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«¡Que nos ayuden!»: la súplica de los migrantes varados en la frontera de Costa Rica y Panamá

Por AFP
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Un aeródromo abandonado alberga ahora un miserable campamento con miles de migrantes que cruzaron desde Panamá a Costa Rica y quedaron varados al carecer de 30 dólares para seguir rumbo a Estados Unidos.

Paso Canoas, el principal paso fronterizo entre Panamá y Costa Rica, se ha convertido en una encrucijada para los migrantes: los que tienen dinero se quedan solo unas horas en el lugar y los que no tienen ven su «sueño americano» convertirse en «pesadilla».

«Los 22 días que yo tengo aquí, para mí es un infierno porque mis hijos han estado enfermos, hemos pasado hambre porque no hemos tenido dinero, no hemos podido salir a pedir, aunque sea, no podemos salir a trabajar», dice a la AFP desconsolado el venezolano José Toro.

El migrante de 25 años de edad ve partir a diario 50 autobuses amarillos y verdes desde el campamento lleno de lodo rumbo a la frontera con Nicaragua. Es un trayecto de 350 kilómetros a través de la ruta Interamericana, que demora nueve horas.

El billete de autobús cuesta 30 dólares innegociables por persona, ya sea adulto, niño o bebé, tarifa que muchos migrantes no pueden pagar.

«Si tuviéramos la oportunidad y el dinero para seguir adelante no estaríamos aquí estancados», comenta Toro.

Algunos gastaron lo poco que tenían al cruzar la peligrosa selva del Darién, entre Colombia y Panamá. Otros fueron asaltados o extorsionados por bandas criminales que operan en la zona y perdieron hasta el último dólar.

Un récord de más de 248.000 migrantes han cruzado desde Suramérica la inhóspita selva panameña en lo que va de este año, más que en todo 2022, según el gobierno panameño.

De ellos, poco más de 204.000 han entrado a Costa Rica por Paso Canoas tras recorrer casi 1.000 kilómetros por territorio panameño, según cifras oficiales.

«En sufrimiento»

Al entrar a Costa Rica, los migrantes son enviados al lúgubre campamento.

Era el recinto de una antigua feria comunal y sirve de solución improvisada desde mayo. Lo habilitó el gobierno de Costa Rica ante las quejas de vecinos y comerciantes del pueblo de Paso Canoas por los cientos de migrantes desamparados que deambulan por las calles.

Este es un pueblo binacional. Una porción pertenece a Panamá y la otra a Costa Rica.

La gente de la zona costarricense se queja por la suciedad y la inseguridad que genera la presencia de los migrantes, la mayoría venezolanos, ecuatorianos y haitianos.

Pero los migrantes también se quejan por el calvario que viven en Paso Canoas.

«Estamos en un sufrimiento», señala a la AFP el venezolano Daniel Serrano, varado desde el 2 de agosto.

«Veníamos a buscar un mejor sueño, pero lamentablemente hemos encontrado una pesadilla porque ningún ente gubernamental nos está ayudando», agrega este trabajador social de 42 años de edad.

El campamento tiene apenas media docena de baños inmundos y rodeados de basura. Unos 10 metros cuadrados de techo de planchas metálicas salvan a los afortunados que plantaron debajo sus pequeñas tiendas de campaña.

El resto sufre a la intemperie los más de 30 grados celsius y los aguaceros diarios que empantanan el terreno.

«¡Que nos ayuden!»

Cuatro policías, en dos autopatrullas con aire acondicionado, custodian la improvisada boletería donde se venden los preciados billetes de autobús para seguir hacia Nicaragua.

Unas horas al día la Cruz Roja Costarricense brinda atención de primeros auxilios en el lugar.

«Traen muchas lesiones en sus pies, heridas, encontramos muchos pies inflamados, ulcerados. Hay muchos problemas estomacales debido al agua que consumen a lo largo de la ruta», indica a la AFP Daniel Picado, coordinador del equipo de la Cruz Roja.

Los voluntarios limpian con agua la cara embarrada de una niña de unos 10 años, que sonríe mientras es atendida.

Decenas de otros niños corretean y juegan como pueden en el campamento, mientras los adultos piden ayuda a gritos.

«¡Que nos ayuden, que nos busquen una solución!», pide a la AFP la venezolana Yadira González.

«La idea es que tiene que haber seguridad, gente que nos atienda, medicina para los niños y que nos pongan atención como seres humanos», agrega la mujer de 40 años de edad y madre de tres hijos.

«Seguir hacia adelante»

Los gobiernos centroamericanos gestionan como pueden el creciente flujo migratorio, mientras Estados Unidos advierte que los viajeros que lleguen «de manera irregular serán procesados y devueltos con rapidez hacia su país de origen».

Los migrantes tienen su propio plan: «seguir hacia adelante, para atrás jamás», según dice a la AFP la venezolana Katiuska Pérez, madre soltera que llegó con sus cuatro hijos el 19 de julio.

«Ya lo más feo lo pasé, que era la selva (…), tengo que seguir adelante con mis hijos, tengo que darles un futuro a ellos», indica la mujer de 28 años.

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