El viernes 3 de diciembre de 2010, un año y tres meses después del arresto en Derby Line, el fiscal federal de Vermont, Tristram J. Coffin, aprobó el memorando de sentencia elaborado por Doherty Jr. para que fuera presentado en la Corte en contra de Guzmán Betancur por violar el artículo 8 de la disposición 1326 (a) del Código de Justicia de Estados Unidos.
Durante todo ese tiempo ‘Jordi’ pasó de una prisión a otra por aquello de la dinámica del sistema de prisiones de Estados Unidos. Incluso una vez se conoció el fallo, el 13 de diciembre de 2010, las cosas tampoco variaron en lo absoluto. Anduvo de cárcel en cárcel hasta el término de su condena por violar el mencionado artículo. Sin embargo, ese no fue el final de la historia. Cuando aún cumplía esa pena fue informado de que el Estado de Nevada lo requería en extradición por un par de robos que cometió en Las Vegas durante el 2003, entre ellos el del turista inglés Daniel Gold. ‘Jordi’ debió seguir en prisión por un tiempo más y, de nuevo, fue transferido de lugar.
Los traslados entre prisiones se daban en un promedio de cada tres meses. Fue así a lo largo de casi dos años y medio de confinamiento. Del modo en que Juan Carlos lo recuerda, primero fue recluido en Chittaden County Jail, en Burlington, Vermont, el lugar al que lo condujo el agente Peter Costas luego de que un magistrado ordenó su detención mientras se le dictaba sentencia. Luego pasó a Ray Brook Correctional, en Lake Placid, Nueva York, y de allí, a Essex County Jail, en New Jersey.
De New Jersey siguió a Strafford County Jail, en Dover, New Hampshire, de donde fue trasladado a otra prisión —en ese mismo Estado— en la que permaneció por tres días previos a la lectura de la sentencia, y de ese lugar fue regresado a Brattleboro, en Vermont. De Brattleboro pasó nuevamente a Strafford, luego al Metropolitan Detention Center, en Brooklyn, Nueva York, y de allí a D. Ray James Correctional Folkston, en Atlanta, Georgia.
Posteriormente ‘Jordi’ fue llevado en extradición a Clark County Jail, en Nevada, y de ésta fue devuelto a Georgia, de donde fue enviado a Northern Nevada Correctional Center, en Carson City. Allí finalmente fue entregado a los U.S. Marshals, quienes lo encerraron en una prisión durante treinta días y luego —durante los últimos días de febrero de 2012— lo sacaron del país en calidad de deportado. Todo un galimatías.
Como cuenta Juan Carlos Guzmán Betancur:
“Después de que paso por la Corte en Brattleboro y de que me ordenan detención preventiva, Costas me lleva a Chittaden County Jail, en Burlington. Aquello resultó ser la caldera del infierno, una prisión pequeña y a reventar por cuestión del hacinamiento que allí había. Me encerraron en una celda con paredes de metal pintadas de verde fluorescente. Hacía un calor de puta madre. La temperatura era como de cuarenta grados centígrados. Una cosa desesperante. El retrete estaba ahí mismo, dentro de la celda, pero de solo verlo daban arcadas. Todo era de lo más inmundo que se pueda imaginar. Olía asqueroso y el piso —que también era metálico— estaba empapado con orines de otros presos que antes habían pasado por allí.
“Cuando traté de dormir las cosas no fueron mucho mejor. Mi cama estaba unida a la cama de la celda contigua por medio de unas barras de metal, así que si movían aquella se movía la mía. Debí acostumbrarme a todo aquello, así como a otras cosas más. Jamás apagaban las luces. No permitían usar zapatos y el único implemento que les daban a los presos era un par de cobijas hechas con una especie de tela quirúrgica desechable. Las hacen en ese material para que se rompan fácil en caso de que algún reo intente suicidarse.
“Me confinaron en esa celda por aquello de figurar en la lista de terroristas en la que me incluyeron por orden de aquel agente de Seguridad Nacional. Mantenía esposado todo el tiempo de pies y manos, con una cadena alrededor de la cintura y atado a la cama. Apenas podía estar sentado o acostado. No me tenían permitido salir al comedor, así que todos los alimentos me los pasaban a través de una ventanilla que había en la puerta. Me alimentaban a punta de sándwiches y cereal. Sólo salía de la celda para ducharme. Un guardia me desencadenaba de la cama e iba conmigo hasta las duchas, me liberaba una mano para que me pudiera restregar con una barra de jabón y sólo se movía de ahí cuando yo terminaba de ducharme. Luego me regresaba al hueco.
“Ninguno de los guardias me llegó a torturar o siquiera lastimar, pero tampoco me dirigían la palabra. Les tenían prohibido hablarme. Se suponía que era sólo una prisión de paso, mientras me asignaban una para aguardar sentencia. Sea como fuere, un día llegan y me dicen que soy un tipo muy peligroso, que esa cárcel no está diseñada para gente como yo y que por eso me deben transferir.
—¿Peligroso? —les dije— ¿Pero a quién coños he matado?
—Pues eso lo sabrás tú —respondieron—. Tus registros dicen que eres peligroso.
“Entonces a comienzos de noviembre de 2009 me sacan de ese lugar y me envían a Ray Brook Correctional, en Nueva York. Se trata de una prisión federal a la que llevan a los convictos que han tenido problemas en otras cárceles federales, un complejo concebido en un principio para albergar a los deportistas de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1980, pero que después adecuaron como prisión1. Vaya cabrones que son los estadounidenses. Desde entonces ya tenían planeado convertir eso en un centro de confinamiento. De hecho, buena parte de la delegación rusa que participó en esos juegos fue alojada en aquel sitio, por aquello de la paranoia de los americanos con el asunto de la Guerra Fría.
“Ray Brook es una prisión de nivel medio, así que no sé cómo fui a parar allí si supuestamente era tan peligroso como decían. Lo cierto fue que cuando llegué a ese sitio conocí a un chaval colombiano al que apodaban ‘Piolín’2. Lo llamaban de ese modo porque era bastante menudo y calvito. ‘Piolín’ fue el primer preso con el que me topé apenas entré a Ray Brook. Era de Fredonia, Antioquia3, y pagaba condena por tráfico de drogas. Me presentó con el resto de colombianos y uno que otro hispano. Recuerdo que me preguntó:
—¿Por qué estás aquí?
