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Nayib Bukele y su ley del deseo

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Nayib Bukele / Foto AFP

La carne es débil. Y mucho más en el caso del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, que fue construyendo, paso a paso, su propia y desmesurada tentación de permanecer en el poder.

No parece importarle en demasía lo que la Constitución de su país permite o prohíbe. Sigue abriéndose camino hacia su meta más deseada con sus mejores herramientas: sus amplios conocimientos de marketing, su infalibilidad en las redes sociales y un pragmatismo autoritario, que lo han convertido en una suerte de pop star en el universo del poder latinoamericano.

Su partido, Nuevas Ideas, acaba de anunciar desde su cuenta en Twitter –la tarima preferida del Bukele– que su precandidatura y la de su vicepresidente, Félix Ulloa, ya fueron inscritas para buscar la relación en las elecciones del próximo 4 de febrero. El proyecto reeleccionista del bukelismo tiene su origen en el 2021, inmediatamente después de arrasar en los comicios legislativos y de hacerse del control de la Asamblea.

Con la mayoría en sus alforjas, reemplazó de inmediato a los miembros de la Sala Constitucional como así también a todos los jueces mayores de 60 años o con más de 30 años de servicio en el poder judicial.

Aquel fue el paso más audaz en ese proceso de travestismo explícito al que se sometió el popular mandatario salvadoreño desde que dio sus primeros pasos en el sendero político, allá por el 2012, cuando fue elegido alcalde de Nuevo Cuscatlán.

A ese cargo había llegado de la mano del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), partido del que hasta entonces fue su publicista de cabecera.

Con esa agrupación, otrora guerrilla de izquierda, desembarcó también en el 2015 a la alcaldía de San Salvador, para de inmediato romper y avanzar, zigzagueante, montado en partidos de tendencias diversas hasta alcanzar la presidencia en 2019.

Ni bien se conoció ese controvertido fallo del constitucional comenzó a ser objetado por respetados juristas y por todo el arco opositor. Fiel a su estilo, Bukele logró empañar el debate hasta la actualidad. Lo hizo apoyado en sus índices cada vez más elevados de popularidad y en su estilo de comunicación directo, su discurso altisonante y un coqueteo explícito y permanente con el populismo (en el que llegó a reconocerse públicamente) y el autoritarismo.

15 meses de estado de excepción

Los niveles de apoyo a su gestión, poco frecuentes para cualquier mandatario de la región, y la caída en los casos de criminalidad en un país atravesado por el delito de las pandillas, es el muro defensivo más férreo que supo levantar el jefe de Estado. Incluso, hasta lo habilita, sin pagar costo político alguno, a gobernar bajo estado de excepción (con suspensión de garantías constitucionales) desde hace más de 15 meses.

La Constitución

Esa controversia jurídica se dirime con base en el artículo 152 de la Constitución, que establece que quien se haya desempeñado por más de seis meses, consecutivos o no, como presidente, durante el período inmediato anterior, no puede volver a candidatearse para el mismo cargo.

La interpretación que hace el gobierno al respecto se basa en que «el período inmediato anterior» es el de 2014-2019. Algo que para Eduardo Escobar, director de la ONG Acción Ciudadana, «es absurdo porque pensar que quien no se puede reelegir es el que terminó el período anterior al actual, en ese caso eso no sería reelección».

Para Escobar hay otro artículo de la carta magna que entra en colisión con la tentación perpetuadora de Bukele, el 88: «Prohíbe la continuidad del presidente porque establece que la alternabilidad en el ejercicio de la Presidencia de la República es indispensable para el mantenimiento de la forma de gobierno y sistema político establecidos».

DD HH y corrupción

Tanto los pormenores de ese debate como las evidencias de que se está ante un gobierno poco afecto al respeto de los derechos humanos, caen en saco roto. Lo mismo ocurre con algunos señalamientos y denuncias de corrupción en la esfera del gobierno; parecen importar poco y nada en una sociedad, históricamente, castigada. Primero, por una guerra civil (1979-1992) que se cobró la vida de más de 100.000 personas y luego por los altos niveles de pobreza, en ese el país más poblado de Centroamérica.

