Cuando el covid-19 llegó al Perú, el virus tenía apenas tres meses de conocido. Sin un protocolo claro de acción, vacunas o el conocimiento exacto sobre la naturaleza del segundo SARS-CoV de la historia, la pandemia desbordó nuestro sistema de salud y causó la muerte de más de 220.00 personas. El dengue, endémico, con más de treinta años circulando en el país, con un patrón claro de proliferación por estaciones y experiencia médica en su atención, también consiguió sobrepasarnos.
“Pido disculpas por el error de haber anunciado que acabaríamos con la epidemia del dengue en 15 días. Mi autoexigencia y confianza en que el trabajo conjunto y por igualdad de todos los sectores involucrados me hicieron pensarlo así. Lo real es que ese error me tiene aquí ante ustedes”, dijo Rosa Gutiérrez ante el Congreso el último jueves, día que presentó su renuncia a ministra de Salud.
Aunque sus declaraciones sí fueron desafortunadas, lo cierto es que la tardía respuesta del sector a una enfermedad conocida y prevenible no se limita a una frase. Solo hasta el viernes, las cifras oficiales de muertes por dengue este año suman 261 –el triple de lo alcanzado en todo el 2017, el anterior peor año de la epidemia en el país–, hay 1.146 hospitalizados y más de 152 mil contagios.
Este es un recuento de todo lo que falló porque, aunque los casos disminuyan, el siguiente ministro de Salud tendrá que afrontar en algún momento el cíclico historial del dengue en el Perú.
Un vector descontrolado
“En abril enviamos un documento al Minsa advirtiendo que ya estaban aumentando los casos. Nos contestaron un mes después. La carta es para llorar porque nos piden explicaciones sobre dónde es específicamente, cuando ya la cosa había reventado”, dice Juan Carlos Celis, médico infectólogo y presidente de la Sociedad Peruana de Enfermedades Infecciosas y Tropicales-SPEIT. Con la experiencia de conocer el dengue de cerca en Loreto, Celis indica que el ministerio actuó demasiado tarde y de forma fraccionada. “No se respondió rápido con cosas que ya se sabían. El Minsa se encapsuló y le faltó convocar a las regiones que tienen experiencia en esto”, dice a El Comercio.
El punto de partida de la estrategia es la contención del mosquito transmisor, el ‘Aedes aegypti’, que también transmite el virus del zika, la chikunguña y otros. Si la fumigación para matar al zancudo se hizo tarde –en Piura, la región más afectada, la campaña de fumigación agresiva y sistemática se inició recién en junio, cuando los hospitales ya no se daban abasto–, el control de las larvas fue mucho peor. “Se deben reducir los criaderos al inicio, pero no se hizo porque eso requiere presupuesto para contratar a cientos de personas que vayan casa por casa”, añade Celis.
Esta demora es especialmente cuestionable si se toma en cuenta que con varios meses de anticipación se advertía que este verano y otoño habría temperaturas por encima de lo normal, incluso sin confirmación de El Niño. El calor es clave, explica Valerie Paz Soldán, doctora en salud pública e investigadora de enfermedades infecciosas. “Cuando hace más calor y más humedad, el vector tiene más lugares para poner huevos. Con el calor también se acelera el tiempo de reproducción del mosquito”, explica.
Comunicación deficiente
Aunque hay información sobre formas adecuadas de atender el dengue, Celis recuerda que esta es una enfermedad que no tiene tratamiento específico. “No hay una pastilla antidengue o antiviral como tiene el herpes u otros virus. Por eso se necesita comunicación para prevenirla”, dice.
La cuestión es que esta comunicación debe ser diferenciada porque los contextos de cada región y tiempos de la epidemia son distintos. “En Lima norte se ha encontrado que el 80% de criadores está dentro de la casa, en floreros, no tanto en el almacenamiento de agua por necesidad. En Loreto es muy distinto, acá no encuentras esos adornos de bambú que sí hay en Lima”, indica.
Tampoco hay suficiente información sobre los síntomas y los signos de alarma. Como hay cuatro serotipos del dengue, solo es posible contagiarse cuatro veces. Sin embargo, Paz Soldán señala que hay investigaciones que indican que en el segundo contagio habría mayores complicaciones. El problema es que hay quienes nunca supieron que tuvieron dengue por primera vez porque generalmente los síntomas no son graves.
“No hay ni siquiera información de dónde se consiguen larvicidas para que la población pueda limpiar y evitar los criaderos”, añade la especialista.
Personal insuficiente
Para Celis, otro problema que no puede repetirse es la enorme lentitud y falta de incentivos en la contratación de personal de salud sumado a candados burocráticos para mejorar el equipamiento de hospitales y centros de salud. “El ministerio se demora un mes para ejecutar algo, la emergencia no agilizó eso, hay demoras en las partidas presupuestales”, indica.
Aun así, las advertencias tienen varios meses. En febrero, por ejemplo, el Colegio Médico del Perú denunció que no se contaba con la cantidad adecuada de médicos intensivistas e infectólogos en todas las regiones donde se estaban presentando casos de dengue con más frecuencia.
En medio de la falta de personal, un hecho que llamó la atención fue la abrupta desactivación del grupo de expertos de acompañamiento a las políticas e intervenciones de control frente al dengue, conformada por ocho especialistas en epidemiología e infectología, que apenas estuvo activo tres semanas. Los integrantes del grupo eran ad honórem y muchos se enteraron del término con la resolución ministerial publicada la noche del lunes 5 de junio.
Descoordinación que no debe repetirse
Para Paz Soldán, es necesario reconocer que la inestabilidad en el sector salud, con 11 cambios de ministros desde el 2020, tampoco permite mantener una línea de trabajo que ayude a reducir las brechas: “No estoy exculpando a la ministra, pero no hay forma de hacer un buen trabajo si en promedio los ministros tienen 162 días en el cargo”.
De todas formas, sí se requiere un trabajo estratégico con cada región. De hecho, la Contraloría General de la República alertó esta semana que se detectaron situaciones de riesgo en Piura, Tumbes, Lima, Loreto y el Callao.
“Los gobiernos regionales tienen una enorme responsabilidad en la lentitud, ellos viven sus propias epidemias. Se necesita una unidad o entidad que asuma las compras y contratación de más personal sin pasar por diez procesos administrativos, como ocurrió con el COVID-19. La decisión viene desde arriba”, opina Celis.
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