—Por inmigración ilegal —le dije, sin entrar en detalles.
—Sino te quieres meter en problemas, mantén junto a nosotros —me advirtió—. Entre todos nos protegemos.
Vaya cabrones que son los estadounidenses. Desde entonces ya tenían planeado convertir eso en un centro de confinamiento. De hecho, buena parte de la delegación rusa que participó en esos juegos fue alojada en aquel sitio,
“Le hice caso a ‘Piolín’. Manteníamos en gavilla todo el tiempo. No nos metíamos con nadie, pero tampoco nadie se metía con nosotros. Éramos tíos calmados. En la cárcel se sabe que cada quien anda en su gueto. Así que los negros se juntan con los negros, los hispanos con los hispanos y los blancos con los blancos. Mientras eso se cumpla, no tiene por qué haber lío.
“El caso es que en esa prisión hice buenas amistades. Desde un chaval rolo4 que era un experto carterista hasta un tío peruano que resultó ser conocido de mis amigos peruanos. Trabajaba igual que ellos, en los hoteles. Supe de él por casualidad, como una semana después de haber llegado a la cárcel. Para entonces nadie me distinguía y muchos ni siquiera sabían por qué estaba allí.
“Recuerdo que una tarde, mientras estaba en el comedor terminando de cenar unos ‘noodles cup’5 y viendo la televisión, empezaron a emitir esa tontería de Primer Impacto6 en el canal hispano. Todos allí seguían ese programa sólo para ver al par de tías que lo conducían, que estaban de lo más chulas, no por nada más. De resto eso es una completa bazofia. Así que estoy en esas cuando de repente, en un espacio del programa, presentan una nota acerca de mí con fotografías y todo. Me muestran como un curtido estafador. ¡Puta, lo que faltaba! Al instante todos quienes están en el comedor me identifican y escucho al unísono un prolongado: ‘Ohhhhh’. Cuando volteo a mirar, cada uno de eso presos tiene sus ojos puestos sobre mí, entre esos el tal peruano. Hasta entonces nadie allí sabía de mi prontuario. Pensaban que yo sólo era otro inmigrante ilegal, nada más.
“Al día siguiente el cuento se regó como pólvora por toda la prisión. Aquello me granjeó el respeto de la gente, pero fue un completo coñazo. Incluso veía a los guardias cuchicheando entre ellos: ‘A este lo encuentras en internet’, decían. Fue a raíz de todo eso que me enteré de que el peruano conocía a mis amigos que me enseñaron a adentrarme en los hoteles. Los internos me pedían que les contara mi historia una y otra vez, y en una de esas ocasiones él estaba allí escuchando todo con detalle. Mencioné que había aprendido a hacer mi trabajo gracias a los tales peruanos y enseguida él saltó: ‘Chucha la madre, yo los conozco también’, dijo.
“En Ray Brook permanecí un corto tiempo y luego —en la primavera de 2010— me transfirieron a Essex County Jail, en New Jersey, un lugar mucho más grande y moderno. Las puertas de las celdas eran de vidrio reforzado e iban del piso al techo. Las hacen así para que los guardias puedan vigilar todo el tiempo. El caso es que cuando llego mis papeles no han sido radicados por completo, así que nadie sabe de mi clasificación de ‘alta peligrosidad’ y me dejan en una zona común. La comida allí era excelente. Parecía sacada de un restaurante. Consistía en cereales, carne, pollo y hasta nachos. Todo iba de lo más bien hasta que llegó el resto de los documentos a la prisión. Entonces los gilipollas se dieron cuenta de mi clasificación y corrieron a transferirme a un área de máxima seguridad.
“Me aislaron por completo. Estuve alrededor de un mes sin poder hablar con nadie. La luz permanecía encendida veinticuatro horas al día y apagada otras veinte y cuatro, todo lo cual terminó por afectar mi ciclo circadiano7 al cabo de veinte días. No sabía qué día ni qué hora eran, o si afuera hacía sol o era de noche. No tenía forma de saber cuánto había dormido o si llevaba mucho tiempo despierto. Era como estar suspendido en la nada. Pensé que enloquecería, y a poco estuve de ello. Caí en una depresión muy profunda, algo patológico. Sentía que no estaba en este mundo, como si mi alma y mi cuerpo se hubiesen separado. La realidad me parecía un espejismo. Al final no sabía si todo eso lo estaba viviendo o sólo soñando. No era capaz de discernir qué era real y qué no8. Sólo era consciente de una extraña sensación de muerte que me recorría todo el cuerpo. No es algo que se pueda describir con palabras. Sólo sentía que moría, que incluso ya había dejado de existir. Pronto dejé de comer. No fue un acto de rebeldía ni mucho menos, sólo que no me provocaba la comida. A decir verdad no me provocaba nada. En cuestión de días bajé de peso de modo impresionante.
“Al ver eso los guardias empezaron a preocuparse. Me preguntaban qué ocurría, pero yo no hablaba. Dejé de hablar por ese tiempo. Mantenía abstraído. Entonces llevaron a la enfermera hasta mi celda y ésta me puso en estado de observación. Aquello significaba tener un guardia apostado en la puerta de la celda todo el día anotando mi comportamiento. Como las cosas no cambiaron, a los días llevaron a un médico de la prisión, un doctor de apellido Owens. El hombre me vio en ese estado y me formuló unas píldoras contra la depresión. El lío estaba en tomarlas. Era algo que parecía no depender de mi voluntad. Yo permanecía postrado en la cama todo el día sin moverme, así que por mi cuenta jamás me habría tragado esas pastillas. Debían obligarme a hacerlo. Recuerdo que un día el doctor Owens entró con unos guardias a mi celda, vio que no me las había tomado y entonces dijo algo como:
—Hay que forzarlo a que se las tome, así sea delante de un juez, pero hay que dárselas.
“Me colocaban un aparato a ambos lados de la quijada y empezaban a apretar hasta lograr que abriera la boca. Luego me daban las píldoras y me hacían beber agua. Me mantenían sedado con eso todo el tiempo. Me alimentaban sólo con comidas líquidas.
