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Escritura y cultura del pesimismo

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Por THAMARA HANNOT

La inquietud inicial

Podría decirse que estas preguntas comenzaron a inquietarme seriamente a principios de 1988, cuando el diario El Nacional, con motivo de las elecciones generales que debían realizarse a fines de ese año en Venezuela, publicó un reportaje con José Ignacio Cabrujas: El Estado del disimulo. Según el editor del trabajo, “texto memorable que habrá de perturbar a las malas conciencias que pronto estarán sumidas en la maraña electoral que les aguarda”. El tono escatológico de la presentación atrapó mi atención. En realidad, se trataba de las respuestas que el brillante dramaturgo había dado a un conjunto de preguntas muy concretas formuladas por los editores de la revista Estado y Reforma, en torno al proceso de transformaciones administrativas que, ya inaplazables, debía propiciar la Copre para todo el aparato organizativo del Estado Venezolano. Sin embargo, poco o nada parecía decirse en el reportaje en torno al tema como tal, y sí mucho sobre el drama, casi la tragedia, de ser venezolanos.

Haciendo gala de esa maravillosa capacidad de decir que caracterizó su obra, Cabrujas se remontaba hasta las bases mismas de constitución de la nacionalidad y, en un constructo verbal admirable, igualaba precariedades de piedras e instituciones; su país hotel de lujo era el país campamento de Herrera Luque, el país portátil de González León, en suma, el país no país en el cual casi todo siempre se desvanecía antes de llegar a “ser”. Todo en el texto parecía invocar a lo que “no era” y, si “era”, había nacido torcido, incompleto o equivocado.

Francisco Herrera Luque | Archivo El Nacional

Las coincidencias verbales en torno a la “movediza” conciencia de lo “nacional”, muchas de ellas asumidas por el propio Cabrujas en el texto, parecían apuntar más allá. Hasta el punto de sugerirnos más de una seria pregunta de investigación social: ¿era posible hacer una lectura crítica de la forma en que los venezolanos hablaban de sí mismos?, ¿daba lugar esta verbalización sobre Venezuela y lo “venezolano” —tal como se expresa en la literatura de pensamiento escrita en, y sobre, el país— a una visión orgánica, identificable y rastreable como un discurso pesimista sobre la forma en que se ha constituido la nacionalidad y la relación de sus portadores con ella?

Encarados múltiples y fascinantes retos metodológicos, entre otros, qué es literatura de pensamiento en Venezuela, quién y con qué obra califica como ensayista, fueron fijados los límites cronológicos y temáticos de las obras a estudiar. Revisados más de 3.000 textos, podía contestarse afirmativamente, y asumir con absoluta propiedad la validez, para la exploración de una escritura de lo “nacional”, de ese aserto de Todorov en torno a la relación que puede ser establecida entre género, sociedad y propiedades discursivas de un texto:

“En una sociedad se institucionaliza la recurrencia de ciertas propiedades discursivas y los textos individuales son producidos y percibidos de acuerdo con la norma que representa esta codificación. Un género literario o no, no es nada más que esta codificación de propiedades discursivas” (T.Todorov, en: Los géneros del discurso, 1978. P. 49 y siguientes.)

Desandando pensamientos y pensadores

Dado que no se trataba de reconstruir nuestra Historia a través del ensayo ni de la escritura de ensayo a través de la Historia, sino de rastrear las marcas verbales dejadas en el desarrollo de la mirada tendida sobre nuestra Historia desde distintas formas de expresión de la Literatura de pensamiento escrita en el país, pudo plantearse como hipótesis que el parentesco intertextual que se expresa en el tono pesimista de la escritura, la intención moralizadora, cuando no francamente condenatoria, ante todo lo que acontece, y el sentido de inconformidad en los textos de pensamiento sobre el país, es, no sólo rastreable en el tiempo, sino que articula, desde una vasta red lingüística, un discurso pesimista sobre Venezuela y lo “venezolano”.

