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El Nacional sí cumple

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En primera persona y recientes fechas onomásticas, he relatado por esta página detalles de mi tránsito como reseñista de la producción cultural y opinante desde El Nacional, ya 53 años de sus ahora 80. Con breves interrupciones. Y aprovecho este privilegio para aclararle, de una vez por todas, a quienes juzgan a los otros por su propia condición sobornable, que solo recibí remuneración por este trabajo durante 15 años democráticos.

Entré por casualidad con una Carta a la Redacción en junio de 1969 cuando Arturo Uslar Pietri lo dirigía. Una sección donde los muchos lectores habituales podían opinar libremente sobre temas publicados en el diario mismo sobre noticias relevantes que motivaban preguntas y comentarios. En esa misiva, publicada al  día siguiente de cuando la entregué en la recepción, protestaba sobre el criterio injusto del prestigioso intelectual Juan Liscano con su artículo donde aseguraba que la juventud venezolana era muy pasiva, floja, en fin, algo así como un sector parasitario del país.

Le respondí con indignación bajo control, pues como profesora de Castellano y Literatura en liceos públicos, privados y el caraqueño Instituto Pedagógico Nacional, podía comprobar las duras condiciones de privación económica que soportaba gran parte del alumnado de las aulas públicas, en especial por su alimentación precaria, la carencia del padre visible durante las reuniones convocadas por los docentes y en especial  los muchachos  del IPN, sus esfuerzos de humildes jóvenes provincianos -instalados en curtidas pensiones capitalinas- por adquirir libros y otros materiales imprescindibles para graduarse como profesores de Secundaria.

A partir de aquel día se desató una larga polémica sobre el tema educativo entre lectores y funcionarios estatales. Comprendí entonces que el salón de clases más eficaz para la  sociedad venezolana que entraba en su segunda década democrática era el periodismo de libre expresión que denuncia y ofrece soluciones desde los más diversos puntos de vista. Tan simple, complejo y difícil como eso.

El periodismo democrático abierto respeta las reglas del juego y se equivoca en ocasiones porque está hecho de y para personas y no de ni para uniformados robots. Los estatutos fundacionales de cada medio comunicacional son distintos, en el caso  de El Nacional otorgan a su director el poder de admitir o rechazar opinantes, disentir o cuadrarse con la dirigencia política oficial de su momento. En esa discordancia y al unísono, es el espejo fiel de lo que realmente sucede en el país y el mundo. En ese exacto sentido El Nacional ha sido y continúa reflejando  las verdades y mentiras de cada hoy, pecados y aciertos, en esta hora muestra el resultado de dos décadas infernales bajo la narcotiranía castrochavista, genéticamente corrupta y represiva.

Durante sus ochenta años, El Nacional, con altibajos y corrigiendo a tiempo, ha sido y sigue siendo la universidad popular no populista de la vida cotidiana para la población alfabeta local y mundial que así tienen acceso al difícil quehacer de lo que fue nación libre, hoy en lucha por recuperar su democrática condición, que así la identificó y proyectó durante cuarenta años tan imperfectos y mejorables como es la existencia misma.

Este medio no se vende al régimen de los cuarteles y palacios. Le secuestraron el papel y pasó a prensa digital. Lo despojaron ilegalmente de su sede y propiedad física. También han sido innumerables los intentos miliciviles por bloquear su web. Sin embargo, un personal calificado, eficiente, de mística laboral y leal, ahora disperso en países todavía democráticos, lo convierten en una planta noticiosa y reflexiva transcontinental.

En conclusión parcial, El Nacional es en la actualidad el testimonio veraz y contundente del galleguiano pueblo que día a día sufre bajo la barbarie interna y los exilios, víctima del militarismo totalitario; pero esta vez, con seguridad, la Venezuela decente no esperará mucho más. Por las rendijas de sus líneas se   avizoran tiempos de independencia y correcta libertad, constitucionalmente legalizada.

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