“Con los días las cosas empezaron a mejorar. Las píldoras empezaron a surtir efecto, así que después el doctor Owens inició una serie de terapias conmigo. Ese señor ha sido el único psiquiatra que he tenido en toda mi vida. Nunca antes había necesitado alguno, sin importar las cosas que había tenido que afrontar. A su vez, la enfermera les sugirió a los guardias que me sacaran de la unidad en la que me tenían. ‘Si no lo cambian, este hombre se nos muere ahí dentro’, les dijo. Desconozco cuánta influencia podía tener una simple enfermera en esa cárcel, pero lo cierto fue que los guardias terminaron cambiándome de unidad. Me pasaron a una de mediana seguridad. Me colocaron junto con otros cuatro internos con los cuales me entendía de maravilla. Eso me vino bien. Luego me permitieron caminar por un pasillo largo que había ahí, así que de a poco fui sintiendo mejoría.
“De todas formas el tratamiento farmacológico no paró. Siguió durante varios meses. Seguí tomando anti-depresivos por un buen tiempo —hasta comienzos de 2012—, pero al final sentí que no los necesitaba más y dejé de consumirlos.
“Como al mes de estar en esa unidad me cambiaron nuevamente de prisión. Me transfirieron a Strafford County Jail, en Dover, New Hampshire. Estuve unos cinco meses recluido en ese lugar. Allí no hay sistema de clasificación, ni alta, ni media, ni baja. Nada. Todos los presos son iguales. Son unidades grandes, con celdas para dos personas, y allí —en términos generales— el trato es bastante bueno. Los guardias son respetuosos y la administración de la prisión se preocupa por educar a los internos. Recuerdo que en Strafford validé la secundaria y hasta me dieron un diploma por aquello.
“Strafford tiene dos niveles, cada uno cuenta con alrededor de cincuenta celdas en las cuales meten hasta dos presos. Allí hay tres televisores —uno para que vean los hispanos y los otros dos sintonizados en canales de deportes—, un par de teléfonos públicos, una mesa de ping pong y un salón con ordenadores para que cada preso pueda consultar su correo electrónico. También hay un patio en el que se puede jugar baloncesto, pero es una completa gilipollez, ya que te prohiben tocar a los otros presos. Como nunca jugaba, me daba igual. Me la pasaba en el salón de los ordenadores casi todo el tiempo. Entraba a internet durante horas y me dedicaba a descargar música.
“Comparada con otras cárceles en las que había estado Strafford resultó ser bastante llevadera. Aún así sucedían cosas que lograban sacudirle la cabeza a cualquiera. Una vez, mientras yo escuchaba música de Héctor Lavoe9 en uno de los ordenadores, veo que entra de repente al salón un tipo que rondaba los treinta años, saluda a otro sujeto y se pone a jugar al ping pong con él, luego de un rato termina, se despide de aquel y cuando está por salir del salón le saltan encima como veinte tíos y le dan una paliza de puta madre. Nunca antes había visto que a un solo tío lo golpearan tantos de esa forma. Lo azotaron con tal brutalidad que en cuestión de segundos quedó irreconocible, desfigurado. Fue impactante. Tuvieron que entrar los guardias a rescatarlo, de lo contrario lo habrían linchado ahí mismo.
“Después de eso nos encerraron a todos en las celdas. Sólo nos dejaron salir como a los tres días y entonces, mientras estábamos en las duchas, comentamos el asunto. Alguien dijo que el tío era un violador de menores y que por eso le habían dado esa golpiza. En la prisión no se permitían violadores ni ‘chotas’, que es como se les dice a los chivatos10. Así que a aquel sujeto debieron sacarlo de la prisión y transferirlo de inmediato. No sé qué coños hacía allí. De todos modos, donde lo pusieran le iría mal. A los violadores siempre les va mal en prisión.
“Mientras estuve encerrado en ese lugar me escribía con frecuencia con mi tía Claudia. Le contaba cómo iban mis cosas allí, en qué punto se encontraba el proceso y todo aquello. Cuando no estaba respondiendo sus mensajes les escribía a Alfredo y a Bryan. Nunca dejé de escribirme con Bryan. Me contaba cómo andaban sus cosas como detective en Garda Síochána y no desaprovechaba ocasión para preguntarme por mis asuntos y darme sugerencias. Fue así durante meses, hasta que de repente desapareció. Aquello me resultó de lo más desconcertante. Le envié un correo, luego otro y otro más, pero Bryan jamás volvió a aparecer.
“Para entonces yo llevaba unos ocho meses detenido desde lo de Vermont. Tenía un abogado de oficio, Matthew Delaurens11, un tío rubio y alto que no servía para un coñazo. Parecía más un fiscal que un verdadero defensor. Cada vez que nos reuníamos me decía: ‘Si vieras… Esto está de hostias, eso no se va a poder, aquello ni lo intentemos, el fiscal no quiere ceder y el juez que te corresponderá es una mierda’, y así. Íbamos y veníamos de audiencias todo el tiempo. Los días pasaban, pero el caso no avanzaba. No sé cuántas vistas judiciales llegaron a darse, lo cierto es que en más de una ocasión hice uso a mi derecho a faltar a la Corte y entonces era Delaurens quien me representaba, si es que a eso podía llamársele representación. El tipo iba, decía un par de cosas y regresaba sin mayores resultados. La situación empezaba a inquietarme.
“En medio de mi desesperación por la falta de avances en mi caso el muy gilipollas llega un día y me muestra un documento, un acuerdo de culpabilidad con la fiscalía. Me dice que lo firme, que no hay nada más qué hacer. Así que ingenuamente yo lo firmo. El convenio básicamente decía que yo me declaraba culpable de estar en el país, pero no de haber ingresado de modo ilícito. A cambio el Gobierno desestimaría el cargo de engaño a la autoridad, por aquello de que dije ser de Nueva York cuando me arrestaron en la frontera. Ni siquiera tuve que viajar hasta la Corte para hacer efectiva la concertación. Un oficial de garantías me tomó juramento y junto con Delaurens realizamos la audiencia por videoconferencia12. Allí pude ver al juez y al fiscal Doherty. Ambos me explicaron en qué consistiría mi condena y al final terminaron por acoger el acuerdo.
“Al poco tiempo cambian a Delaurens. En su lugar colocan a otro abogado de oficio, un tío delgado y de lentes, Steven Barth13. El tío pasa un día por la prisión como parte de su trabajo y ni bien revisa el tal documento se me queda viendo y me dice:
—Este arreglo es una mierda. No sirve para nada. Delaurens terminó por joderte más.
