—Excomisionado Sergio Jaramillo: usted, el escritor Héctor Abad Faciolince y la periodista Catalina Gómez sobrevivieron al ataque con misiles en la ciudad de Kramatorsk y pueden contar el cuento. Pero también habrían podido morir y ya no existir. ¿Ha reflexionado sobre eso?
—Cuando explotó el misil, la marquesina que cubría la terraza donde estábamos sentados voló en mil pedazos, que giraban a nuestro alrededor. En ese momento uno no piensa en uno mismo, sino en los que están al lado. Héctor, que cayó al piso, parecía herido por unas manchas que tenía, pero no lo estaba. Volteé la cabeza y vi a Victoria Amelina, la escritora ucraniana que viajaba con nosotros, absolutamente inmóvil y pálida como una porcelana.
—¿Qué hicieron?
—Le hablamos con Catalina y no respondía. Le tomé el pulso y comenzamos a pedir que llamaran una ambulancia. Por coincidencia, al lado de nuestra mesa estaba una señora ucraniana que hablaba un perfecto español y que nos había comenzado a charlar al ver el parche de «¡Aguanta Ucrania!» sobre mi bolso. Ella hizo la llamada mientras unos paramédicos que estaban en el restaurante le prestaban primeros auxilios.
—Volviendo a la reflexión sobre cómo la vida se va en una fracción de segundos, ¿ha pensado que entre las 12 personas que murieron podría haber estado usted?
—Es cierto. Victoria estaba sentada recta al lado mío en el momento de la explosión, yo tenía la cabeza inclinada al nivel de la mesa mientras recogía una servilleta. Ella recibió un golpe en la nuca, y yo no. Así de arbitraria es la vida. Pero le confieso que toda mi atención está en estos momentos en Victoria.
—¿Y cómo está ella?
—En un estado delicado. La familia quiere mantener la reserva sobre su salud, como es su derecho, y anunciará lo que haya que anunciar.
—Cuéntenos, ¿quién es la escritora ucraniana Victoria Amelina que acompañaba a los tres colombianos?
—Un ser extraordinario. Yo la había conocido en Cartagena, en el Hay Festival, cuando nos invitaron a presentar nuestra campaña «¡Aguanta Ucrania!». Para la feria del libro en Kiev, le propuse que nos acompañara en el panel, junto con Oleksandra Matviichuk, la premio Nobel de paz, y Volodymyr Yermolenko. Catalina Gómez, que moderó el panel y que es otro ser extraordinario, nos había puesto en contacto semanas antes a raíz de un viaje que habían hecho juntas por el Donbás. Victoria había fundado un festival literario en un pueblo que se llama “Nueva York”, como una forma irónica de resistencia a la brutalidad de los rusos, creo yo. Ella está entregada de cuerpo y alma a su país.
—Su oficio es la escritura, autora de las novelas Dom’s Dream Kingdom y Fall Syndrome. ¿Ahora estaba dedicada a la defensa de su país tras el ataque de Rusia?
—Luego de la invasión, tomó la decisión de poner en pausa la literatura y dedicarse a la investigación de crímenes de guerra. Hace parte de una organización que se llama los Truth Hounds (Sabuesos de la Verdad), con quien yo casualmente había estado en Kiev en el mes de agosto. Son investigadores entrenados en técnicas forenses que cuando cae un misil en un edificio residencial, por ejemplo, ayudan a identificar el tipo, recogen evidencia, toman fotos y todo lo demás que hay que hacer para llevar esos crímenes ante un tribunal. Imagínese: una investigadora de crímenes de guerra víctima de un crimen de guerra.
—Allí mismo en esa pizzería, además de los muertos –entre ellos hay cuatro niños– quedaron 60 heridos. ¿Cómo contar lo sucedido?
—El dolor de esas familias es infinito. Murieron dos mellizas de 14 años, por ejemplo. Se trata, como le dije, de un crimen de guerra. Cualquier persona que sepa de las Convenciones de Ginebra y el Derecho Internacional Humanitario sabe que los objetos civiles están protegidos, y que en cualquier caso se deben observar los principios de necesidad y proporcionalidad. Lanzarle un misil Iskander a una pizzería llena de familias y niños es un auténtico acto de barbarie.
—Entre sectores que tratan de justificar el accionar de los rusos hay tesis que dicen que podría tratarse de un error. ¿Es posible?
—No hay ninguna posibilidad, la pizzería está pegada a un complejo comercial en el centro de la ciudad. Ahí no hay ningún objetivo militar y por eso mismo estábamos tranquilos. Fue un ataque intencional, que lo hace especialmente escandaloso. El año pasado los rusos ya habían matado a 63 civiles con un misil en la estación de tren de Kramatorsk, y también lo hacen en ciudades que están a cientos de kilómetros del frente, como Umán y Vinnytsia.
—¿Y por qué lo hacen?