Al vuelo de las encuestas, Bukele tiene la aceptación de más del 91 % de los consultados. Su política de guerra contra las Maras, con su consecuente descenso de los asesinatos, aparece como el mayor activo del gobierno. Ese escenario fuerza, además, a la oposición a reaccionar unida contra un presidente que, entre otras curiosidades, viene de convertirse en el eje central de la primera vuelta en los recientes comicios presidenciales de la vecina Guatemala.

Allí, la candidata Sandra Torres, juró y perjuró desde la tribuna, seguir el camino de Bukele para acabar con el flagelo de las pandillas y los altos índices de criminalidad que acosan a ese país. Herencia, en ambos casos, de un pasado inmediato de conflictos armados.

Con el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), en su embrionaria fase guerrillera, y con la Unidad Nacional Revolucionaria Guatemalteca (UNRG), a uno y otro lado de la frontera, en donde tras los procesos de paz y sus posteriores desarmes (en 1992 y 1996), fueron desatando sendos aluviones de bandas armadas. Flagelo similar al que sufrió, en alguna medida, Colombia, tras el acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC), en el 2016.

La novedosa maquinaria gubernamental que eleva la figura de Bukele no solo pasa por haber copado de acólitos y fieles todos los poderes del Estado o por sus infalibles estrategias en las redes sociales, sino también por su pragmatismo azuzado por la big data.

Ese fue el coctel con el que logró lo que muchos salvadoreños creían imposible. Reducir a los mareros (sin importar, como quedó demostrado en su momento, que había llegado a acuerdos secretos con los jefes de las pandillas), pero sobre todo, hacer que la ultraderechista Alianza Republicana Nacionalista (ARENA, el partido creado en 1981 por el mayor Roberto d’Aurbisson) y el FMNL se unieran como acaban de hacerlo de cara a los comicios del 2024.

Alianza contra natura

Al conocer esa alianza –que en otros tiempos hubiese sido contra natura–, Bukele la recibió con una de sus acostumbradas arengas. «Después de una guerra civil que dejó 85.000 muertos, 1 millón de desplazados, 5 décadas de atraso, nuestra infraestructura destruida, el nacimiento de las pandillas y unos acuerdos de paz falsos, que nos sumergieron en 30 años más de pobreza y subdesarrollo. Dividieron a un país en dos y pusieron a que nos matáramos entre hermanos; financiados (ambos) por poderes extranjeros. Todo eso, y muchas cosas más, para terminar en esto. Dios los perdone…».

Desde esa alianza, le recuerdan a Bukele que durante su gestión la deuda pública aumentó en 5.900 millones de dólares y que la pobreza se incrementó un 4 % (26.6 % de la población económicamente activa). Eso entre sus opositores. Desde la prensa, a la que supo perseguir en su momento, también le remarcan datos de su contabilidad.

Una investigación del periódico digital elfaro.net (uno de los más hostigados por el gobierno) resaltó que desde que se instauró el régimen de excepción, la administración Bukele ingresó en las cárceles «68.720 personas; 142 casos de muertes archivados en la justicia, 5.000 fueron liberados y 153 muertes». Todo, pólvora mojada para el blindaje que rodea al presidente.

Rara avis para la fauna del poder

Un presidente que no es del agrado de la administración Biden y al que sus pares regionales miran de soslayo. Un rara avis para la fauna del poder. Un joven mandatario capaz de calificar a su par nicaragüense, Daniel Ortega, de «dictador», pero luego no votó en su contra en la sanción que la OEA le aplicó, en mayo del 2022 por haber intentado tomar la sede de ese organismo en Managua.

Evidencias, señales, rastros, que Bukele va dejando en ese camino que viene desandando para completar su máximo deseo: terminar de transformarse en eso que alguna vez dijo autopercibirse: «El dictador más cool del mundo».

Artículo publicado en el diario El Debate de España

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