“¡Madre mía! Me explica que las cosas se pudieron haber arreglado para que yo saliera en cuestión de meses de la cárcel, pero que Delaurens fue un negligente. Lo único que hizo fue facilitare las cosas al fiscal para que pidiera al juez la máxima condena en mi contra. ¡Valiente defensa!
“Desde entonces Steven empieza a ver cómo logra sacarme del atolladero en que me dejó Delaurens. Se dedica a hacer lo suyo. Mientras tanto yo me pongo a leer la guía de sentencias federales. Estados Unidos es uno de los pocos países que les permite a los presos leer libros sobre leyes o cualquier documentación sobre legislación penal, a diferencia de lo que ocurre en Reino Unido o Francia. Leía de eso tanto como los abogados mismos. No sólo esa vez, sino desde los primeros años que estuve detenido. Así que podía debatir ideas con mi defensa con conocimiento de causa.
“Las guías de sentencia son una suerte de manual hecho por jueces, abogados y fiscales para calcular las penas según los crímenes que haya cometido cada preso. Funcionan con base en una serie de niveles descritos en una tabla. Así que el nivel en el cual se ubica un crimen se corresponde proporcionalmente con la condena que se impone. Por ejemplo, si quedas en el nivel uno, tienes de cero a seis meses en prisión. Si estás en el nivel dos, pasas de seis a doce meses encerrado, y así sucesivamente.
“En mi caso —según la ley— yo podía pasar hasta diez años en prisión por violar el artículo 8 de la disposición 1326 (a) del Código de Justicia de Estados Unidos. Sin embargo, según las líneas de sentencia, me correspondían apenas dieciocho meses de cárcel. Hice el cálculo varias veces con base en las puntuaciones que tenía y estaba convencido de ello. Incluso lo hablé con el propio Steven. Ambos compartíamos la misma idea. Así que a nuestro parecer no había forma de que la fiscalía pidiera la máxima condena, por lo que el asunto ni siquiera llegó a quitarme el sueño.
“Cuando faltan como cuatro días para que me dicten sentencia, Steven llega a la prisión con cara de malas noticias. Toma una silla, se sienta frente a mí y me advierte que el panorama pinta difícil. Dice que los dieciocho meses de condena que habíamos calculado pueden quedarse cortos y que como están las cosas puedo pasar mucho más tiempo encerrado.
—¿Cuánto más? —le pregunto.
“Steven no se pone con rodeos, me la va cantando de una:
—El fiscal ha pedido que te den la máxima condena: diez años en prisión.
***
Desde un comienzo Doherty Jr. se había sentido inquieto por el prontuario que ‘Jordi’ arrastraba en el mundo del hampa. Durante varios meses se encargó de juntar suficiente material probatorio para presentar ante la Corte, a la que esperaba pedirle una pena contra aquel que —a su juicio— realmente valiera la pena.
Según su parecer, las condenas que en anteriores instancias se habían proferido contra ‘Jordi’ resultaban escasas frente a la proporción de sus acciones, debido a que se basaban en la interpretación literal de las guías de sentencia. En consecuencia —sugería—, era necesario obviar las guías más bajas y pasar a unas de mayor nivel con base en la gravedad de las acciones criminales más recientes cometidas por Juan Carlos, de manera tal que se le pudiera aplicar una sanción realmente severa en el fallo que estaba por dictársele.
De hecho, un informe previo que el propio Doherty Jr. adjuntó al memorando de sentencia y que avaló el fiscal federal de Vermont, Tristram J. Coffin, daba cuenta de que había motivos más que suficientes para imponerle a ‘Jordi’ la pena máxima de diez años en prisión por la violación de la disposición 1326 (a) del Código de Justicia de Estados Unidos.
…había motivos más que suficientes para imponerle a ‘Jordi’ la pena máxima de diez años en prisión por la violación de la disposición 1326 (a) del Código de Justicia de Estados Unidos.
De una serie de extractos del memorando de sentencia que Doherty Jr. radicó en la Corte el 3 de diciembre de 2010:
Los antecedentes penales de Betancourt son realmente notables. El número y la frecuencia de las condenas que ha sufrido tanto en Estados Unidos como en el extranjero demuestran que él está dispuesto a infringir la ley sin importar las consecuencias y que ha elegido ganarse la vida como ladrón profesional. Para él las condenas y penas de prisión no son más que el precio que ha de pagar por sus ‘negocios’ en el campo de acción en el que ha decidido desenvolverse.
(…)
El PSR14 describe seis condenas penales para Betancourt, cuatro de ellas en Estados Unidos (entre las cuales está su primera condena federal por reingreso ilegal) y dos en Europa. Estas últimas no cuentan para el puntaje de antecedentes penales que de él se tiene en este país. En términos generales, todo esto constituye información fiable que revela la gravedad de su historial criminal y que pone de manifiesto la probabilidad de que vuelva a reincidir, lo cual es un hecho probado. El récord criminal demuestra que las veces que Betancourt ha cumplido sentencia y salido de prisión ha reincidido en sus robos en cuestión de pocos días.
(…)
En resumen, el número, la frecuencia y la severidad de las condenas anteriores de las que ha sido objeto Betancourt demuestran claramente que sus acciones pertenecen (a una categoría mayor en la clasificación de hechos criminales, por lo que no se le puede enmarcar en el nivel III de las guías de sentencia, al que correspondería su pena sino hubiesen reincidencias. En consecuencia, la fiscalía del Estado de Vermont considera apropiado clasificar a Betancourt en el nivel VI de las guías de sentencia, lo cual facilitaría definir una condena de diez años de prisión)15.
(…)
Las guías de sentencia permiten a la Corte aumentar la severidad de la condena en razón de que existe una circunstancia agravante. El de Betancourt es un caso excepcional, en el que una serie de circunstancias justifica aplicar la ley con mayor rigor. En primer lugar, esta es la tercera vez que recibe una condena por reingreso ilegal a Estados Unidos -en violación del artículo 8 de la disposición 1326 (a) del Código de Justicia de Estados Unidos-, sin descontar que ha sido deportado ya en cuatro oportunidades16. De esta manera, se interpreta claramente la negativa absoluta de Betancourt a cumplir con las leyes de inmigración de este país. En segundo lugar, como sus antecedentes penales ponen de manifiesto, Betancourt se gana la vida cometiendo delitos relacionados con el fraude de tarjetas de crédito y la suplantación de identidad.
