Apóyanos

Post-extraterrestre

    • X
    • Facebook
    • Whatsapp
    • Telegram
    • Linkedin
    • Email
  • X
  • Facebook
  • Whatsapp
  • Telegram
  • Linkedin
  • Email

Por HUMBERTO VALDIVIESO

“Vivir del desajuste (…) Acaso de allí nació en mí la danza. De sentirme paralizada por la fuerza que me impulsaba a la nada. El cuerpo, luego, recobrando poco a poco su independencia, se ponía a flotar, a moverse en su propia vida”.

                           Sonia Sanoja

Siempre que nos referimos a lo extraterrestre apuntamos hacia un más allá. De hecho, los seres humanos hemos demarcado el espacio interior y exterior del mundo utilizando la atmósfera como límite entre lo propio y lo ajeno. Observamos, situados en un punto inmóvil, desde el interior de esa capa gaseosa. La mirada —extendida por la visión ciclópea de los telescopios— atraviesa la cúpula imaginaria y protectora del aire hacia el infinito y sus misterios. La voluntad de elevarse y alcanzar las estrellas fue, durante siglos, un asunto de la vista y la imaginación. La exploración del cielo y la comprensión de la mecánica del universo tenían por base un observador indistinguible del planeta. Los “terrícolas”, desde el interior que les era propio, estudiaban y nombraban lo exterior. También, fabulaban sobre mundos desconocidos, posibles encuentros, llegadas inesperadas y hecatombes producidas por lo que viene de “afuera”. La Tierra fue por mucho tiempo una cápsula. El universo extraterrestre era lo ajeno, lo otro: aquello incomprensible, un territorio que en el futuro debía ser explorado, dominado y explotado.

La tecnología actual ha socavado la solidez del límite atmosférico que separaba al observador y al infinito. No solo porque las dicotomías natural-artificial, lejos-cerca y terrestre-extraterrestre han caducado desde la segunda mitad del siglo XX sino porque al desdibujarse el límite entre lo interior y lo exterior ha emergido una comprensión del cuerpo y el espacio más amplia, diversa y compleja. Superar la barrera del aire y abolir el predominio de la vista permitió una concepción de la vida donde lo humano dejó el centro y se convirtió en movimiento, en tránsitos, en una extensión vital hacia múltiples espacios. La incorporación de la electrónica, el haber alcanzado velocidades inimaginables y sumar todos los sentidos del cuerpo a la exploración espacial ha permitido esto. Asimismo, incorporar otras formas de inteligencia, plantear nuevas modos de coexistir con organismos vivos no humanos e iniciar una cuarta revolución industrial ha desintegrado las fronteras entre lo real y lo virtual.

La perspectiva tradicional sobre lo extraterrestre (observador-infinito) guardaba una relación particular con la gravedad. El peso de los cuerpos contradecía la liviandad de la imaginación. Esa ambigüedad diseñaba las fronteras de la condición humana con respecto a cualquier cosa que estuviese más allá del planeta. Lo terrestre pesaba y dependía de un artificio estrafalario para abandonar el suelo. Lo extraterrestre flotaba naturalmente en el cosmos y gracias a la imaginación no tenía problemas en ser híbrido, monstruoso o mágico. Hallamos hermosos ejemplos en la literatura como el libro El otro mundo de Cyrano de Bergerac y en el cine con el filme Viaje a la luna de Georges Méliès. Superar las limitaciones de la gravedad dependía de tecnologías fantásticas. Una vez rebasados los márgenes de la naturaleza terrestre se ascendía hacia mundos utópicos o distópicos poblados por seres extraños: los “extraterrestres”. En esos otros lugares del universo la condición de  “normalidad” de la Tierra quedaba invertida.

