Una vez realizada la Cumbre UE-Celac, 17 y 18 de julio en Bruselas, es un buen momento para realizar un balance y para interrogarse sobre el futuro de las relaciones eurolatinoamericanas. Desde el punto de vista oficial, el saldo ha sido extremadamente positivo, a tal punto que el presidente brasileño Lula da Silva habló del notable interés político y económico de Europa con América Latina, mucho mayor que en oportunidades pasadas.
Hace un mes atrás analizaba en esta misma Ventana Latinoamericana el futuro de la relación birregional a la vista de la entonces inminente Cumbre y de las opciones y expectativas que ésta abría, especialmente tras un vacío de ocho años sin reuniones de este tipo. Pero, más allá de las grandes muestras de satisfacción aireadas por ambas partes, lo cierto es que en muchos ámbitos se extendió el juicio de que solo se obtuvieron resultados más modestos. Incluso llegó a darse el caso de quienes han hablado abiertamente de fracaso.
Buena parte de esos juicios se emitieron teniendo en cuenta la potencialidad de la presidencia semestral española del Consejo de la UE para impulsar los lazos birregionales y de su teórica capacidad para mover a las partes en la dirección correcta. Por eso, a priori, las lecturas muy ambiciosas de los resultados de la Cumbre podrían dejar la sensación de que las metas esperadas distaron mucho de ser las conseguidas. Sin embargo, como veremos, las cosas no fueron exactamente así.
En primer lugar, porque desde un punto de vista institucional y organizativo, en lo referente a América Latina la presidencia española no terminó con la Cumbre de Bruselas. Así, está prevista la celebración en Santiago de Compostela, a mediados de septiembre próximo, de una reunión del Ecofin (ministros europeos de Economía y Finanzas) con sus pares latinoamericanos y caribeños. Es la primera vez que se realiza un encuentro de este tipo, organizado en esta ocasión por la presidencia española con el apoyo de la CAF-Banco Latinoamericano de Desarrollo.
Esta Cumbre espera centrarse en algunos temas claves, ya abordados en Bruselas, como la transición verde y la transformación digital o el crecimiento inclusivo y el desarrollo humano. Como señaló el presidente ejecutivo de la CAF, Sergio Díaz-Granados, “es una oportunidad inigualable para estrechar los lazos económicos, comerciales y políticos entre la UE y América Latina y el Caribe”. Por eso, y dado el carácter más técnico de esta cita en relación con la anterior, lo probable es que en ella se obtengan resultados más concretos.
Segundo, y si bien en la Declaración Final no se logró una clara condena de Rusia por su invasión de Ucrania ni se cerraron las negociaciones por el Tratado de Asociación UE-Mercosur (algo que, en realidad, sonaba bastante imposible), el proceso de reconfiguración de la relación birregional sigue en marcha y la diplomacia mantiene su rumbo. La existencia en España de un gobierno en funciones tampoco ha sido un obstáculo para la celebración de la Cumbre, ni lo será en el futuro inmediato para condicionar, más allá de algunos temores previos, el devenir de la relación. Pese a sus diferencias de matiz, la política española hacia América Latina mantiene sus fundamentos a pesar del partido que gobierne en la Moncloa.
Una de las conclusiones más extendidas en relación con la Cumbre fue la de la gran distancia existente entre las posiciones europeas y las latinoamericanas, diferencias que esconden intereses disímiles y maneras no coincidentes de pensar e insertarse en el mundo. En un reciente Informe del Real Instituto Elcano, “¿Por qué importa América Latina?” (editado por Carlos Malamud, José Juan Ruiz y Ernesto Talvi), se ponían de manifiesto esas diferencias, aunque se señalaba que pese a ellas es posible profundizar en el diálogo y la relación.
Con base en un cuestionario respondido tanto por los embajadores europeos y latinoamericanos acreditados en España se constató que la agenda latinoamericana está condicionada por las prioridades económicas (acceso a los mercados, inversión y transferencia de tecnología), mientras la agenda europea es más diversificada.
Así, se ve a América Latina “como un socio con el que poder avanzar simultáneamente en cooperación económica, lucha contra el cambio climático y reforzamiento de las alianzas políticas e institucionales para defender el orden liberal y democrático”. En este punto, el Informe sugiere que la secuencia óptima para que ambas partes alcancen un acuerdo es empezar por lo económico, proseguir con la sostenibilidad y finalizar con la geopolítica.
Como se decía en la columna anterior: “De hecho, si europeos y latinoamericanos son capaces de mantener abiertos los canales de comunicación más allá del 1º de enero de 2024, será mucho lo que se habrá conseguido”. Y, si bien 2023 no ha concluido, todo indica que se va en esa dirección. Eso es, precisamente lo importante, seguir trabajando para cerrar positivamente el Acuerdo UE – Mercosur y para avanzar a paso firme en la relación entre Europa y América Latina, dos continentes obligados a entenderse, pese a la existencia de algunos personajes singulares, como Daniel Ortega, totalmente refractarios a la idea.
Artículo publicado en El Periódico de España
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