—Putin no quiere simplemente conquistar territorios, sino dominar y acabar con Ucrania. Como ha fracasado en el terreno militar, recurre al terror contra la población.
—¿Por qué considera usted que este hecho es especialmente grave? Se lo pregunto porque en el mundo todos los días vemos hechos terribles, terrorismo donde caen inocentes. ¿Por qué esta situación es distinta?
—Conocemos el terrorismo de los grupos yihadistas, y nosotros mismos vivimos atentados como el de El Nogal. Pero que un país que es una gran potencia militar y un miembro permanente del Consejo de Seguridad, que debería estar salvaguardando el orden y el derecho internacional, desarrolle una política sistemática de terror contra la población civil del vecino es otro nivel de barbarie.
—¿Qué consecuencias tiene esto?
—Rusia se ha convertido literalmente en un Estado terrorista. Todos los países y las sociedades de América Latina debemos levantar nuestra voz contra estas atrocidades, que es lo que pretende «¡Aguanta Ucrania!».
—Hablando de eso, ¿qué opina de lo que dijo el presidente Gustavo Petro, que Rusia “viola los protocolos de guerra” y que Colombia debe protestar formalmente?
—Que tiene toda la razón. Valoro mucho las palabras del presidente Petro, y le agradezco.
—¿Cuando usted inició la campaña «¡Aguanta Ucrania!» se imaginó que la situación era tan dramática?
—Sí. Cuando en febrero del año pasado los rusos invadieron Kharkiv o Jarkóv, que es una ciudad a pocos kilómetros de la frontera de habla rusa y con fuertes vínculos familiares con Rusia, la gente decía: “Sentimos que Putin nos quiere asesinar a todos, es espantoso”. Los rusos tiraban bombas de racimo, que están prohibidas, en los barrios residenciales, y la gente pasaba semanas enteras apiñada en los refugios oyendo día y noche las explosiones. Estuvimos con Victoria precisamente en Kharkiv hablando de eso para «¡Aguanta Ucrania!».
—¿Putin por qué hace eso?
—Para aterrorizar a la población, como ya le dije. Pero, a mi juicio, hay también otro elemento, que es la violencia como escarmiento. Los ucranianos dicen que en el primer año de la invasión los rusos les lanzaron 5.000 misiles, imagínese eso. Es como si Putin quisiera castigar a Ucrania por no plegarse a su visión delirante y querer ser un país libre.
—A propósito, ¿cómo y por qué pasó usted de ser el comisionado de Paz en Colombia a liderar una campaña internacional en defensa de Ucrania?
—Porque me parecía que Putin no se podía salir con la suya con el cuento de que Ucrania es un simple peón de Occidente, como si no existiera y no tuviera iniciativa propia, y que además América Latina tenía que tener voz propia en la discusión internacional. Tenemos nuestras propias razones para estar directamente afectados por esta bárbara invasión.
—¿Cuáles?
—Para mí son dos, además de cosas evidentes como el encarecimiento tremendo de los alimentos y la consecuente inflación. En primer lugar, como nos decía el expresidente Sanguinetti, de Uruguay, los países de América Latina hemos tenido una relativa paz entre nosotros por dos siglos porque nos respetamos mutuamente nuestra soberanía. Si Rusia se sale con la suya, es sálvese quien pueda y nuestra protección depende de estar bajo la sombrilla de uno u otro poder regional. Ese mundo de la ley del más fuerte, de la ley de la selva, no le sirve a ningún país de América Latina.
—¿Y la otra?
—La otra es que si de algo sabemos en nuestro continente es de la violación de los derechos humanos. Claudio Grossman, el expresidente chileno de la Comisión Interamericana, recuerda en un video que grabó para «¡Aguanta Ucrania!» que fue América Latina la que insistió en meter el crimen de desaparición forzada en el Estatuto de Roma, que es lo que se está viviendo en todas partes donde están los rusos en Ucrania, incluyendo la desaparición de niños. La conexión de ahí a Argentina, a Chile, a México y también a Colombia es directa. Grossman concluye: “Ucrania está lejos, pero está muy cerca de nuestros valores”. No puedo estar más de acuerdo.
—Finalmente, después de lo ocurrido, ¿qué cree que se puede hacer?
—Lo primero es salir de la visión que tienen algunos gobiernos de la invasión rusa como una especie de partido de fútbol, en el que comemos maíz tote mientras esperamos el marcador. Como ya le dije, lo que pase en Ucrania nos afecta de forma directa, y hay muchas formas de ayudar, también desde la sociedad. Esta guerra solo termina cuando el Kremlin vea que se le cerraron todas las puertas. Que la gente de América Latina le diga a Rusia: “No más actos de barbarie, no más terrorismo de Estado” es no solo una forma de ayudar a proteger civiles, sino también de acabar la guerra.
ARMANDO NEIRA
EDITOR DE POLÍTICA DE EL TIEMPO
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