En el marco del presente delito se evidencia que Betancourt entró en este país de manera ilegal haciendo uso de un pasaporte falso, el cual fue emitido en una nación extranjera. Asimismo, hizo circular una versión falsa respecto de las circunstancias que lo llevaron a entrar a Estados Unidos y, aparte de ello, mintió al decir que era un ciudadano americano al momento de ser abordado por las fuerzas del orden. Dada la naturaleza de su profesión criminal y las mentiras y engaños que él empleó en Derby Line, esta Corte no debe tener ninguna duda de que, en el momento en que entró a Estados Unidos, Betancourt estuvo preparado para cometer otros delitos. Cabe destacar que si esta Corte decide apegarse de manera convencional al uso de las guías de sentencia, es probable que el fallo que se dicte sea equivocado y no ajustado a la proporción de los delitos cometidos por Betancourt, toda vez que -aplicadas de modo tradicional- tales guías no permitirán castigar adecuadamente su conducta y prevenir la amenaza que él representa.
Por último, es válido mencionar que Betancourt ha sido previamente condenado a penas de prisión que regularmente se ajustan al rango de entre 10 y 16 meses, con base en una directriz establecida en el PSR. Por ejemplo, fue condenado a 18 meses17 de prisión en 1996 por reincidir en la violación a la norma 1326 (a) del Código de Justicia de Estados Unidos en Florida. Varios años después, y luego de una serie de condenas, Betancourt recibió una sentencia de 42 meses en Reino Unido, de donde escapó, luego de lo cual le sobrevino una pena de 18 meses en Irlanda.
Ahora que ha cometido un nuevo delito federal, se insiste en que esta Corte debe sentenciar a Betancourt a una pena de prisión más larga que todas las que se le han impuesto anteriormente. En consecuencia, este tribunal deberá saltarse las guías de sentencia inferiores -así como las pautas que ellas establecen para estos casos- y adoptar las guías superiores, las cuales permiten aplicar una sentencia más severa a Betancourt en correspondencia con el alcance de sus crímenes, todo lo cual servirá de modo correcto a los intereses de la Justicia.
(…)
Aparte del mencionado incremento en el castigo, este tribunal debe considerar que la entrada ilegal de Betancourt al país se ve agravada por la mentira que dijo a la policía acerca de que era un ciudadano de Estados Unidos. Tal conducta es en sí misma un delito federal que conlleva a una pena de hasta tres años de prisión (…). Aunque el Gobierno se ha comprometido a desestimar este cargo (en razón del acuerdo de culpabilidad que aceptó Betancourt con la fiscalía), dicha acción constituye una base sólida que ha de servir para que se considere incrementar la pena por encima de lo estipulado en las guías de sentencia inferiores.
(…)
Para decidir si concede o no un beneficio al acusado, esta Corte podrá tener en cuenta si Betancourt ha puesto fin a su conducta criminal de manera voluntaria. Sin embargo, hay que destacar que en este año 2010, durante la entrevista con la Oficina de Libertad Condicional de EE.UU. en el distrito de Vermont, Betancourt proporcionó una información sobre sus antecedentes que entra en conflicto con otros datos que entregó en 1996, cuando también se entrevistó con la Oficina de Libertad Condicional de EE.UU. en el distrito sur de Florida. Para citar sólo un ejemplo, en 1996 Betancourt informó que él y sus dos hermanos fueron criados por su madre en Colombia, pero al ser entrevistado en Vermont dijo que había nacido en España y criado por su tía en Brasil hasta la edad de 8 años. También, durante esta última entrevista, afirmó que nunca tuvo una relación con su madre y que no sabe si tiene algún hermano.
Como las versiones de 1996 y 2010 no se corresponden entre sí, se colige que Betancourt proporcionó una historia falsa a la Oficina de Libertad Condicional de EE.UU. en al menos una ocasión. Quizás lo más importante: el éxito de Betancourt como estafador profesional depende de su capacidad para sembrar la confusión sobre su identidad. Por lo tanto, al negarse a proporcionar información precisa y honesta acerca de sus antecedentes, Betancourt demuestra simplemente que desea continuar empleando el modus operandi que le ha permitido robar a cada una de sus víctimas. En consecuencia, este tribunal no debería recompensar tal conducta restándole crédito a la responsabilidad que tiene Betancourt sobre sus actos.
(…)
A través de años de conducta criminal continua, Betancourt ha demostrado que cuando no está en la cárcel se gana la vida convirtiendo a otras personas en sus víctimas. Por lo tanto, esta Corte tiene la responsabilidad de restringir la libertad a Betancourt durante el máximo tiempo que sea posible con el fin de proteger al público de sus acciones delictivas. Todos los años que Betancourt permanezca en la cárcel serán años en los que no podrá cometer delito alguno.
(…)
En conclusión, por los motivos antes expuestos, la Fiscalía General de Vermont considera que esta Corte debe imponer a Betancourt una pena de diez años de prisión seguida de un periodo de libertad supervisada y el pago de una cuota especial de US$100, todo lo cual logrará satisfacer de modo adecuado las demandas de la Justicia.
Fechado en Burlington, distrito de Vermont, 3 de diciembre de 2010.
Respetuosamente,
ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA
TRISTRAM J. COFFIN, Fiscal de Estados Unidos
Por: Timothy C. Doherty Jr., asistente del Departamento Fiscal de Justicia de EE.UU.
Oficina del Fiscal de EE.UU.
***
El aura del caso había atraído de tal modo a la prensa de Estados Unidos y de Canadá que incluso en los periódicos podían leerse conjeturas sobre la pena de prisión que se le dictaría a Juan Carlos en pocos días. Algunos artículos consideraban que se le aplicaría una condena de apenas un par de meses de prisión, mientras que otros vaticinaban que sería de diez años o más. Los periodistas más conservadores, que a su vez eran los que apostaban a que se le dictaría la mayor sentencia, echaban mano del razonamiento del fiscal Doherty Jr., quien en un par de charlas con la prensa había ventilado estar confiado en que la Corte respaldaría sus argumentos y dejaría a ‘Jordi’ varios años guardado en prisión.
