Hay quienes llegaron temprano a la política y, a la postre, resultaron unos fracasados en el oficio. O quienes llegaron tarde, coronándolos el éxito. Esto ocurre con el resto de los oficios o profesiones, aunque la mayor probabilidad de aciertos está en el médico quien, desde muy joven, comenzó a estudiar y desempeñar su carrera hasta perfeccionarse; de igual manera, lo hacen el beisbolista, el ingeniero, el carpintero, el bioanalista, y pare usted de contar los ejemplos. Solemos desconfiar del profesional, sea hombre o mujer, que no tenga la experiencia necesaria para resolver situaciones y problemas complicados. Esto es válido para una intervención quirúrgica, un lanzamiento de pelota en las profundidades del campo central, un talado de cedros, una utilización de un reactivo adecuado en un laboratorio. Los habrá muy genios y hasta sortarios para solventar un asunto muy concreto, independientemente de los largos años de destrezas, arriesgándonos al contratarlos por un precio bueno, bonito y barato. ¿Por qué debe ser diferente en el campo de la política? ¿No es cierto acaso que la política comporta también años de aprendizaje, formación y experiencia? ¿O son los políticos marcianos que no reflejan en profundidad la sociedad donde actúan? Entonces, ¿no hay mayores posibilidades de éxito en un dirigente político que haya comenzado desde muy joven su faena que, además, es pública?
Ya son cada vez más escasos los políticos de escuela, es decir, los que comenzaron en el movimiento estudiantil desde el propio liceo, protestando y movilizándose para tener un mejor plantel, y prosiguieron sus luchas desde la universidad, inscribiéndose naturalmente en un partido, sin dudas, expresión natural para hacer política. Todavía quedan aquellos que, apartando sus responsabilidades formales de estudios y trabajo, hicieron cursos de capacitación doctrinaria; aprendieron cómo negociar y armar entre varios factores una plancha en el liceo o la facultad; participaron en protestas en la calle confrontando a la policía, sin dejarse agredir físicamente; se dirigieron de manera oral a un grupo público; trabajaron en las profundidades de los sectores populares; participaron en campañas electorales, en la pega de afiches; perdieron y ganaron en buena lid los comicios internos en los que participaron; encabezaron actividades gremiales de distinta índole; viajaron por el territorio nacional muchas veces en transporte público o en cola para relacionarse nacional e internacionalmente; declararon frente a los medios a favor o en contra de situaciones del país. Con este fogueo de calle existe una gran probabilidad de resultar buenos y, por ello, la vida libre y democrática duró cuarenta largos años en un país que realmente sembró el petróleo elevando la calidad de vida de sus habitantes.
La antipolítica, el odio contra los partidos por si mismos que traemos desde las crudas dictaduras militares, acabó con esos cuarenta años. Hoy día esa conducta nos tiene con un cuarto de siglo en las tinieblas. Las mayorías de entonces prefirieron a Hugo Chávez y su equipo de “Caras Nuevas” como muchos decían, cuya única experiencia era la de las armas y el uso de la fuerza. La traición al juramento de defender a la patria no sólo se alzó contra las instituciones democráticas, sino que las acabó al provocar con su sucesor una crisis humanitaria compleja y una diáspora de ocho millones de coterráneos. Nadie conocía a ese grupo como políticos, excepto los de más vieja data que habían fracasado al conspirar contra la democracia en los años sesenta, y que se aliaron a Chávez.
La trayectoria tiene un peso demasiado importante a la hora de sopesar a la dirigencia. No hay presidente de la República entre 1958 y 1998 que el país no lo conociera desde muchachito, y ocurría algo semejante con los que no habían alcanzado la alta magistratura. De Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Rafael Caldera, Carlos Andrés Pérez, Luis Herrera Campíns, Jaime Lusinchi y Ramón J. Velásquez, los venezolanos les conocían desde décadas antes, por sus actuaciones públicas. Se sabía cómo eran, qué pensaban, cuáles sus fortalezas y debilidades. Y si algunos venezolanos entera no los conocían, si se sabía de ellos en las universidades, por ejemplo: Betancourt y Leoni, no eran ningunos peseteros que se entretenían en la vieja sede de la Universidad Central de Venezuela, como tampoco Jóvito Villalba, Gustavo Machado, Luis Piñerúa Ordaz, Teodoro Petkoff, Lorenzo Fernández, Mercedes Fermín, por mencionar algunos. En estos tiempos hay dirigentes que ni en su casa saben quién es. Tengo amigos muy modestos en el medio político de una larga experiencia y trayectoria que no se han ido del país con el primer triquitraque que le soltaron, incluso, que fueron noticia en la prensa escrita siendo muchachos. Pero también sé de gente que se inventa un pasado político, una trayectoria, una carrera, una experiencia, con anécdotas, peripecias y todo, llenándose la boca de los grandes sacrificios que ha hecho por la nación. Y aunque tienen edad para haber vivido momentos estelares de este país, el problema es que no reconocen que llegaron tarde y se inventan hazañas sin que nadie sirva de testigo.
La política de la trascendencia surge cuando desde la escala más humilde se ha ascendido y se tiene conciencia de Estado. En días pasados me escandalizó que una de las candidaturas presidenciales de la oposición no sólo disertara en torno a lo que va a ser la transición, sin que se haya molestado en preguntarles por ejemplo a John Magdaleno, un experto en el tema, para no meter la pata y encima de eso diga que tiene no sé cuántos años dejando el pellejo en las calles. Esa hoy candidatura presidencial nunca la vi, como vi a tantos otro, en la calle en 2014 o en 2017, y por favor ¿cómo se cree que por un decreto Pdvsa retorne a ser lo que era? ¿Incorporará a los 20.000 despedidos por Chávez y será que se meterá en el bolsillo a los cientos de miles que actualmente están en esa nómina? Claro, entiendo que esa candidatura estudió tranquilamente en su universidad aunque estuviera cayéndose, le cayó en gracia a alguien para ingresar y ascender políticamente, y sus asesores dependen completamente de Wikipedia.
Esta es una realidad que debemos tener presente, y con esto no le quito mérito a nuevas generaciones que se han venido preparando y que quieren aportar para el desarrollo de un nuevo país, pero como hemos dicho se necesita más que las ganas para generar un cambio significativo y duradero. La experiencia y las nuevas ideas van siempre de la mano, junto con las propuestas y prácticas alentadoras de la creatividad social y la innovación política, pero no hay que dejarse llevar solo por el ansia de generar un cambio y buscar una cara nueva para hacerlo. Muchos venezolanos hemos insistido, resistido y persistido para comunicar que hoy es el momento de entender el concepto de unidad del cual hemos hablado durante muchos años: todos somos necesarios sin distinción de edad e ideología política porque el objetivo es el mismo. Hoy es el momento de un cambio conceptual para el surgimiento de una mejor Venezuela para todos.
@freddyamarcano
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