Nuestro planeta en el imaginario antiguo era una cápsula. Así lo vemos en La creación del mundo del Bosco de 1503 y en el Great Globe de James Wyld de 1851. La geometría esférica define todo, “Fueron los primeros cosmólogos, matemáticos y metafísicos europeos quienes impusieron a los mortales una nueva definición fática: ser animales creadores y moradores de esferas”, nos dice Peter Sloterdijk en Esferas II. Y Gastón Bachelard en La poética del espacio, al comentar los versos de Rilke, afirma: “El mundo es redondo en torno al ser redondo”.  La Tierra era una cápsula que solo se podía abandonar dentro de otra cápsula.  El cuerpo humano, entonces, habitaba el mundo envuelto en la atmósfera interior y se marchaba de él hacia el espacio exterior sin perder la envoltura. Cápsulas dentro de cápsulas: el útero materno, el planeta-útero y la nave-planeta-útero. La vida humana, terrestre, ha dependido de matrices y membranas, de soportes y cáscaras indispensables para mantener la gravedad y marcar la diferencia con el “exterior” ingrávido. Desde ahí se ha mirado y se han desplegado los juegos de la imaginación.

Post

Los satélites, las estaciones espaciales, el Rover Perseverance en Marte, las sondas en los confines del sistema solar, la nanotecnología, los microscopios electrónicos, los aceleradores de partículas, los súper telescopios como el Kepler (que busca otras formas de vida en el espacio) y Deep Space Network (DSN), una red de antenas que escuchan el universo, han ampliado el mundo conocido. Internet, la inteligencia artificial, la tecnología blockchain y los grandes desplazamientos humanos de los últimos cien años han cambiado las relaciones sociales. El cambio climático nos ha llevado a replantearnos nuestro lugar en el mundo y la necesidad de diseñar vínculos sustentables con el medio ambiente y los otros seres vivos. El terrorismo, las guerrillas, el contrabando, los movimientos separatistas, la crisis de las potencias occidentales, el surgimiento de las economías BRICS y la guerra de Rusia en Ucrania han desdibujado la globalización. La condición contemporánea de la vida, indiscernible de la tecnología actual, supone un colapso del planeta-cápsula. La recomposición de lo terrestre, antes encerrado al interior de una esfera que ahora se fragmenta, nos ha dejado una era más sucia (antropoceno) y un paisaje más tóxico. También una conciencia más orgánica y cósmica.

Hoy sabemos que otras formas de vida en nuestro planeta pueden comunicarse y hacer redes (bosques, aves, especies marinas, etc.) y que el universo está inmerso en un campo de frecuencias sonoras. Gracias a las sondas, antenas y estaciones espaciales, y a telescopios como el James Webb, estamos dentro y fuera del planeta a la vez. Aquel punto fijo  —el humano—, con su mirada absorta en el infinito, perdió peso e incorporó todos sus sentidos a las condiciones del nuevo ambiente tecnológico. Además, se extendió en sus propias tecnologías para ir más allá del planeta. Ese que tenía un cuerpo homogéneo y una conciencia territorial se transformó en un ser de múltiples sentidos, híbrido con lo digital y en movimiento hacia todas las direcciones tanto dentro como fuera de la atmósfera. No obstante, adentro-afuera y macro-nano ahora son estados de un mismo modo de desplazamiento vital: lo trans, el “a través”. Marshall McLuhan en el siglo XX había señalado que la sustitución del espacio visual-racional por un mundo de resonancias audiotáctiles le permitió al hombre occidental abrirse a otras culturas. A pueblos que desarrollaron planos sensoriales distintos. Entre ellos, algunos cuyos mitos no estaban definidos por lo esférico, por la atmósfera. Es el caso de los indios Tamanaco. En su mitología, el río Orinoco determinaba la forma del mundo.  Cuando su caudal se desbordó y produjo una gran inundación todo el espacio quedó deformado. Amalivaca, un ser superior —de ojos brillantes como la luz—, que llegó remando junto a su hermano Vochi y sus dos hijas, pintó la luna y el sol sobre la piedra Tepumereme y comenzó a rehacer el mundo. Es decir, a darle de nuevo la forma del caudal del río. Una vez que terminó su trabajo se fue hacia la “otra orilla”, hacia lugares desconocidos. Todo el universo estaba unido por la organicidad del Orinoco: el sol y la luna, la piedra sagrada, los frutos de palma de moriche (palmera de la vida) que formaron las nuevas generaciones y la selva entera.