Retrato de Adriano González León | Por Vasco Szinetar

El análisis riguroso de ciento veinticinco textos de Fermín Toro, Juan Vicente González, Cecilio Acosta, Rufino Blanco Fombona, Enrique Bernardo Núñez, Mario Briceño Iragorry, Mariano Picón Salas, Arturo Uslar Pietri y José Ignacio Cabrujas mostró cómo, mediante el hilo epistemológico suministrado por la relación que establece el propio autor con la identidad cultural del país, en y desde el seno de su obra, es posible identificar el encuentro de la sociedad (ocurrencias históricas y procesos sociales vividos en Venezuela) con escritura (tratamiento autoral) en una forma y dirección que hace que estos textos sean signos del país, que escriben al país. Porque, como señala Lotman, en Semiótica de la Cultura (Jurij Lotman y Escuela de Tartú, 1979), “la cultura pauta lo que hay que creer sobre sí misma” y señala la vía para llegar a ello. Para Lotman, “la cultura crea un conjunto de textos, y éstos realizan esa cultura en la praxis”. La exégesis de los textos de pensamiento estudiados así permite comprobarlo. Antes de señalar los resultados de esa comprobación, aunque muy sumariamente, hay que indicar acá las categorías elaboradas para la fase de explicación de los textos, ya sistemáticamente descritos los mismos: la mirada del otro (articulada en el tratamiento dado a España, particularmente a los procesos de la Conquista y la Colonia), la  Independencia, Bolívar y los héroes de la misma, y el petróleo. A su vez, el trabajo de interpretación se dio a través de la identificación de qué tipos de relación establecen los escritores del pensamiento nacional con la “realidad” que refieren o crean sus textos (adecuación/inadecuación).

Dos visiones del país

La intención, dirección y manera en que se relacionan los autores de los textos aquí estudiados, con “las formas materiales, sociales, de la existencia de Venezuela”, vía la palabra que las nombra, permite constatar la existencia de dos “grandes” visiones sobre el país. En una, Venezuela es el resultado de una equivocación. El país es, en sí mismo, un suceso infeliz. Para la otra, Venezuela es el conjunto de carencias, equivocaciones o ausencia de logros de los venezolanos. El país es el resultado de la suma de los malos manejos de sus habitantes.

Las grandes rúbricas de la escritura de la nacionalidad, con diferentes acentos, sea en el siglo XIX, sea en el XX, dan cuenta de una de esas dos formas de ver lo “nacional”.

Para Fermín Toro, desde la descripción sistemática de carencias educativas, sanitarias, culturales y políticas, Venezuela se escribe como un país “por ser”. Es una esperanza. Aún no ha sido, porque no lo ha logrado, pero tal vez pueda llegar a ser.

Juan Vicente González ve a Venezuela como el espacio de la grandeza perdida. Venezuela fue grande y, por la pérdida de sus grandes hombres, dejó de serlo. Está por “rehacerse”, pero ello no parece ya posible. Venezuela es el espacio de la desesperanza.

Cecilio Acosta, desde la necesidad de dar forma a los principios, muestra una confianza cautelosa ante un país que no parece estar claro en sus propósitos.

La necesidad de buscar lo que es criollo muestra a Rufino Blanco Fombona la terrible distancia entre las masas ignaras y los dirigentes de la nación, como un rasgo de caracterización de lo nacional.

Una larga queja adolorida parece alzarse desde la obra de Enrique Bernardo Núñez, que intenta, una y otra vez, hacer, fijar, traer al presente la memoria colectiva de los venezolanos.

Mariano Picón Salas | Foto Archivo

La obra ensayística de Mario Briceño Iragorry elabora, desde la falta de sentido histórico, la pérdida de la tradición, la amenaza de disolución cultural desde afuera, la discordia interior (prudencia culpable, chisme, chiste, escamoteo, en vez de crítica constructiva y análisis) y la vocación igualitaria mal entendida, una visión de Venezuela y lo venezolano que no quiere ser pesimista, pero que difícilmente podría ser entendida en otros términos.

Podría sorprender aún más la consideración de la luminosa escritura de Mariano Picón Salas, quien, en la búsqueda de la palabra que nombra, viaja en el tiempo y, si bien no condena, busca comprender “la expedición agónica de un pueblo por forjar su destino”.

