Hoy voy con un relato en primera persona, sobre uno de mis mejores años como docente.
Lo que contaré no invalida el trabajo de los demás colegas, o debe leerse como una dogmática lección de autoayuda.
Muy por el contrario se propone como una narración en plan de storytelling.
Apenas es una experiencia que quiero compartir, para drenar e inspirar a los que leen la columna.
Cuando empecé el año, el 2023, me encontraba en una minicrisis, medio existencial y profesional.
Sentía que estaba un poco quemado, que había alcanzado mi pico de rendimiento como docente, y que seguía en piloto automático, cual zombie que circula con una sonrisa impostada.
Hacía mi trabajo como corresponde, sin faltar, generando el impacto necesario, pero sabía que no estaba rindiendo en mi máximo de capacidad, que mis mejores tiempos habían pasado.
¿Cómo lo notaba?
Los estudiantes conectaban más con otras materias, más nunca fui designado como padrino, desde 2008, cuando sin duda llegué a mi cumbre, a mi tepuy. Pero después vino la meseta.
Y se me pasaron 15 años como si nada.
Otros profesores de cine asumieron la vanguardia, en diversas universidades, incluyendo la UMA, con los aportes de los profesores Ferrer y Becerra, cracks del séptimo arte en la universidad.
Creo que la toma de conciencia y el cambio de mentalidad, me llegó por la suerte de dar clases en el Colegio Integral Ávila, por primera vez.
Fue un reto distinto, para una generación diferente, que exige brindar el 110 por ciento.
Aunado con ello, pasó algo mágico en la sección C de Comunicación en la UMA, al encontrarnos en la presencialidad plena después de la pandemia.
Así que ambos factores me llenaron de vida, me iluminaron el camino, después de la etapa dura de la pandemia.
Vino mi resurrección, mi segundo aire, como docente, si me permiten la expresión.
Estudiaba en las noches, preparaba clases como nunca antes, y tomé la decisión de llevar a cuatro invitados por vez primera: Edgar Rocca, Carlos Caridad, Nico Manzano y Andrea Jofre, todos a propósito del estreno de sus películas en la cartelera.
Por lo general, solía llevar uno o dos invitados por semestre, cuando mucho. Aparte en el 2023, compartí una clase conjunta de actuación con la profesora Ferrer, así que cuenten cinco invitados.
Ello potenció la clase, la puso en contacto con la realidad, y los estudiantes lo agradecieron.
Por último, dicté cinco master class donde me vacié y lo dejé todo.
¿Resultado?
Un semestre magnífico, con notas entre 16 y 20 puntos, alumnos conectados y contentos, nuevos amigos y la grata recompensa de ser designado Padrino de la Promoción, por segunda vez, después de 15 años.
Padrino de la sección C en Comunicación Social.
¿Qué aprendí? ¿Cuál es mi moraleja?
Primero, nunca es tarde para cambiar y reinventarse como docente.
De hecho, debería ser el compromiso de cada año, de cada semestre, a pesar de la situación país.
Segundo, hay que detenerse a escucharse mejor, con autocrítica, ser menos autoindulgentes, saber leer el cuarto, en este caso, el salón.
Por último, el apoyo del medio es fundamental.
Así que ha sido consecuencia de un contexto favorable, para desarrollarse, crecer, madurar y evolucionar.
Agradecido siempre con la UMA y el Colegio Integral Ávila por permitirme reencontrarme con mi mejor versión, en pro de todos, de los alumnos, de los maestros, de las instituciones educativas y de las redes que tejen.
Buena manera de cerrar un ciclo de 21 años como docente de cine, abriendo una nueva fase.
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