En una de esas charlas, Doherty Jr. comentó: “(Los engaños) son su pan y su mantequilla. El señor Guzmán esparce desinformación acerca de quién es, pero él es un ladrón de identidades, algo que usa como plataforma para encontrar gente y robarle su dinero, sus pertenencias”.
Según ‘Jordi’, él y su abogado, Steven Barth, sólo supieron de los comentarios de Doherty Jr. poco antes de la audiencia en la que se dictaría el veredicto condenatorio. La misma fue fijada para el lunes 13 de diciembre de 201018 a las diez de la mañana.
La lectura de sentencia estaría a cargo del juez senior del distrito, John Murtha Garvan, un sexagenario jurista con estudios en la Universidad de Yale19.
Juan Carlos Guzmán Betancur recuerda:
“En Vermont sólo hay tres jueces principales. Lo sé bien porque con frecuencia hablábamos de eso en la prisión. En aquel entonces se trataba de dos tíos y una tía, una mujer bastante severa. Por lo general las sentencias que ella dictaba no bajaban de diez años en prisión. Conocí a más de un preso que debió vérselas con esa mujer en la Corte. ¡Pobres tíos! Apenas escuchaban que su caso sería dirimido por la vieja llamaban a sus mujeres y se ponían a chillar. Les decían que vendieran todo para que pudieran subsistir por unos años, ya que su regreso pintaba para lejos.
“El otro juez no era menos estricto. Tenía mala fama entre los presos. Cuando alguno recibía por correspondencia la carta con el nombre del fulano que le dictaría sentencia, todo el mundo lo rodeaba. La expectativa era impresionante. Se le abalanzaban para leer el nombre del juez, y si veían que era el de aquel viejo, enseguida le berreaban: ‘¡Ohhhhh, estás muerto!’.
“El mejor de toda esa terna de jueces era Murtha Garvan. Le decían ‘Let’s go’20, por lo breves que eran las penas que imponía. Sin duda, era el mejor juez con el que un preso podía toparse en Vermont. Al menos eso también decía Steven, mi abogado.
—De haberte tocado otro juez, te estarías alistando para pasar en la cárcel el doble de lo que pide el fiscal —me recordaba.
“Así que conté con suerte de que Murtha Garvan fuera el escogido para que me dictara sentencia”.
***
Cuando el 13 de diciembre llegó, Juan Carlos fue conducido a la Corte. Llevaba puesta una remera gris, jeans y zapatillas blancas. Hacía sólo tres días que había sido cambiado de prisión como medida previa a la lectura de sentencia y aquella era la primera vez que veía a Murtha Garvan en persona. La audiencia, en la que también estuvo presente el fiscal Doherty Jr., tomó alrededor de noventa minutos y durante ella Juan Carlos no musitó ni una sola palabra con su abogado. Sobre ese día Juan Carlos cuenta:
“Murtha Garvan resultó ser un señor bastante mayor. La primera impresión que tuve es que era un tipo bastante amable y comprensivo, muy diferente a los demás jueces que me habían tocado en la vida. Allí también estaba Doherty con sus atuendos inusuales. Esa vez parecía disfrazado para Halloween: llevaba puesto un traje color marrón con una camisa verde y una corbata roja. ¡Qué esperpento! Era todo lo contrario a Steven, quien siempre lucía muy elegante y sobrio en su vestido. Aguardé en silencio toda la audiencia, como siempre hago. Así que me limité a escuchar la defensa de Steven ante el juez y el toma y dame que debió sostener con Doherty.
“Doherty se había montado una película tremenda conmigo. Para él yo era el Diablo sobre la tierra. Sin embargo, los argumentos que había pensado usar ante la Corte no eran más que una basura. Con Steven habíamos hablado del asunto. Creíamos que se traía algo entre manos, que buscaba sacar partido del caso y lograr su cuarto de fama a expensas mías. Para poder ser jueces, los fiscales en Estados Unidos buscan obtener una cierta cantidad de méritos, así que entre más gente envíen a prisión, mejor para ellos. Supongo que como mi caso era tan sonado en la prensa, Doherty debió pensar que eso le hacía bien a su carrera, que era publicidad gratuita. Creyó que alcanzaría a ser presidente de la nación si todo mundo se enteraba de que me enviaría diez años tras las rejas.
“Según Steven, lo único que lograría Doherty es que Murtha Garvan lo mandara a tomar por culo. Como era de esperarse, Doherty comenzó la audiencia diciendo que yo era un peligro para la sociedad, que debía estar recluido en una prisión, que esto y que lo otro. Yo miraba toda esa ridiculez sin saber qué maquinaba Steven en ese momento. Cuando fue su turno, demostró de lo que estaba hecho”.
El abogado Steven Barth echó mano de las entrevistas que Doherty Jr. dio ante la prensa. Dijo que aquellas habían afectado la imagen de Juan Carlos y servido como medida de presión al interferir en el desarrollo del caso. Con base en lo que Doherty Jr. acusaba en el memorando de sentencia, Barth señaló en la audiencia condenatoria:
“Es justo decir que mi defendido, el señor Guzmán Betancur, ha vivido una vida itinerante (…), pero también es justo dejar en claro que no es un hombre violento (…), no ha envenenado nuestro país con drogas, no ha atacado víctimas vulnerables y, más importante aún, no tiene delitos susceptibles de ser calificados como de vesania. En ese sentido, señor juez, su historial criminal es relativamente tranquilo”.
Durante semanas, Barth y Juan Carlos se prepararon ante la arremetida que esperaban recibir del fiscal Doherty Jr. en la audiencia. De hecho, días antes a esa cita, el propio ‘Jordi’ escribió una carta en la que contaba pasajes de su infancia y los motivos que lo impulsaron a vincularse con el hampa. Era una suerte de acto de contrición con el que buscaba ganar alguna indulgencia por parte de Murtha Garvan y aligerar el monto de la pena.
…no ha envenenado nuestro país con drogas, no ha atacado víctimas vulnerables y, más importante aún, no tiene delitos susceptibles de ser calificados como de vesania. En ese sentido, señor juez, su historial criminal es relativamente tranquilo.
Según lo había planificado junto con Barth, esperaba poder entregar esa carta a Murtha Garvan en algún momento de la audiencia para sacarle de la cabeza la idea de aplicar una condena saltándose el orden en las guías de sentencia, tal y como lo pretendía Doherty Jr. La jugada también pretendía hacer mella en que el fallo que se decidiera fuera retroactivo con el tiempo que ‘Jordi’ llevaba en prisión, desde que fue capturado en Derby Line el 21 de septiembre de 2009.
