Continúa la galopada opositora por la candidatura presidencial, pero hemos visto cómo han disminuido los aspirantes. Iniciamos con más de sesenta, incluyendo a los alacranes que rebotaron y se olvidaron del asunto, buscando de qué otra manera gastar o lavar los churupos. También vimos a los que no están de acuerdo con la plataforma unitaria, y siguen su camino hacia las presidenciales del 2024. Demasiados en verdad, sin que hubiera mayores diferencias entre unos y otros para justificar la cifra. Por ello, algo lógico, los números ya llegaron a diez y, seguramente, terminemos con alrededor de la mitad hasta que sean dos los protagonistas reales que no necesariamente sean los que encabezan hasta ahora las encuestas. Si alguna lección debimos haber aprendido es que no todo lo que brilla es oro. Un ejemplo clásico será la jamás olvidada elección de cierre de siglo donde Irene arrancó como súper favorita y Chávez era el candidato de la cola. El espantoso resultado de diciembre de 1998 arrojó 20 años después un país arrepentido de haber votado, mayoritariamente, por el barinés. Pero volvamos al presente.
Lástima que no haya segunda vuelta para las primarias porque, a duras penas, tendremos la primera. Olvidemos por un rato la fórmula del consenso, que tampoco por los vientos que soplan, podemos descartar, pues aun flotan en el aire las inhabilitaciones o cualquier otra fórmula que se le ocurra al régimen para desmotivar a los electores y motivar la confrontación entre los candidatos, porque la inhabilitación o rehabilitación es lo único susceptible de negociar por el gobierno. ¿Cuáles son los caminos para reducir a dos los candidatos participantes?
Precisamente, comencemos por el debate que se dio en la UCAB hace casi dos meses, sin obtener los resultados que se esperaban, ya que para convencer al electorado hace falta más que una foto, aparentando unidad. Se necesita la discusión sobre los más variados temas de profundidad de verdad verdad, y, a partir de allí, discutir cual sería el destino y la conducción de la política que se avecina. Los debates miden conocimientos, habilidades, experiencias, ideas, madurez. No quiero hacer menciones individuales, porque no es nada personal, pero lo cierto es que es minúsculo el porcentaje de los aspirantes con capacidad de llegar al poder, o quizá lo más difícil, hacer una “transición”.
Desgranemos un poco. Siempre es bueno recordar la historia para poder dar ejemplos; por ello, sí importa tener un buen nivel académico. No significa que deban ser doctores o que se trate de un concurso de credenciales, pero nadie puede dudar de que el candidato debe saber de los problemas fundamentales del país. Pero estamos en una era de la información y el conocimiento, siendo inadmisible que nos puedan piratear, como la clase política de los últimos años nos ha pirateado. ¿Saben, realmente, qué hacer y tienen a la mano los especialistas, sean o no de su partido? ¿Cuántos candidatos suelen escribir en los medios? ¿Cuáles de ellos cultiva un tema específico? La mayoría de la muestra de los diez aspirante que fueron a la Católica y posterior a Chacaíto o los que están por fuera de la plataforma, no se reúnen ni con los suyos, son autosuficientes y sectarios. Saquen la cuenta y veamos en los últimos años quiénes escriben realmente aunque sea un corto artículo de opinión (y que no sea por encargo). Betancourt era estudioso del petróleo, como Caldera del derecho del trabajo, pero como toda regla hay excepciones.
Otra cosa, ¿ser fundador o jefe de un partido es sinónimo de experiencia? En el país donde ser reconocido por el CNE es una proeza, cualquiera puede tener un partido e inventarle virtudes e historias, así no tenga gente. No es que sean unos genios, pero los oficialistas saben de este modelo buhoneril de partido sobre el cual escribiremos más adelante. Algo peor, ¿para qué considerar la trayectoria política y la meritocracia? No todos tienen la experiencia necesaria, o han presidido una junta de condominio. La idea “no es” descalificarlos, nombrándolos y exponiéndolos al ridículo. No. Jamás será la idea, sino de que haya criterios para determinar cuál es la persona adecuada que se convierta en un abanderado que tenga al menos una opción para derrotar al régimen en las venideras elecciones del 2024. Si a ver vamos, cada quien, amable lector, deberá indagar por su cuenta en este clima de censura y bloqueo informativo, por lo menos, hasta dónde pueda, para descubrir quién es quién. Y a quiénes exhibe, porque dime con quién andas…. Eso también debe medirse.
Pensar siempre que es lo mejor para nosotros y para el país es ir de la mano con las realidades, es estar claro de lo que está pasando y puede pasar, es saber cuáles son las mejores opciones viables para derrotar al régimen. Hemos insistido, resistido y persistido en el trabajo democrático por un largo tiempo para haber aprendido que no es escuchar lo que queremos oír; por el contrario, es entender que nuestras fortalezas se basan en un trabajo en conjunto por un objetivo común, con el candidato idóneo y con las mejores credenciales para poder encaminar al país hacia un mejor futuro.
@freddyamarcano
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