Afincado en procesos históricos constatables, elabora Arturo Uslar Pietri los rasgos de la conducta social que han dejado huellas en el imaginario colectivo: angustia criolla, viveza, ambición, altanería e igualitarismo social. Todas signan lo venezolano, pero en la angustia criolla parece encontrar el autor la clave de ese negativismo, de esa inconformidad paralizante. Porque esa angustia es el resultado de sentirse pueblo y no individuo. De padecer como ser colectivo aun cuando pudieran hallar paz como seres individuales.

Joda criolla, estado del disimulo y falta de compromiso dan cuenta de Venezuela como gran farsa teatral en la obra de José Ignacio Cabrujas. En su teatro, sus artículos de opinión y en reportajes percibidos como artículos de escatológica visión, Venezuela se representa a sí misma como un gran Acto cultural.

Para el dramaturgo, vivimos la realidad con un sentido de Apolo, lo que quiere decir: habitamos en el país que hemos inventado por encima de nosotros mismos. El venezolano nunca se expresará directa ni francamente en los momentos de disenso. Venezuela es una farsa teatral de sí misma.

Estos autores, y sus consideraciones de lo venezolano, aquí tan escuetamente resumidas, dan las señales del camino y dejan, desde la literatura de pensamiento, las marcas verbales sobre la nacionalidad que constituyen auténticas elaboraciones de “lo nacional”: angustia criolla en Arturo Uslar Pietri, “estado del disimulo” en José Ignacio Cabrujas, “prudencia culpable” en Mario Briceño Iragorry, “viaje por la palabra del alma criolla”, en Mario Picón Salas, semblanza estética de la memoria colectiva por hacerse en Enrique Bernardo Núñez, “fiera voluntad de ser criollo”, en Rufino Blanco Fombona, inventario de “cosas por saberse”, en Cecilio Acosta, llamado civilizatorio en Fermín Toro, ritual de duelo en Juan Vicente González, crítica de la inadecuación en Miguel José Sanz, memorial “de lo que no hemos sido” en García de Sena, clamor por la “falta de hombres” en Antonio Leocadio Guzmán, falta de aplicación en Codazzi, ausencia de industriosidad en Oviedo y Baños son, todas, formas de llamar la atención sobre Venezuela “porque el suceso de ella nunca ha sido muy feliz”, así parece desde esa inicial mirada inconforme de Fray Pedro de Aguado en el siglo XVI.

Pesimismo en píldoras

Estas son las manifestaciones de una búsqueda intelectual, estética, moral, desde los textos de ensayo o artículos de opinión de los grandes escritores venezolanos que han pensado al país de mil maneras. Estas auténticas elaboraciones de lo nacional son puestas en contacto con el pueblo llano a través de las “máximas pesimistas”, como las llamara Luís Beltrán Guerrero (1959) y que lanzadas por tantos hombres públicos de palabra recogida —escritores, tribunos, políticos— han marcado el imaginario colectivo, en la dimensión más cotidiana de la vida: “¡Bochinche, bochinche!”, dijo Miranda; ¿ha muerto el último venezolano?, se pregunta Juan Vicente González a la muerte de Fermín Toro; Cecilio Acosta anota: “No hay en Venezuela incomodidad que nos sobre ni malandanza que no nos atribule”; “Venezuela es un cuero seco que se pisa por un lado y se levanta por otro”, dictaminó Guzmán Blanco; “es un vergajal” para Jacinto Gutiérrez Coll; Manuel Vicente Romero García dice: “Venezuela es el país de las nulidades engreídas”; es un “Mar de vainas” para Pedro Emilio Coll; “aquí los elogios se escriben en contra, no a favor”, dice César Zumeta, y una máxima que las representa a todas: “He arado en el mar”, Simón Bolívar.

Estas máximas pesimistas, aquí espigadas entre tantas más, afirman y expanden un “corpus” de pensamiento sobre el país, rico en desesperanzas y contradicciones. Vienen a ser las consignas que ponen en circulación, al alcance del hombre común que las repite y hace suyas, esas globales elaboraciones de los escritores venezolanos sobre el país, bien sea en la muy pesimista mirada de Fray Pedro de Aguado —“El suceso de ella nunca ha sido muy feliz”— o en la visión de apariencia menos pesimista de Oviedo y Baños al hablar de Venezuela en su histórico relato: “Si a su fertilidad acompañara la aplicación de sus moradores, y supieran aprovecharse de las conveniencias que ofrece, fuera la más abastecida y rica que la América tiene”.

