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Lo empresarial en contravía de lo gubernamental

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A pesar de que los gobiernos de Estados Unidos y de China se dan mutuamente la espalda y alimentan las desavenencias políticas entre ellos, el empresariado de la gran potencia occidental mantiene una dinámica independiente de Washington y muestra, con su presencia proactiva de varias décadas en suelo asiático, cómo es posible desarrollar y mantener negocios provechosos y cómo una suerte de interacción cultural no es una quimera.  Se estima que en este momento operan allí más de 50.000 sociedades de origen estadounidense. 

La actividad de la restauración y  fast food es un área particularmente activa. Las cifras de Investopedia muestran como Kentucky Fried Chicken vende más pollo en la geografía china que en los 52 estados de la Unión. Otras transnacionales como YUM Brands, la propietaria de las tiendas de Pizza Hut, Taco Bell y KFC, crecen a velocidades siderales en la hora actual. Mc Donald’s Corp opera en 3.700 localidades en China, mientras que Starbucks maneja ya 5.000 establecimientos en 200 ciudades.

El tercer mercado mundial de Apple es China y éste le aporta una quinta parte de sus ingresos. Grandes almacenes como Walmart, Trader Joae’s y Home Depot están fuertemente insertos en el mercado sin hablar de Nike, Gucci y Abercrombie & Fitch. Sectores que llegan directo al consumidor a través de productos fabricados in situ incluyen a Avon, Colgate-Palmolive, Tyson, Nabisco, Kellogg’s, Danone, Conagra y Tupperware, así como Johnson & Johnson, Pfizer y Eli Lilly & Co. Howard Schultz de Starbucks llama a China su “segundo mercado doméstico” ¡y no es para menos!

En otro campo, el comercial, una muy provechosa relación privada entre los dos países y un potente acercamiento empresarial son representativos de un entendimiento que va en contravía de los muchos desencuentros que están en el orden del día de las relaciones gubernamentales de las dos grandes potencias planetarias. De hecho, 690.600 millones de dólares en importaciones y exportaciones intercambios entre los dos países en el año 2022 desdicen mucho acerca de las tensiones políticas entre Pekín y Washington que a diario nos ofrece la prensa internacional.

Es cierto que el tejido empresarial que allí opera, ante la animadversión creciente y la falta de coincidencia de propósitos políticos entre Pekín y Washington ha comenzado a incluir a la “deslocalización” parcial de sus operaciones dentro de sus planes estratégicos de manera de paliar a los riesgos eventuales de una ruptura. Hace meses ya es público que el gobierno de Joe Biden establecerá estrictas reglas para las inversiones de empresas estadounidense en el territorio de su rival, particularmente en las áreas tecnológicas susceptibles de fortalecer el poderío militar chino.

Ello no es óbice para que el empresariado de Estados Unidos detenga sus incursiones en el mercado del coloso. En marzo de este año los más grandes inversionistas se desplazaron para atender una invitación en la que el ministro de Comercio, Wang Wentao, les aseguró que “las empresas extranjeras no son huéspedes sino familia”, solo que, como afirmó Pete Sweeny en El País de  España, el abrazo es incómodo.

Por ello los inversionistas estadounidenses presentes en China siguen haciendo llamados en favor de una mayor interacción. Consideran que un entrelazamiento intenso y creciente en lo empresarial es capaz de fomentar un mejor entendimiento y cambios de orientación en la forma de percibirse el uno al otro.

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