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“Las vamos a matar a todas”: así fue el violento enfrentamiento entre mujeres que dejó 46 reclusas muertas en una cárcel de Honduras

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Delma Ordóñez fue a la “zona muerta” para negociar un acuerdo.

La “zona muerta” es un área de seguridad entre dos muros donde llegan las reclusas que intentan fugarse del Centro Femenino de Adaptación Social, ubicado a unos 20 kilómetros de Tegucigalpa, la capital de Honduras.

Sin embargo, el martes 20 de junio se convirtió en un refugio para 74 reclusas que lograron escapar de un incendio y un tiroteo ocurridos en esa prisión de mujeres.

Aunque estaban heridas, insoladas y sedientas, era el único lugar donde se sentían a salvo.

Las autoridades acudieron a Delma Ordóñez, activista por la defensa de los derechos humanos dentro de las cárceles de Honduras, para que las convenciera de que abandonaran la «zona muerta».

Ordóñez no solo representa a familiares de las reclusas. También las visita con frecuencia y conocía personalmente a todas las víctimas.

Aquella mañana murieron 46 mujeres calcinadas y tiroteadas en un enfrentamiento entre integrantes del grupo Barrio 18 y la Mara Salvatrucha.

La presidenta de Honduras, Xiomara Castro, describió el motín como un “monstruoso asesinato de mujeres”, destituyó al ministro de Seguridad y designó una junta interventora para la prisión.

En este relato en primera persona, Ordóñez comparte los testimonios que recogió de reclusas que sobrevivieron al motín más sangriento ocurrido en una cárcel de mujeres en Honduras

Reclusas Honduras

Las autoridades entregaron los cuerpos a los familiares de las reclusas. GETTY IMAGES

«Dejen de estar pelando papas»

Las muchachas del módulo 1 de la prisión cuentan que el lunes [19 de junio] apareció un papelito debajo del portón que decía: «Dejen de estar pelando papas».

En la jerga de ese lugar significa que estuvieran listas porque algo venía.

Ese mismo lunes, algunas cuentan que sintieron un olor a gasolina.

En el Centro Femenino de Acción Social hay una población de 916 privadas de libertad. 103 de ellas vivían en el módulo 1, donde están las muchachas de la Mara Salvatrucha, el módulo que fue atacado.

En el resto de los módulos, del 2 al 7, viven las del Barrio 18.

Hay que recordar que la mayoría de la población penitenciaria en Honduras no pertenece a ninguna estructura (mara).

Pero las que sí están en las estructuras se enfrentan.

Algunas muchachas tenían tiempo diciéndome que todo estaba tenso. Unas les gritaban a las otras: «¡Perras, las vamos a matar!».

O les decían: «Váyanse de aquí, este es nuestro territorio. No las queremos aquí».

La semana pasada, unas privadas de libertad que se mudaron del módulo 1 al 2 tuvieron problemas. Fueron expulsadas del módulo 1 porque son lesbianas y bisexuales.

Ellas me decían: «Tenemos miedo, nos gritan que somos unas infiltradas».

El martes a las 7:00 de la mañana pasaron lista, como se hace todas las mañanas, para verificar que no faltara ninguna privada de libertad.

Reclusas Honduras

REUTERS

El ataque

Cuando salieron las que viven en el módulo 1, descubrieron que habían tomado a cuatro custodias como rehenes y las de otros módulos aprovecharon la apertura del portón para entrar.

Muchas de las que vivían en el módulo 1 son mujeres de mareros que fueron capturadas por la policía cuando detuvieron a sus parejas. Algunas ni siquiera saben cómo usar un arma.

Hay otras que son personas de la tercera edad, había una con diabetes que estaba en silla de ruedas. Ya le habían amputado una pierna y tenía la otra gangrenada.

Las muchachas dicen que comenzaron a escuchar disparos y todas salieron corriendo. Dicen que vieron fusiles, machetes, picos de esos que usan los albañiles y piedras.

Un grupo de mujeres se metió en un baño y bloqueó la entrada con un colchón para hacerle más difícil la entrada a las que venían de fuera.

Una de ellas me contó que vio cuando otra privada de libertad sacó un frasco de vidrio de mayonesa lleno de gasolina con una mecha y lo tiró contra el colchón que protegía la entrada del baño.

Esos fueron los 23 cuerpos que encontraron juntos, parece que estaban abrazadas.

Y luego se encontraron 23 cuerpos más acribillados.

Mientras se escuchaban disparos por los pasillos, se hizo una columna de humo negro muy densa. Todas dicen que ya no se podía ver nada.

Al menos 74 reclusas del módulo penitenciario que se incendió lograron escapar y salvarse. GETTY IMAGES

Ese fue el humo que vieron los parientes que estaban esperando afuera para entrar. Los días martes los familiares de las privadas que viven en los módulos 1, 2, 3 y 4 llevan los víveres.

Las que estaban adentro aprovecharon el humo para escapar. Esas fueron las 74 que llegaron a la zona muerta. Treparon como monos por ese muro, se tiraron desde lo alto y muchas sufrieron fracturas.

Todas las privadas con las que hablé me dijeron que las autoridades no hacían nada, que había privadas de libertad caminando por la prisión con armas y nadie las detuvo.

Al principio no nos dejaban entrar. Había bomberos, policías y militares por todas partes.

Los familiares me gritaban en la puerta: ¿Módulo 3, módulo 6? Para ver si la gente de esos módulos había sido atacada.

Luego comenzaron a salir las personas de rescate. Nadie quería pasar a la zona del incendio.

«Solo se miran los huesos», me dijo uno de los muchachos que estaba recuperando los cuerpos.

Era una escena dantesca, el olor era insoportable.

Luego nos dijeron que encontraron cuchillos, machetes, pistolas, un fusil AR-15 y una Uzi. También granadas.

Es curioso porque los hombres se enfrentan a bala viva. Pero esto que pasó entre las mujeres, con tanta violencia, no lo habíamos visto.

La zona muerta

Yo nunca había estado en la zona muerta.

Llegué allí como a las 3:00 de la tarde y ellas estaban ahí desde las 8:00 de la mañana más o menos, llevando sol y sin agua.

Había 67 privadas de libertad. A las demás las habían llevado al hospital porque tenían heridas muy graves.

Las muchachas me abrazaron y lloraban. «Nosotras sabíamos que tú no nos ibas a dejar solas», me decían.

Habían vomitado, les dolía la cabeza y tenían heridas.

Ellas me decían: «No nos vamos a mover de aquí». Y yo les respondía: «Confíen en mí, no voy a permitir que les pase nada malo».

La negociación fue muy difícil, ellas pedían la custodia de la policía preventiva porque pensaban que la policía penitenciaria había abierto los candados.

Fue difícil convencerlas de salir porque todo ese predio está rodeado por gente del Barrio 18 y les dijeron que les iban a tirar una bomba.

Al final logramos sacarlas y llevarlas a un lugar donde pudieron asearse y comer.

Nadie se imagina lo que vivimos en esas horas. Cuando llegué a mi casa, me senté en un banquito y me puse a llorar.

Le pregunté al Señor de dónde saqué fuerzas para vivir todo eso.

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