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Psique, Naturaleza y medio ambiente

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Por MARÍA DEL CARMEN MÍGUEZ

Lo que les leeré hoy son reflexiones incipientes y preguntas que como psicoanalista me hago ante los cambios acelerados del clima, la destrucción del medio ambiente y otros aspectos de la relación entre las personas y la Naturaleza. Es una manera de conjurar la reciente destrucción del patrimonio arbóreo de nuestras ciudades y otras prácticas depredadoras en el país como la del Arco Minero.

El tema de la Naturaleza y el ambiente no es propio de quienes nos ocupamos de la psique y lo inconsciente, sin embargo la alerta climática a nivel mundial parece haber ampliado el interés por el tema. La Asociación Psicoanalìtica Internacional creó en los últimos años un “Comité sobre cambio climático”, pero sin demasiado peso, todavía, en la institución. Los psicoanalistas nos ocupamos de la naturaleza, pero de la mente humana.

Mi intención hoy es articular estas temáticas, con acento venezolano. No descarto que este ensayo sea, también, una forma de dar curso a las angustias de una mujer madura que mira con renovado interés el jardín circundante, porque el paso del tiempo comienza a apremiar.

La relación que tienen las personas con el contexto circundante involucra aspectos psíquicos y emocionales que no se han considerado suficientemente. No se trata sólo de que la geografía forje al hombre y su temperamento. ¿Es realmente así?  Pareciera que también el mundo natural, el que se encuentra a nuestro alrededor y que ignoramos regularmente puede ser usado como pantalla para proyectar emociones y depositar conflictos. La manera de relacionarnos con la Naturaleza puede mostrar cualidades de nuestra capacidad de vinculación con las demás personas.

La Organización Mundial de la Salud ha advertido en un informe presentado en la Conferencia Estocolmo +50, de junio 2022, que el cambio climático impacta la salud mental de las personas. Algunos especialistas hablan de “Angustia climática o Eco-ansiedad”,  para describir un “temor crónico a sufrir una catástrofe ambiental que genera emociones como nerviosismo, miedo, preocupación, desesperación y culpa”. (Molina, ML, 2022). Por su lado, Pedro Cunil Grau (2007) ha definido como “Geo-sensibilidad” esa particular relación del hombre con su entorno. “La cultura de la despreocupación” es, también,  un concepto usado por la psicoanalista Sally Weintrobe (2021) en relación con la ausencia de implicación de las personas con respecto a los acontecimientos climáticos.  En su opinión, toda esta dinámica de destrucción global es propia de actitudes narcisistas en las que las personas se sienten con “derecho de».  Estaríamos ante el predominio de mentes consumistas y extractivistas, de valores instrumentales centrados en el confort, la codicia, la arrogancia y el sentido maníaco del triunfalismo.

Han crecido las organizaciones de activistas y científicos que alertan sobre estos temas. Greta Thunberg es un fenómeno mediático. En Venezuela ONG como Plantados en defensa de los árboles de Caracas, Sembramos todos de Maracay, Clima 21, Tierra viva o SOS Orinoco, por nombrar solo algunas, trabajan intensamente por la preservación del medio ambiente, sin embargo tengo la impresión de que el ciudadano de a pie en Venezuela no considera demasiado las alertas climáticas, o las percibe como un riesgo lejano e incierto.

Naturaleza y Psique. Los orígenes: Humboldt y  Freud

En nuestro país, puede que resulte difícil apropiarse de un pensador como Sigmund Freud: vienés, judío, que produjo su obra entre finales del siglo XIX y principios del XX, en un contexto de guerras, percibidas como distantes de nuestra realidad.

No así de la figura de Alexander von Humboldt, alemán, botánico y naturalista, quien se aventuró en tierras venezolanas en 1799, recorrió buena parte del continente, describió y clasificó especies, pero sobre todo creó la noción de la Naturaleza tal y como la conocemos hoy en día (Wulf, A.,2016).

El valor que le otorgó Humboldt al esplendor de nuestras tierras le dio un lugar de pertenencia entre los suramericanos. Humboldt ha sido una especie de Simón Bolívar del paisaje y la geografía. También se sabe que fue inspirador del Libertador en buena parte de sus luchas independentistas. La amistad entre ambos al coincidir en París en 1801 no es un dato menor.

Humboldt escribió su obra mucho antes que Sigmund Freud, aunque ambos lo hicieron en la misma lengua. El libro Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente, que escribió junto con Aimé Bonpland, fue publicado por primera vez en 1807. Los Estudios sobre la histeria vieron  la luz en 1895. Casi un siglo separa la obra de estos dos excepcionales creadores, pero se me antoja imaginar un entramado entre el pensamiento freudiano y el humboldtiano.

¿Conoció el fundador del Psicoanálisis la obra de Humboldt? La ilusión sobre una relación de influencia que me permita asentar mi insegura pretensión no parece una fantasía descabellada. Los inicios de Freud como neurólogo e investigador estuvieron ligados a la biología evolucionista y a Darwin; y este último —se sabe— fue inspirado por Humboldt.

Freud fue un lector espléndido y es conocida su familiaridad con la obra de Johan Wolfgang Von Goethe, quien es citado en su obra incluso por encima de Shakespeare (García de Hoz, Antonio, 1991). Aun sin disponer de los medios que conocemos actualmente para la difusión del conocimiento, las obras de Humboldt y Goethe circulaban por toda la Europa culta.