Cada una de estas afirmaciones constituyen una auténtica perspectiva de lectura: encierran una postura diferente ante Venezuela y lo venezolano como tal; pero ambas posturas son igualmente totalizadoras y críticas. Las dos corren parejas y se expresan, en todas las épocas, desde el mismo sentido de inconformidad, aunque no muestren igual el acento pesimista.

Podría hablarse así, según que se parta de Fray Pedro de Aguado o de José de Oviedo y Baños, de dos matrices de juicio ante la ocurrencia de “lo nacional”: la más pesimista pone el énfasis en la concepción misma de los procesos, sin diferenciar situaciones, personajes, acciones o razones. Estos parecen estar en relación indiscernible: hombres y acontecimientos se confunden en el “mal hacer”, porque el problema es de Venezuela, “cuyo suceso nunca ha sido muy feliz”. En esta línea de pensamiento, que arranca en Fray Pedro de Aguado y se prolonga hasta nuestros días, se anota por igual la trágica escritura de la pérdida de Juan Vicente González o la farsa tragicómica de Cabrujas. Algo hay también de ella en la dolorida queja de Enrique Bernardo Núñez o en el fiero acento de Rufino Blanco Fombona. Quizá algo, también, en la urgencia del llamado de Mario Briceño Iragorry.

La línea que arranca en Oviedo y Baños se articula en la falta de diligencia de los venezolanos que no saben aprovechar lo que tienen en recursos sobrados de valor. En el llamado a la reflexión, desde esta línea de pensamiento, se inscriben las obras de Arturo Uslar Pietri —casi el remedo contemporáneo de Oviedo y Baños—, Cecilio Acosta, Fermín Toro y, en alguna medida, Mariano Picón Salas.

La dualidad como constante

Si ponemos en contacto estas líneas de pensamiento, con sus respectivas elaboraciones, los lemas que las vocean entre el pueblo, y los procesos particulares del desarrollo de la nacionalidad venezolana —dualidad del suelo (pobre país rico),  cien años de guerra y montoneras (18120-1909), Independencia internacionalizada y el gran desplazamiento contemporáneo que representó la aparición del petróleo—, tendremos todos los hilos que, desde la Historia, han tendido nuestros escritores en vasta red verbal. La concepción de “lo venezolano” se articula así, desde los comienzos de sus procesos socioculturales más representativos, en la dualidad, signada por el sentido de la ambigüedad, entre el espejismo (belleza, originalidad, grandeza) y la contradicción  (riqueza que mancha y salva a la vez: por lo que aporta, pero igualmente por lo que posibilita en vicios). Así se escribe la venezolanidad. Al recorrer estas letras, lo único que parece quedar en pie, desde una lectura semiótica de la cultura nacional, es el sentido del viaje por un país inconcluso. Ese sentido del desplazamiento se expresa en un conjunto de rasgos de la conducta colectiva: vivos (adaptados a la precariedad y al cambio), igualitarios (¿quién se diferencia en un campamento?) y angustiados (porque no logramos hacer coincidir aspiraciones individuales con metas colectivas).

Si hubiese necesidad de moraleja, en el acercamiento de ambas dimensiones de la aspiración, estaría la única posibilidad  de acortar la distancia entre el país real y el país ideal de Uslar Pietri. Sólo entonces terminaría el desplazamiento por el país inconcluso, y la escritura de pensamiento dejaría de ser el constructo verbal del pesimismo.


*Thamara Hannot es doctora en Letras. Ha ejercido la docencia en la Universidad Simón Bolívar y en la Universidad Católica Andrés Bello. Profesora de Metodología de la Investigación Social V, Sociología del Arte, Sociología VII y Sociología del Conocimiento en la Especialidad de Sociología Universidad Católica Andrés Bello. Investigadora Social o Consultora Organizacional con larga trayectoria en el sector público y privado en las áreas de Desarrollo Social, Salud, Recursos humanos y Cultura. Crítico de Danza y artículos y ensayos en revistas universitarias y en diarios y revistas de circulación  nacional. Actualmente trabaja en la Investigación: El concepto de representación en Isser. ¿Una respuesta a los problemas metodológicos de la Sociología del Arte?

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