Nada fue dejado a la suerte. Barth se había encargado de orientar a ‘Jordi’ en la redacción de la carta, de modo tal que sus palabras no sonaran cargadas de rencor y resentimiento, como resultó ser el primer borrador. Al final la carta terminó ocupando dos folios del material que compuso la defensa, y en ella podía percibirse un lenguaje demandante de condescendencia.
En dicha carta ‘Jordi’ admitía haber querido olvidar una “niñez atormentada” y tomado “dinero, joyas y otras pertenencias de valor de gente rica”, pero resaltaba que nunca había llegado siquiera a lastimar a alguien. En la misma también decía: “Nunca he herido a una persona y nunca lo haré. Creo que la integridad física y la salud de las personas son sagradas (…). Toda mi vida ha sido una gran mentira. Lo reconozco tanto como el hecho de que he cometido tal cantidad de delitos que no hay excusa para ninguno de ellos. Sin embargo, albergo la esperanza de que esta Honorable Corte comprenda la única razón por la cual los cometí: lo hice para poder vivir”.
Sobre aquella carta Juan Carlos Guzmán Betancur recuerda:
“La idea de la carta fue enteramente mía. Quería decirle al juez la verdad de las cosas. Así que unos días antes la escribí en el ordenador que había en la prisión y se la entregué a Steven para que la viera. Él se la llevó y la consultó con otra gente, pero cuando regresó me dijo que había que cambiarle algunos puntos, de lo contrario terminaría por empeorar las cosas.
“Honestamente yo dejaba mal parado al gobierno de Estados Unidos en esa carta. Narraba la violación de la que fui víctima en Krome, las mentiras que estaba diciendo el fiscal, las historias que habían montado los policías sobre mí y no recuerdo ahora cuántas cosas más. También les achacaba a los americanos la culpa de haberme convertido en delincuente por encerrarme con criminales desde muy joven. Entonces Steven me dijo que eso era muy fuerte. Mencionó que aquello podía llegar a incomodar al juez, quien de todos modos representaba al pueblo estadounidense. La verdad es que tenía razón. Así que debí borrar más de la mitad de lo que ya había escrito y priorizar sobre el caso por el cual se me juzgaba. Escribí que no fue mi intención cruzar la frontera. Incluso me disculpé por eso.
“Después, en plena Corte, durante algún momento de la audiencia, Steven hizo que yo firmara la carta. Le habló a Murtha Garvan de ella y se la entregó a un oficial que a su vez se la pasó a aquel para que la revisara. Murtha Garvan la leyó en ese mismo instante. Luego hizo una serie de consideraciones generales sobre el caso, cruzó unas cuantas palabras con Steven y con Doherty, y sin darle más vueltas al asunto se apresuró a considerar mi sentencia.
“Sin embargo, en ese punto de la audiencia Doherty vuelve a dar lata. Le sale al juez con aquello de que un día más que yo pase en prisión será un día más seguro para el mundo. Pero entonces Murtha Garvan, que parecía harto de todo ese coñazo, le interrumpe:
—¡Basta señor fiscal! —le dice con autoridad— Ya escuché suficiente.
“Doherty se queda como atónito. Enmudecido. Regresa a su silla mientras Murtha Garvan —que es todo un caballero— toma la palabra. Le da a entender a Doherty que todo lo que ha expuesto está bien, pero que todo su discurso está soportado sobre la base de hechos que ya han sido juzgados. Dice que ya he pagado por esos crímenes y que como tal no son evidencia probatoria.
“Aquellas palabras debieron caerle como una patada a Doherty. No decía nada, sólo se limitaba a escuchar. No imagino cómo debía sentirse ese gilipollas al ver que toda su palabrería se iba por el caño y que debía tragarse todo su veneno. Yo no hacía más que mirar toda esa escena y a Steven, que parecía embelesado con el asunto. El juez sigue dándole cátedra a Doherty. Dice que no hay forma de probar los motivos por los cuales yo entré al país y que mis antecedentes penales no son prueba suficiente de que tenga malas intenciones. Luego se refiere a lo de mis líos en otras partes del mundo. Le suelta a Doherty que para aclarar lo de mi tal fuga en Reino Unido —lo cual no le compete a la justicia americana— sería necesario traer testigos, destinar recursos y escarbar en expedientes, algo para lo cual —dijo— no movería un solo dedo, ya que aquello tampoco aportaba nada al caso.
—No veo procedente traer a nadie ni asignar recursos para fundamentar su tesis —le dice.
“Así que de a poco la pretendida intención de la fiscalía empezó a desmoronarse. El cuento de lograr que Murtha Garvan se saltara las guías de sentencia y aplicara unas más severas ya no tenía cabida, al menos no en el grado que lo pedía Doherty. ¡Vaya cojonudo resultó ser ese juez!
“Luego se dirige a mí. Me dice que es una lástima que use mi inteligencia para el crimen, que espera que en adelante la aplique para algo positivo. No menciona nada más. Luego, en un dos por tres, me dicta sentencia. Pese a toda la defensa que armó Steven, Murtha Garvan me condena a pasar treinta meses retroactivos en prisión21. ¡Joder! Aquello significaba que aún me faltaba la mitad de la pena por cumplir. Los cálculos que había hecho junto con Steven daban para un par de meses nada más. De todos modos el tiempo de condena no estuvo mal, no ante los diez años que pedía la fiscalía. Fue obvio que la sentencia no le sentó nada bien a Doherty. Salió de la sala hecho una furia. Desde entonces, nunca más volví a verlo en mi vida.
“Después de que Murtha Garvan me dicta sentencia, un policía me conduce a una celda de espera. Es un área que queda ahí mismo, en el edificio donde operan los tribunales, y en la que debía aguardar a que otros presos fueran juzgados ese día para que nos metieran todos juntos en un bus y nos llevaran de regreso a la prisión. Mientras estoy allí Steven llega y me pregunta si quiero apelar la sentencia. Me dice que la pena es improcedente, que a fin de cuentas Murtha Garvan se ha saltado el orden de las guías de sentencia al darme treinta meses en prisión, que debía haberse apegado a unas guías inferiores. Se gasta una explicación del asunto, pero me advierte que ese recurso —la apelación— toma su tiempo y que es posible que yo no la gane.
