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¿La belleza salvará al mundo?

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Por EDGAR CHERUBINI LECUNA

Dostoievski (1821-1881), profundo conocedor de las miserias y grandezas de la condición humana, en Los hermanos Karamazov formula esta pregunta, por demás enigmática. En sus novelas explora la psicología de sus personajes en la compleja sociedad rusa del siglo XIX, reflejando los mismos avatares de nuestro presente colmado de violencia, convulsión e incertidumbre. Hoy podríamos interrogarnos sobre lo mismo, ya que estamos viviendo una peligrosa declinación de los valores y se debe, en parte, a la pérdida del consenso ético sobre la aspiración al Bien y a la Belleza.

En relación con la belleza, esta es una experiencia subjetiva que, a través de juicios estéticos, la cultura y las convenciones sociales han contribuido a implantar como medida del arte y de otras categorías ontológicas. Los neoplatónicos consideraron la belleza como una especie de todo orgánico, “una armonía entre todas las partes que la conforman”. En cierta forma, coincide con la definición del grabador Hogarth en su tratado The Analysis of Beauty (1753), al estudiarla como una “unidad en la variedad”. Para demostrar su concepto, se dedicó a elaborar una serie de grabados para ilustrar sus seis principios con los que él define la belleza. La fuente de la belleza según Hogarth es “la variedad”, noción contraria de “mismidad” o falta de diversidad que ofende los sentidos. «El oído se ofende tanto con una sola nota continua, como el ojo con estar fijo en un punto, o con la vista de una pared muerta». En contraste, nuestros sentidos encuentran alivio al descubrir una cierta cantidad de «igualdad» dentro de una experiencia varietal. Sobre esta misma idea de “unidad”, Roger Scruton (La belleza, 2011), cita a Tomás de Aquino, quien aborda el tema al afirmar que “la belleza, la bondad y la unidad son trascendentales, características de la realidad que poseen todas las cosas, ya que se trata de aspectos del ser, formas en que el don Supremo del ser se manifiesta al entendimiento”.

El siglo XVIII es pródigo en definiciones sobre la belleza. Para Alexander Baumgarten (Aesthetica, 1750), contemporáneo de Hogarth, la perfección artística es un reflejo del orden existente en el universo y la belleza es la representación de ese orden y tiene connotaciones morales, debido a que en su esencia está asociada al Bien. Inspirado en los valores griegos, Baumgarten expresó en su tratado que es necesario poseer virtud para reconocer la belleza, porque “la verdad estética va ligada a la verdad moral”. Según esta visión, la belleza es un valor supremo que, junto a la verdad y a la bondad, son las formas en que se revela la divinidad.

El gran paradigma de la educación griega fue el de establecer un ideal para la moral del hombre: la aspiración al Bien y la Belleza. Platón (S.V a.C) afirmaba que “la Belleza es englobante y unificadora” y definió el Bien como “aquello que eslabona todo el universo sensible e inteligible, lo material, las ideas y las representaciones de éstas, la tierra, los astros, el hombre, la política, las ciencias”.  Pero la aspiración a ese ideal no nacía del azar, sino que eran producto de una disciplina consciente, condensada en el concepto y práctica de la Areté o Virtud. Aristóteles en su Ética a Nicómaco afirma: “Todo lo que nos da la naturaleza lo recibimos primero como potencialidades, que luego nosotros traducimos en actos (…) Quien se estima a sí mismo, debe ser infatigable en su heroísmo moral y, de ser necesario, abandonar todo para apropiarse del Bien y la Belleza”. Esto quiere decir que esos valores los tenemos en potencia dentro de nosotros y la clave para hacerlos surgir reside en nuestra actitud, decisiones y acciones. En ese sentido, Platón nos dice: “La belleza es la representación de la verdad” y asociando la belleza a una dimensión moral expresa: “La belleza conduce al bien”, “No podemos disociar el bien de la belleza”, “La belleza no es posible sin el bien” y, finalmente, “La belleza irradia el bien y lo hace deseable”.  Tenemos entonces que la belleza es un desafío a la conciencia. Kant participa de esta corriente cuando afirma “La belleza impulsa la vida y está profundamente conectada con creencias y actitudes morales del individuo. Por su parte, Alain Michel (La Parole et la Beauté, 1994), afirma que “en todos los grandes textos religiosos lo sagrado se encuentra íntimamente ligado a la belleza”.  La belleza es una epifanía y puede surgir de un individuo cuando este reflexiona sobre el sentido de su propia vida, ya que la verdadera belleza, la que traspasa las apariencias, surge del ser, esa “belleza interior que ilumina” (San Agustín), de la que se desprende la belleza verdadera, a la que todo ser aspira.

Quizás todo esto resuma lo que quiso transmitir Dostoievski con su críptica interrogación, cuando Ippolit, pregunta al príncipe Mischkin: “¿Verdaderamente, príncipe, fue usted quien dijo una vez que el mundo se salvaría por la belleza?”, Mischkin no responde y en silencio se dedica a velar por un joven moribundo, presa del sufrimiento, necesitado de cuidados y respuestas existenciales a su incertidumbre vital. Hay quienes interpretan este gesto de compasión como la respuesta de Mischkin. Esto nos lleva a indagar en el concepto de compasión. Para Shopenhauer, toda virtud verdadera se basa en la compasión, pues el conocimiento que supone es un recuerdo de que todos somos uno y el mismo ser. La compasión, término proveniente del griego, significa literalmente “sufrir juntos” o sentimiento que implica la percepción y comprensión del dolor que padece otro ser y el deseo de aliviar o eliminar tal sufrimiento. Según el budismo, la naturaleza del universo es la compasión y, por ende, nuestra esencia humana también lo es, el problema es que no lo entendemos o se nos ha olvidado, por lo que tendríamos que tomar conciencia de esa enseñanza trascendental.

Si nos preguntáramos qué es contrario a la compasión, es decir la crueldad, la inhumanidad, la insensibilidad, hallamos que estos antónimos provienen del mal, ese mal que amenaza, que aniquila, que infunde terror, que corrompe, que divide y destruye. Que produce ogros totalitarios y terroristas sanguinarios. Que depreda y profana la naturaleza. Que viola los derechos fundamentales del ser humano. Pero volvamos al vínculo con la belleza. François Cheng, en una conferencia titulada De la Beauté (París, 2020), hace relación a la frase en cuestión: “Frente al mal, qué significa la frase de Dostoievski ‘¿Nos salvará la belleza?’. El mal, por una parte y la belleza por otra, esos son los dos desafíos que debemos establecer, porque lo que está en juego es nuestro destino y los fundamentos de la libertad (…) En este tiempo de miseria omnipresente, de violencia ciega, hablar de la belleza puede parecer incongruente, inapropiado o incluso provocador. Casi un escándalo, pero lo hacemos porque la belleza es lo contrario del mal”.

¿Qué significa la belleza para nuestra propia existencia? Según Platón, la belleza “es la garantía del bien”, al que todos aspiramos y “que solo se obtiene en libertad”, ya que el bien es una exigencia de justicia, de dignidad, de igualdad, de generosidad, de responsabilidad, de ética, de compasión, de elevación espiritual. En ese sentido, la belleza es revolucionaria. ¡La belleza nos salvará!

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