La única respuesta honesta a esta pregunta, es decir: ¡No se sabe! ¿Por qué no se sabe? Pues, porque la historia y la vida son caprichosas e insondables. ¿Sabía acaso María Antonieta, cuando escribió en su diario el 14 de julio de 1789, la palabra “Rien” que, meses después, tal indiferencia y despiste le iba a costar la cabeza? ¿Sabía el funcionario que olvidó mandar a cerrar una puerta del muro de Berlín, por irse al teatro con su esposa, que tal olvido derribaría el muro? ¿Alguien podía prever que un estibador del Báltico y un poeta checo cambiarían la historia de sus países, sin habérselo propuesto?
¿Quién puede afirmar con certeza qué va a pasar en las elecciones venezolanas? ¿Podemos jugarnos a Rosalinda diciendo que el chavismo podrá hacer lo que le venga en gana, o siquiera dar por sentado al 100% que Maduro será su candidato?
Es cierto que en la política prever, tener varios escenarios, estudiar todas las probabilidades, es importante y necesario, pero es que a veces, por estar “previendo” lo que va a pasar, no vemos lo que verdaderamente está pasando, o lo que es peor, dejamos de hacer lo necesario para que pase lo que realmente queremos que ocurra.
Un vicio reiterado que nos hace procrastinar en demasía es que todo queremos someterlo a un debate que teóricamente desembocara en la solución final o en la verdad revelada y resulta que en la política la verdad no existe como tal. No está oculta en un sagrario; no es un santo grial que se busca indefinidamente. No es como “el palito mantequillero”, ese juego de niños en el que escondíamos algo y le íbamos diciendo a quien lo buscada “frio, caliente, frio, caliente, tibio, hasta que el palito aparecía.
Siempre tendremos más oportunidad de lograr el objetivo que esperamos si trabajamos en él, que si convocamos un simposio para saber cómo se llega.
Asumimos que el desafío que tenemos es crear las capacidades para lograr derrotar a Maduro en 2024. Pues bien, hay una candidata que ha hecho de esto su principal tarea y está en la calle para lograrlo. Esa candidata, de manera evidente, ha logrado entusiasmar a un país que teóricamente estaba desmoralizado. Es cierto que no es monedita de oro que a todos gusta y es cierto también que muchos, de buena fe, hacen sugerencias, críticas y observaciones para tratar de que esas capacidades puedan concentrarse y fortalecerse. Otros, como es normal, pues sencillamente no están de acuerdo con sus postulados y no tienen confianza en sus propuestas. Hasta aquí, digamos que todo bien.
Pero también es cierto que mientras más trabaja y más respaldo logra en las calles, más escuchamos desde el rincón del machismo, desde el pulpito de la sabiduría, desde el pedestal del resentimiento social y político, e incluso, desde lo profundo de los desagües, que lo que está haciendo no llevará a ninguna parte.
En estos últimos, una vez más se repite el patrón de la lectura equivocada de María Corina Machado; una vez más, piensan que se le puede ganar la partida porque es predecible; de nuevo la subestiman y vuelven a equivocarse.
Cuando, por ejemplo, todos estos augures pensaban que había llegado el ansiado día para deshacerse de ella, pues iba a darle un palo a la lámpara y abandonaría las primarias, luego del anuncio de la CNP de la asistencia del CNE, aguantó con cabeza fría, todo lo que fue necesario, para poder celebrar hoy, con legitimidad, la declaración de unas primarias autogestionadas y manuales.
Afortunadamente, una cosa pasa en el Olimpo de los debates y otra en las calles de los mortales. Su opción crece y hace lo que tiene que hacer: sigue recorriendo el país, sigue fortaleciendo la voluntad de cambio y sigue subiendo el costo a cualquier disparate que se le ocurra al gobierno. Tanto es así, que puede ocurrir que, llegado el día, Maduro no tenga más remedio que ponerle la banda. Como decía Buck Canel: “Yo las he visto más feas (o feos) y se han casado”.
Quizás, para finalizar, valdría la pena recordar a León Trotsky, quien afirmaba que los “cambios son siempre imposibles hasta que se hacen inevitables”.
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