Buena parte de la humanidad sabe que Donald Trump es una bestia, una bestia temible. Posiblemente la más temible después de Adolfo Hitler, esto si sumamos maldad y narcisismo, estupidez e ignorancia y, por supuesto, un inmenso poder, seguramente el mayor del planeta en su momento. Que locos crueles haya habido y hay por montón, es una obviedad, para demostrarlo basta asesinar a unos escolares gratuitamente o provocar una guerra arbitraria de pequeña escala, incluso asuntos más insignificantes y cotidianos –basta leer las páginas rojas de los diarios para demostrarlo (allí donde hay diarios con páginas rojas, no aquí)–.
Lo verdaderamente grave de esos caballeros dantescos es que logran seducir y postrar a enormes cantidades de sus conciudadanos. Lo increíble es que Trump haya sido presidente de Estados Unidos y todavía conserve el apoyo, casi siempre fanático, de algo así como la mitad de los gringos. De Hitler no se diga. Y el poder que ese sitial otorga es descomunal, bélico y no bélico. Y el dinosaurio sigue ahí: presidente de Estados Unidos, pretendió serlo por segunda vez para lo cual atropelló fracasadamente los principios democráticos más básicos y vaya usted a saber si lo logra en la próxima contienda, más repleto de odio que nunca, derrotado y posiblemente vejado legalmente. Un monstruo enardecido, seguido de decenas de millones de enajenados.
Como se sabe en estos días su tortuosa y canallesca oratoria se le ocurrió referirse a la actual política de Estados Unidos hacia Venezuela, por supuesto para él torpe y cómplice. Y que puede ser leída de manera torcida como que su estrategia era invadir a Venezuela para robarle el petróleo que ahora se le compra generosamente al dictador. No debe ser exacta esa lectura de un texto muy torpe; es más coherente, tampoco Trump es retardado, que de haber derrocado a Maduro como lo pretendía (y fracasó, lo que no dice), el petróleo, como sucedió durante un siglo, iría básicamente a Norteamérica viniendo de un país sometido y ahora vamos a tener que comprárselo a un dictador hostil. El gobierno berreó como de costumbre, si no se ha enterado busque la versión de Cabello, que ésta y todas son las más truculentas. La oposición ahí, ahí, critica comedida, tibia, al fin y al cabo es nuestro aliado mayor y de un tiempo para acá muy consecuente, después de un pequeño devaneo petrolero, eco ucraniano. Claro, es el viejo Joe el criticado.
Pero lo que uno, opositor, debe preguntarse es si para resistir una tiranía muy sólida se necesita, simplifiquemos, someterse a un enemigo de la humanidad como Trump. Reconozco que es una interrogación que se podría tomar por ingenua o poco política. Pero yo sostengo que el derechismo, a veces macartismo, de muy buena parte de la resistencia venezolana no ha sido nada feliz. La ultraderecha nunca ha tenido vida demasiado larga. Sobre todo si uno termina disgustándose con el papa Francisco o la socialdemocracia de la madre patria o con el muy transparente vecino de Boric, etc. Pareciera que habría que dar con caminos menos escabrosos, más a largo plazo, más confeccionados en casa.
Es uno de los problemas mayores. Por ello si usted cree en algún santo pídale que para la próxima elección americana al menos no tenga que decidir entre el entendimiento con la bestia y la liberación de esta tierra triturada. No es demasiado pedirle.
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