Arrancó España ayer lunes con un escenario impensado para la casi totalidad del país. La moción de censura intentada por los socialistas, principales opositores del gobierno del PP, triunfó y un nuevo presidente del Ejecutivo, Pedro Sánchez, asumió la conducción del país durante el fin de semana.
La defenestración de Rajoy del poder ha generado hostilidad y revanchismo, lo que en política no son hechos extraños cuando los cambios que se instalan son radicales. La torcida alianza de Sánchez con los populistas y los independentistas ha recibido por apelativo el de “Gobierno Frankestein”. Rajoy, por su lado, sale de la silla presidencial sin que se hayan reconocido las indudables ejecutorias que elevaron la calidad de vida de los españoles durante su mandato.
Una vez materializado el cambio, junto con la calma que se presenta después de la tormenta, el nuevo partido de gobierno debe dedicarse a examinar en detalle los problemas de calibre que debe afrontar, más temprano que tarde, en relación con el desenvolvimiento del país, de manera de repetir en el poder, no ya por una triquiñuela política sino gracias al premio de la ciudadanía en votaciones generales.
En mi visión de la España de hoy, dos hechos son vitales y deben recibir inmediata atención en la hoja de ruta de Sánchez: uno es el económico y tiene que ver con el crítico paro que enfrenta la sociedad española y el otro, de orden político, se refiere al desenvolvimiento de las tendencias secesionistas de Cataluña.
El primero requiere de una atención pronta pero sin incurrir en audacias ni equivocaciones de orden populista que alteren las cifras macroeconómicas españolas, las que se encuentran en el límite indispensable para garantizar su permanencia y seguir gozando de los beneficios de la Unión Europea. 19 millones de ciudadanos entre los 34 con que cuenta el país tienen empleo hoy desde las políticas de Mariano Rajoy. El mes de mayo la afiliación al Seguro Social creció en 1,27%, configurando ello la mejor cifra mensual alcanzada por su administración. Un divorcio de ellas, por ejemplo, en el terreno de la austeridad presupuestaria puede provocar gigantescos desajustes que España no se puede permitir.
La brújula de los nuevos ocupantes de la Moncloa debe apuntar a enfocar lo más imperativo: mantener el ritmo de crecimiento del PIB alcanzado por el gobierno saliente –3,1% en 2017 después de 4 años de crecimiento–, tasa que los últimos 3 meses del año 2017 superó la media de la UE y de la eurozona y se situó por delante de las grandes economías europeas. La tarea de los socialistas será ciclópea pero deberá agenciárselas para que, en medio de las presiones de sus aliados populistas, se garantice la sostenibilidad del sistema de pensiones.
Una Cataluña dividida en dos mitades es el otro gran desafío del PSOE. El independentismo es una cuenta pendiente que tiene un trascendental componente de constitucionalidad y de democracia. Los líderes secesionistas consideran, en sus propias palabras, que el triunfo de la moción de censura es la victoria de Cataluña contra Rajoy, lo que les da pie a exigir del nuevo presidente medidas políticas y económicas. La primera es derogar la intervención de las cuentas de la Generalitat que fue impuesto desde hace medio año. Y así sucesivamente.
Así pues, además de estos dos elementos preponderantes de la dinámica española, el gobierno de Sánchez estará lleno de nuevos y de viejos retos; pero aún no es posible discernir hacia dónde se dirige el barco del PSOE, lo que propondrá como plan de gobierno, cuál postura ideológica y práctica prevalecerá dentro de sus alianzas con partidos tan distantes entre sí.
Todo está por hacer y aún no hablamos de los derroteros de esta nueva España dentro del concierto internacional, donde es bueno que el país no se divorcie de la ortodoxia que lo ha caracterizado.
Suerte es lo que hay que desearle al nuevo jefe del gobierno, por el bien de su país.
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