Parece difícil pensar la relación entre música y política, quizá, porque lo realmente difícil sea pensar. Yuri Herrera nos propone una novela donde la música y el lenguaje están atravesados por una cesura que limita las posibilidades de la política. Para Aristóteles en La política la música jugaba un papel muy importante en la polis puesto que la entonación marcaba las emociones dispuestas a estremecer a los ciudadanos que los llevará a preguntarse por ello objetivándose. En Los trabajos del reino, el Artista (y Lobo), el cantor de los corridos, se gana la vida prestando su voz para legitimar en la palabra al Rey y sus acciones como monarca del crimen. Hay aquí un quiebre donde la música no se conjuga con el lenguaje, sino que es un artificio del mismo.
Llamemos música a la experiencia de la Musa. En la mitología griega, las musas determinaban el origen de la palabra, más allá de ellas no es comprensible este origen. El poeta recibe de la musa el inicio de la palabra, y la envuelve en melodía haciéndola suya, prestando su voz. Convirtiéndose en medio para crear la palabra. De ahí que la voz/phoné pertenezca a la zoé: la pura animalidad de lo que solo es sonoro, onomatopéyico y la palabra del habla/logos al bíos: la comunidad política en la que se transforman los seres vivos a partir del lenguaje. La zoé es musaica, la ofrece la musa porque ella, la musa, es la imposibilidad de la comunidad que organiza al sujeto político, por el contrario, se instala solo en el ser viviente. La musa, la inspiración divina, necesita que el poeta preste su voz (no su lenguaje) para dar lugar a la palabra y sobrevivir.
En el caso del Rey en Los trabajos del reino, él necesita del Artista en su única función de zoé y vida animal que reproduzca en el sonido esa inspiración divina en la que el Rey se ve personificado, no solo por Rey, sino por la imposibilidad de convertirse en lenguaje, puesto que todo en él es acción violenta. La monarquía que se sostiene en un entorno de narcotráfico y corrupción en el que no deja de participar el Estado. Para el Rey solo es importante la voz del Artista, esa pura sonoridad de la presencia del rey que no debe osar convertirse en lenguaje, puesto que, frente al poder que el Rey inviste como soberano, el Artista solo es vida desnuda de lenguaje propio:
“El artista se levantó con susto y caminó al escenario. En el camino presintió una silueta y un aroma de mujer distinta, pero no quiso desviar los ojos, aunque ahí quedó el hervor. Se colocó entre los músicos, les pidió Ái nomás me siguen, y se lanzó. No era una historia nueva, pero nadie la había cantado. La había hallado a preguntas muchas solo para escribirla y regalársela al rey. Hablaba de sus agallas y de su corazón, puestos a prueba a mitad de una lluvia de plomo, y con final feliz no solo para el Rey sino también para los jodidos que siempre cuidaba. Bajo aquella inmensa bóveda la voz se le dilataba con un cuerpo que jamás había cobrado en las cantinas. Cantó la historia con la fe con que se cantan los himnos y con la certeza de los pregones, pero, más que todo, la hizo sentir pegajosa para que la gente la aprendiera con la cintura y las piernas y pudiera repetirla después” (p. 25).
Es en la musa donde quiere verse representado el Rey (musaica o musicalmente) dado que él es eso que debe ser cantado porque no puede ser dicho por el ser viviente, porque, como tal, no le es dada la función de comunicar, de tener lenguaje, de pensar. Lobo/el Artista, una doble función: animal y cantor hace del personaje un cuerpo prestado para la enunciación del supremo quien por sí solo no puede enunciarse; él es la inspiración divina y, liberando a Lobo del lenguaje le da la posibilidad de cantar, declarándolo Artista para legitimar su canto animal. Como quien incluye un sujeto a una comunidad política desde la exclusión, es decir, desde su condición de animalidad. Es por ello que el rey puede ser cantado por el lobo, pero no dicho por el artista. La sonoridad del ser (del Rey) tiene las palabras en el canto pero estas no pueden convertirse en lenguaje, son imágenes que buscan a quien las canta porque a diferencia del lenguaje que necesita al otro, en el canto quien canta quiere oírse a sí mismo, ser en su propia voz: la que la musa le ha otorgado. En este sentido, “La Musa –la música– signa la escisión entre el hombre y su lenguaje, entre la voz y el logos. La apertura primaria al mundo no es lógica, es musical” (Agamben, 2004) y a esto parecen acercarse, no con mucha conciencia, los criminales. Hay un espacio que se abre en la experiencia del principio musaico de la palabra, ese espacio es el pensamiento. El criminal busca artificialmente abrir ese espacio promoviendo en canciones que anuncien el prestigio del lugar desde el que no pueden enunciar por ellos mismos. El cantor de corridos o narcocorridos es una figura popular que presta su voz, para intentar promover como una fuente de pensamiento o de orden del mundo, al narcocriminal que, por distanciarse del ejercicio de la ley que dictamina el poder, se pretende más cercano a los ciudadanos:
“Esta presunción –escribe Benjamin– encuentra su expresión más drástica en el ejemplo concreto del ‘gran’ criminal que, por más repugnantes que hayan sido sus fines, suscita la secreta admiración del pueblo. No por sus actos, sino solo por la voluntad de violencia que estos representan. En este caso irrumpe, amenazadora, esa misma violencia que el derecho actual intenta sustraer del comportamiento del individuo en todos los ámbitos, y que todavía provoca una simpatía subyacente en la multitud en contra del derecho”. El criminal, en el caso de la novela, el narcotraficante, en su voluntad de violencia amenazadora para el poder, simula hallar la musicalidad que está entre el hombre y el lenguaje; esa musicalidad que es estremecimiento necesario para el posterior distanciamiento que produce pensamiento está simulada en el festejo. La fiesta no solo planificada, sino obligatoria para sostenerse como modelo de bienestar social. El criminal, simulando, intenta producir pensamiento. De organizar comunidad.
Si la apertura entre hombre y lenguaje está vacía musaicamente, la posibilidad del pensamiento político también lo está. Hoy en día, lo que transfiere el discurso del poder no es pensamiento, sino apatía propia del discurso carente de melodía que estremece al sujeto con emociones, falta ganar las fuerzas de la embriaguez musical para la revolución y la transformación política a través del lenguaje, del pensamiento. Falta el pasaje de la pura sonoridad de la zoé a la palabra que produce lenguaje en la bíos. En la zoé el ser viviente solo produce la sonoridad animal del dolor o del hambre y es de esa manera como lo reconoce el poder porque este responde a ese llamado con cajas de comida o subsidios, en función de no atender el lenguaje de la bíos que en comunidad política produce pensamiento que organiza con deberes, pero fundamentalmente con derechos. Como señala Agamben: “la tarea política es hoy constitutivamente una tarea poética, respecto a la cual es necesario que los artistas y los filósofos unan sus fuerzas”, tal como lo hace Yuri Herrera como escritor quien frente a su personaje “Lobo” o el “Artista”, no es simplemente un transcriptor de canciones, sino un autor abundante en musicalidad narrativa genuina que da lugar a una obra como Los trabajos del reino cuyo centro es la relación entre el arte/ la música y la (bio)política.
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Los trabajos del reino
Yuri Herrera
Editorial Periférica
Cáceres, 2008
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