión entre muchos autodenominados liberales en Iberoamérica. Los motivos de este rechazo pueden ser variados: desde la envidia al éxito ajeno, hasta el financiamiento progresista proveniente de Washington (o de Virginia), o incluso intentos lamentables de refinamiento intelectual. En esta columna, exploraremos este último punto.
El argumento principal que esgrimen en contra de Milei, y en el que nos detendremos en este texto, es que el liberalismo no puede coexistir con el populismo, una afirmación falaz que refleja un desconocimiento tanto de la teoría como de la ciencia política. Aquí es donde la definición y las interpretaciones del populismo juegan un papel crucial. El populismo es un concepto que se usa tanto como arma arrojadiza en la esfera pública como en las aulas académicas, generando significados, interpretaciones y reinterpretaciones. No obstante, en los círculos académicos de la Ciencia Política, la definición “ideacional” del populismo se está imponiendo.
En «Populism: A Very Short Introduction» (Oxford 2017), los politólogos Cas Mudde y Cristóbal Rovira proponen que las definiciones clásicas en torno a la irresponsabilidad económica, el dominio de un líder carismático y los movimientos de masas, entre otras connotaciones con las que se ha envuelto al fenómeno populista, resultan insuficientes o reduccionistas para abarcar una realidad tan amplia. Su enfoque radica en considerar el populismo como una «ideología delgada» que divide a la sociedad en protagonistas y antagonistas, en el pueblo frente a una élite que no representa la «voluntad general».
La noción de que el populismo pueda ser una ideología delgada es interesante, ya que puede ir acompañada, como suele suceder, de una ideología “gruesa”: el socialismo, el liberalismo, el conservadurismo, el comunismo, el fascismo, entre otras. En este contexto, la comprensión de Milei como un populista liberal toma un matiz interesante. Su retórica de enfrentar a la «casta», donde contrapone al ciudadano trabajador con el político «chorro» que se beneficia a su costa, encarna un choque entre el pueblo honrado y una élite corrupta.
Es evidente que Milei porta la ideología delgada del populismo. La incógnita radica en si esto es siempre negativo. En Iberoamérica, está claro que el populismo debe observarse con precaución y alarma. Un vistazo por la región basta para constatar que los populistas han utilizado su retórica dicotómica para acumular poder y levantar regímenes autoritarios (como el chavismo en Venezuela, Ortega en Nicaragua, o el MAS en Bolivia) o están en proceso de hacerlo (como Bukele en El Salvador).
Sin embargo, el populismo también puede servir como agente de democratización. Un ejemplo resaltante es el caso de Lech Walesa, ex presidente de Polonia y Premio Nobel de la Paz, quien adoptaba un discurso populista en el que su movimiento Solidaridad se erigía como el «pueblo» frente a la élite del Partido Obrero Unificado Polaco, un satélite soviético que gobernó el país entre 1948 y 1990. Este planteamiento dicotómico no detuvo, sino más bien impulsó, la lucha de Walesa por liberar a Polonia de más de 40 años de dictadura.
Javier Milei representa este tipo de populismo, uno que anhela revitalizar la endeble democracia argentina y, al mismo tiempo, con su plan liberal, no planea acumular poder, sino más bien descentralizarlo, sanear su economía y orientar al país hacia el desarrollo, de una vez por todas.
El candidato de La Libertad Avanza no encaja en la etiqueta de «antiderechos» ni en la categoría de extremista de derechas, como algunos falsos liberales, también conocidos como «liberprogres», han sugerido. ¿Quién es realmente Javier Milei y qué busca proponer? Su visión abarca una transformación tanto económica como cultural para la sociedad argentina.
En el ámbito económico, su objetivo es realizar una profunda metamorfosis. Aboga por la dolarización de un país que, tras décadas, no ha logrado escapar de la vorágine inflacionaria. La dolarización, lejos de ser una medida descabellada, ha sido implementada con resultados diversos en países como Ecuador o El Salvador. E incluso, el caso del Perú, con su economía de doble circulación, pinta un panorama similar. Reducir la monumental maquinaria estatal que el peronismo ha forjado no constituye una estrategia «extrema», sino una necesidad acuciante. El Estado deficitario argentino cuenta con 3.8 millones de funcionarios públicos, casi medio millón más que la población completa de Uruguay (3.4 millones). La idea de cerrar el Banco Central podría resultar controvertida, pero en el contexto de la política monetaria argentina, el solo planteamiento se torna imperativo.
En esencia, Milei anhela una economía vigorosa y saneada, respaldada por una moneda sólida que fomente un capitalismo capaz de elevar a una nación donde el 40% está en la pobreza.
En lo que concierne al cambio cultural, Milei propugna un reinicio de la cultura política impregnada por el peronismo, que incluso se impuso en periodos dictatoriales. La teoría de Justicia Social, además de exhibir pobreza doctrinaria, inculcó la falacia de que cada demanda social debía desencadenar la instauración de un derecho, una premisa teórica sin fundamento e inaplicable a la realidad. No todo puede ser un derecho y no todos los bienes económicos califican como tal. Este idealismo es reflejo de un populismo voluntarista, pero en su peor acepción.
La propuesta de Milei no se encamina hacia la eliminación de derechos. Por el contrario, aboga por la aceptación de una realidad económica innegable: los recursos son limitados, las cosas tienen costo y el Estado no puede distribuir indiscriminadamente. Eso es. No es un nazi.
En paralelo, la corriente de la Libertad Avanza busca poner fin al clientelismo a través de su estrategia económica y cultural. ¿Es posible que la estrategia contra el macroclientelismo arraigado en Argentina y el legado peronista encierre un riesgo autoritario? Hasta ahora, no parece ser el caso. El clientelismo corroe los cimientos de la democracia, y Milei aspira a combatir esta lacra. Cabe destacar que también se distingue por abrazar la globalización, marcando una clara diferencia con el populismo de tintes nacionalistas.
Las críticas provenientes de ciertos «liberales» hacia Milei parecen fundamentarse, en buena medida, en la falta de comprensión del proceso histórico y conceptual del populismo. Queda claro que es plausible que exista un populismo con tintes liberales y, en realidad, este enfoque parece estar obteniendo éxito electoral, a diferencia de sus detractores, quienes, en términos políticos, son inexistentes.
Por ejemplo, en lugares como el Perú, los liberales viven lamentando fracasos. La realidad electoral muestra que rara vez han logrado conquistar el respaldo popular, en gran parte debido a su desconexión con las clases populares. Como diría un amigo, «el liberalismo es para blancos». Quizás Milei, con su enfoque liberal y democratizador que utiliza la retórica populista para establecer vínculos con la ciudadanía, podría representar el modelo del cual deberíamos aprender, en lugar de criticar. Milei está logrando llevar las doctrinas lógicas y sin sentimentalismos del liberalismo a las masas. En una democracia, la transformación de la sociedad proviene del respaldo de la mayoría popular. Está demás decir que la sociedad liberal no llegará a través de charlas de think tanks con financiamiento progresista o en columnas de opinión en diarios elitistas.
El ejemplo de Milei demuestra que el liberalismo, si busca conquistar corazones, debe recurrir a retóricas que resuenen en el lenguaje cotidiano. Su capacidad para comunicar con las masas ilustra la efectividad de esta estrategia, mucho más que los matices conceptuales debatidos en círculos intelectuales elitistas, aislados y falsamente refinados intelectualmente.
Publicado en el diario El Reporte de Perú
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