Es necesario abandonar el imaginario extraterrestre tradicional porque la vida no es intra-terrestre sino trans-universo y no podemos seguir dividiéndola en intra-extra. Esa es la configuración del multiverso donde ocurren las aventuras de Evelyn Quan Wang en el filme Everything Everywhere All at Once. La inestabilidad del tiempo y el espacio expuesta en esa comedia de ciencia-ficción ocurre cuando se rompe un patrón y ello hace aparecer lo desconocido: otros mundos vinculados a otras decisiones. Otras trayectorias de vida que no estaban más allá de la vida presente simplemente emergieron durante una crisis: como ocurre con las partículas subatómicas al colisionar. Algo similar podemos leerlo en las palabras de Paul Éluard: “Hay otros mundos, pero están en este”, y en las disquisiciones de la filósofo Lorena Rojas Parma sobre la expansión de las ondas gravitacionales escritas en el libro Next: imaginar el postpresente: “Si hablamos de trayectorias expansivas, de ondas que viajan y deambulan el cosmos, hablamos, también, de la inestabilidad de las cosas que llevan consigo lo que ha sido, sigue siendo y seguirá expandiéndose en su transformación”.

Siguiendo el concepto McLuhaniano de las tecnologías como prolongaciones humanas, podemos decir que lo humano es el cuerpo en movimiento por el planeta y también las máquinas en tránsito por la Vía Láctea. Y el Gran Colisionador de Hadrones, los cerebros electrónicos y los robots. Sin dualismos ni biocentrismo. Nos extendemos en nuestras tecnologías y ello nos permite reconocer vida en lo animado e inanimado, lo visible y lo invisible. Eso nos abre un horizonte presente y futuro frente al que nos preguntamos: ¿cuál es nuestro mundo? ¿Pertenecemos a un lugar o estamos en todos los espacios a la vez? ¿Puede estar nuestra conciencia en red con el universo entero gracias a la tecnología?

Para responder a estas preguntas es necesario revisar la relación que tenemos con esa naturaleza ahora inseparable de los artificios tecnológicos (postnaturaleza). Sopesar el modo como nuestra conciencia logra expandirse en los circuitos electrónicos para hacernos híbridos (trans). Disponernos a la volatilidad de la vida diaria producto de la digitalización de la economía, las relaciones sociales y la educación. También, abrirnos a los anuncios científicos sobre posibles formas de vida en otros planetas. Todo esto nos revela una relación distinta con la gravedad. En el planeta-cápsula el peso definía la vida terrestre porque aseguraba el vínculo con el territorio. Con las tecnologías emergentes y la superación del antropocentrismo —pesado, titánico, dualista— habitamos ambientes más livianos. Lo digital tiende a la liviandad al igual que muchas categorías antes sólidas, pesadas: la identidad, el género, las nacionalidades, la belleza y el amor cuyas definiciones ahora flotan entre múltiples territorios como los virus o las micro partículas.

Estar fuera de la Tierra es abrirse a una comprensión de la vida más allá de lo terrestre, de lo territorial, del peso, de la forma definida, de las sustancias y los sujetos. Lo postextraterrestre implica disponerse a hacer mundo desde lo que Deleuze y Guattari en Mil mesetas llamaron “haecceidades”.  Descartar el cuerpo situado y abrirse a longitudes y latitudes, velocidades y lentitudes no formadas (partículas), a afectos no subjetivados. La ingravidez, en el espacio-tiempo de la vida contemporánea,  es contradictoria a la idea de principio (origen) y fin (destino). Como lo vislumbraron estos filósofos hace décadas se trata de estar “siempre en el medio”. En este sentido, es estar “entre”, “post”, pues lo posterior es un abandono que no tiene lugar de llegada, ni meta o misión. Es el movimiento puro hacia la totalidad infinita. En él logramos cambiar el hábito por la incertidumbre, los instrumentos y las herramientas son sustituidas por el riesgo y la intuición. Con todo, lo postextraterrestre es también una condición poética del mundo, pues, como lo pide Antonin Artaud, ella deviene del colapso del sistema central.

*Humberto Valdivieso se desempeña en la Universidad Católica Andrés Bello.

El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!

Apoya a El Nacional