Las jóvenes Ysleydi González y Catherine Porciello, pese a sus marcadas diferencias económicas, comparten una misma preocupación: ven como una utopía generar un patrimonio con recursos propios en Venezuela, donde se necesita trabajar más de 41 años para comprar un apartamento de una habitación en una modesta zona de Caracas, con un costo de unos 25.000 dólares.
Con un salario medio -actualmente en unos 150 dólares, según la encuestadora Datanálisis-, y teniendo en cuenta que el precio de la canasta básica mensual a la fecha está en 100 dólares por persona, según estimaciones independientes, quedarían 50 dólares de ahorro para destinar a la compra de la vivienda.
En el país, los jóvenes, cuyo día internacional se conmemora el 12 de agosto, han vivido en los últimos años una profunda crisis que ha llevado a muchos a trabajar antes de tiempo, ocuparse en actividades distintas a las que desean o a buscar fuera ese futuro que no vislumbran con claridad en su nación.
Estas dos jóvenes siguen en su país, con el sueño común de poder independizarse, pero de momento no les queda otra opción que vivir con sus familias para incluso cubrir necesidades básicas como la alimentación.
Dos realidades, una aspiración
Ysleydi González, de 18 años de edad, vive con su madre, hermana, abuelo, pareja y su hija de 3 años en una humilde e inacabada vivienda en Petare, el barrio más grande del país, desde donde sueña con estudiar Ingeniería, para lo que necesita recursos que actualmente no tiene.
«Todo es dinero. No he tenido la posibilidad (de empezar a estudiar)», dice a Efe la joven, cuya madre, de 38 años de edad, es la única persona en la familia que está trabajando como vendedora en una tienda, y alquilando, por 25 dólares mensuales, puestos de estacionamiento en un terreno de la vivienda.
González dedica sus días a ayudar en un comedor social, sin recibir otra remuneración que el almuerzo.
«Quisiera vivir aparte y tener mis cosas, defenderme sola e independizarme», expresa.
«Simplemente no se puede»
Es la misma aspiración de Catherine Porciello, de 22 años de edad, para quien conseguir un trabajo es bastante difícil, sobre todo uno que «dé lo suficiente» para cubrir todas las «necesidades básicas» y además adquirir su propio apartamento.
«Simplemente no se puede. El trabajo que tengo no me da lo suficiente para poder ahorrar, cubriendo mis necesidades básicas, para de paso pagar un apartamento», dice a Efe.
Porciello, graduada en Ingeniería Mecánica en una universidad privada, vive con sus padres y su hermana, estudiante de Psiquiatría, en un cómodo apartamento en Caracas.
Según la joven, es casi una fantasía tener un salario aceptable con el que pueda «medio empezar a hacer futuro», por lo que no le queda otra alternativa que «depender un poco» de sus padres, quienes se encargan de los gastos del hogar.
Ambas podrían aspirar a una propiedad asignada por el gobierno -que asegura haber entregado 4,6 millones en los últimos 11 años-, a través del programa Misión Vivienda, mediante el que el Ejecutivo otorga casas a bajo precio.
Un país con limitaciones
El sociólogo e investigador Luis Pedro España explicó a Efe que Venezuela, que ha vivido un proceso de crisis económica importante, tiene un sistema educativo y una estructura social que no brinda posibilidades de capitalización para los jóvenes.
«Si tienen problemas para insertarse y satisfacer sus necesidades más básicas, ni soñar en el patrimonio», dice el experto.
Señaló que es un país muy restringido en cuanto a las oportunidades laborales, lo cual explica que para cualquier joven que tenga aspiraciones y capacidades su horizonte de futuro sea la migración.
A principios de año, Nicolás Maduro pidió impulsar políticas para reducir el desempleo, sobre todo el juvenil, a través de la reactivación de una misión social creada en 2017 llamada Chamba Juvenil, la cual -dijo- se quedó en el tintero y se fue desdibujando.
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