—Es como pelear contra una montaña —apunta.
“Me dice que una apelación le significa bastante pasta al Estado, que se debe surtir una serie de trámites primero y que mientras se resuelve podían pasar años. Recuerdo que se me queda viendo y me suelta:
—En estas instancias, la apelación es la única chance que tienes. Pero te advierto, para cuando te den una respuesta probablemente ya habrás salido en libertad.
—No me importa —le digo—. Voy a apelar. Voy a hacerles gastar dinero a estos hijos de puta22.
1 Según la Oficina Federal de Prisiones de Estados Unidos, FCI Ray Brook fue concebida originariamente como prisión, no como lugar de albergue para alguna delegación de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1980. Sin embargo, debido a su capacidad y al avance de las obras, se adaptó provisionalmente para tal fin. Ray Brook comenzó a recibir los primeros presos inmediatamente después de que acabaron los juegos.
2 Es el nombre con el cual se conoce en España y Latinoamérica al personaje de Tweety, de la serie de dibujos animados Looney Toons.
3 Departamento de Colombia localizado en el noroeste del país.
4 Es la expresión con la cual se distingue en Colombia a los nacidos en Bogotá, la capital del país.
5 En castellano: fideos cocidos.
6 Primer Impacto es un programa de noticias de la cadena Univisión, el cual se transmite en los Estados Unidos por ese mismo canal.
7 También conocidos como el reloj biológico del hombre, los ciclos circadianos permiten al organismo adaptarse a los diversos cambios horarios y, de este modo, regular las fases del día y de la noche.
8 Clínicamente se denomina a ese tipo de sensaciones trastorno de despersonalización. Es un desorden disociativo en el cual el individuo es afectado por sentimientos despersonalización, irrealidad o ambas. Los síntomas incluyen una sensación de automatismo, en la que la persona pasa por la vida pero no se siente parte de ella, incluso expresa sentirse como si estuviera en una película o en un sueño, ya que experimenta una desconexión subjetiva con el cuerpo y con el ambiente. El trastorno de despersonalización se relaciona con desórdenes de ansiedad severa, ataques de pánico y depresión, así como también con el consumo de marihuana y alucinógenos.
9 Héctor Lavoe (Ponce, Puerto Rico, 1946 – Nueva York, EE.UU., 1993) fue un reconocido cantante de salsa cuyos éxitos se popularizaron principalmente durante la década de los setenta y los ochenta.
10 Soplones o delatores.
11 Nombre cambiado para proteger la intimidad de la persona.
12 Según la información registrada en el Public Access to Court Electronic Records (PACER), un registro electrónico de los casos que se adelantan en varias cortes de Estados Unidos y al cual se tuvo acceso para la realización de este libro, la audiencia por videoconferencia se llevó a cabo el 9 de junio de 2010.
13 Según los registros de los que hay cuenta, Steven Barth asumió la defensa de Juan Carlos Guzmán Betancur el 3 de agosto de 2010, en reemplazo de su anterior abogado.
14 Presentence Report, por su sigla en inglés, o informe previo de sentencia.
15 El presente memorando de sentencia ha sido modificado parcialmente para fines interpretativos del lector. En consecuencia, no se ajusta estrictamente a la redacción presente en el documento original, en el cual se aprecia una serie de remisiones constantes a varios articulados de las leyes que aplican en Estados Unidos. Sin embargo, los giros de estilo que en él se han hecho no cambian de ningún modo la esencia de lo que la Oficina del Fiscal Federal para el distrito de Vermont presentó ante la Corte de ese Estado en referencia al caso de Juan Carlos Guzmán Betancur.
16 Según el registro de antecedentes penales, Juan Carlos Guzmán Betancur sí fue deportado en julio de 1993 luego de que ingresó a Estados Unidos como polizón en un avión de la aerolínea colombiana ARCA, contrario a su versión de que fue devuelto a Colombia cuando terminó su permiso de permanencia en el país. En consecuencia, según el memorando de sentencia elaborado por el fiscal Timothy Doherty Jr., el expediente de Guzmán Betancur daba cuenta de cuatro deportaciones que para la fecha le había hecho el gobierno de Estados Unidos: la primera, el 14 de julio de 1993; la segunda, el 8 de agosto de 1994; la tercera, el 31 de julio de 1995, y la cuarta, el 24 de octubre de 1997.
17 La sentencia a la que hace referencia Doherty Jr. tiene que ver con los dieciséis meses de prisión a los que fue condenado Juan Carlos por su ingreso ilegal a Miami en 1993, tras lo cual, no obstante, fue beneficiado con la libertad condicional. Como dicha libertad seguía vigente cuando reingresó al país por el Estado de Florida, el juez decidió aplicar dos meses adicionales a dicha condena, con lo que la misma quedó en los dieciocho meses que se mencionan.
18 La lectura de sentencia condenatoria fue programa en un principio para el 4 de octubre de 2010 en el gran salón del Tribunal Federal para el distrito de Vermont, en el número 204 de Main Street, en la ciudad de Brattleboro. Sin embargo, el abogado Steven Barth pidió una prórroga al argumentar que hacía poco había reemplazado a Matthew Delaurens y que aún estaba preparando la defensa. La audiencia fue aplazada entonces por poco más de sesenta días, para el lunes 13 de diciembre de 2010.
19 John Murtha Garvan fue respaldado en abril de 1995 por el entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, para que ocupara un asiento en el Tribunal Federal del Distrito de Vermont, puesto en el que fue ratificado por el Senado un mes después. Desde entonces se desempeñó como juez principal en aquel Estado.
20 En castellano: ‘Vamos’.
21El juez John Murtha Garvan también agregó dos años de libertad vigilada a su sentencia. A su vez, Juan Carlos se comprometió a no ingresar a Estados Unidos ilegalmente de nuevo y, en cambio, regresar a Colombia para realizar estudios y socializarse.
22 El 25 de febrero de 2011 Juan Carlos Guzmán Betancur apeló la sentencia impuesta por el juez John Murtha Garvan ante la Corte Federal de Apelaciones de Nueva York, tribunal encargado de evaluar los recursos de esa índole interpuestos en el noreste de Estados Unidos. Su abogado en la causa fue Barclay T. Johnson, quien para entonces despachaba como defensor público en St. Johnsbury, Vermont.
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