La búsqueda de un espíritu naturalista y botánico en Freud es, quizás,  una tarea inutil. Él podría ser considerado, más bien, un culturalista. En su modelo del aparato psíquico, donde el conflicto es inherente al funcionamiento mental, se supone una tensión permanente entre fuerzas pulsionales y conciencia moral. Su sentencia “Donde Ello era, Yo debo advenir” describe la deriva humana en su lucha por reprimir el empuje instintual y primario. Sin embargo, para graficar la mediación entre estas fuerzas, Freud saca algunas metáforas de la vida natural. Famosa es la del jinete que le da al caballo la posibilidad ocasional de conducirse, cuando señaló en El Yo y el Ello (1923), cómo el Yo “suele trasponer en acción la voluntad del Ello como si fuera la suya propia”.

Otra es la expresada en Tres ensayos para una teoría sexual (1905) en la que utiliza la imagen de los diques para hablar de las fuerzas anímicas que “canalizan” a la pulsión sexual.

Goethe sostuvo una estrecha relación intelectual con los hermanos von Humboldt y Friedrich Schiller. Se reunían frecuentemente en Jena —antes de las expediciones del primero— para discutir sobre los temas del momento: arte, poesía y ciencia. Ellos fueron los creadores del romanticismo alemán. Durante esos años, nos dice la historiadora  Andrea Wulf, Immanuel Kant había proclamado una revolución científica. En su Crítica de la razón pura (1781), Kant afirmó que las leyes de la Naturaleza, tal como las percibimos, sólo existían porque nuestra mente las interpretaba. Para el grupo de Jena, enterados de los aportes de Kant, “los seres humanos eran ciudadanos de dos mundos, del mundo del Ding an sich (la cosa en sí) que era el mundo externo, y el mundo interno de la propia percepción”.

Adentro o afuera, la pregunta que se hacía Humboldt no sólo intentaba dilucidar si el árbol que veía en el jardín era la idea de ese árbol o el árbol real. Su inquietud parecía prefigurar la presencia de un espacio potencial. Un lugar en el que “el mundo externo, las ideas y los sentimientos se funden entre sí” (Wulf, A., 2016).

¿No nos resultan estas frases afines al pensamiento psicoanalítico?

Casi un siglo antes de que Freud desarrollara su teoría del aparato psíquico la discusión entre lo interno y lo externo, la subjetividad, la percepción o el juicio estaban en los debates del grupo de Jena. Las inquietudes del naturalista giraban en torno a ese tercer lugar o espacio transicional —al decir del psicoanalista inglés Donald Winnicott (1971)— en donde Psique y Naturaleza se fundirían para dar paso a la subjetividad y la creación.

Humboldt influyó notablemente en el imaginario europeo sobre nuestro continente. El territorio americano era percibido como peligroso y algunos naturalistas hablaban de la degradación e inferioridad de América. Por el contrario, las descripciones hechas por Humboldt mostraban un lugar de belleza monumental. Su perspectiva significó un giro cualitativo en la visión que hasta entonces se tenía del nuevo mundo.

Existe adicionalmente otro aporte en sus obras que —a mí entender— los emparenta a ambos. Así como el hito mayor de la obra humboldtiana reside en haber concebido los distintos elementos del mundo natural como una red global interconectada (hasta ese momento los botánicos hacían taxonomía y tenían una visión mecanicista del tema), así, de manera similar, Freud reformula la concepción del psiquismo en su interrelación con el cuerpo, nomina al inconsciente y le otorga un rol determinante, mostrando cómo las conexiones entre los contenidos conscientes y los inconscientes permiten explicar el funcionamiento de la psique humana y su expresión en el cuerpo (los síntomas conversivos). Estos descubrimientos que hoy día solemos dar por sentado, en su momento representaron un cambio de paradigma importante sobre la vida natural y el sujeto, no siempre fácil de aceptar en el mundo académico.

En una carta a su amigo Wilhelm Fliess, Freud cita a Humboldt. La cita puede tomarse como una imagen naturalista de la dificultad que sentía en ese momento para hacer avanzar su trabajo:

“¡Ya me conformo con vivir como alguien que habla una lengua extranjera o como el Papagayo de Humboldt. Ser el último de su estirpe… o el primero y quizás el único, he ahí situaciones muy semejantes!”.

“Solitario clama, incomprendido/ en el mundo ajeno” Ernst Cuetius (Freud, S, 1900).

Sin embargo, para sostener el entramado entre Psique y ambiente natural, no basta con establecer las posibles influencias que las ideas del romanticismo alemán sobre la belleza o la realidad tuvieron en Freud. Si toda la Naturaleza está interconectada y el sujeto humano en sus diferentes niveles también lo está. Me pregunto: ¿cuál será la cualidad del vínculo entre éste sujeto y su contexto natural circundante? ¿Entre el jardín interior y el de afuera existe una continuidad o un conflicto?

Freud también analizó temas del ámbito sociocultural como la guerra y el comportamiento de las masas. Conocidos son sus escritos Psicología de masas y análisis del yo (1921) y El porqué de la guerra (1932). Allí expuso las tensiones entre las pulsiones de vida y las de muerte, en el contexto colectivo.

En El porqué de la guerra, una respuesta de Freud a la carta que Albert Einstein le envió, él dice: “La pulsión de muerte se torna pulsión de destrucción cuando, con la ayuda de órganos especiales, es dirigida hacia afuera, hacia los objetos. El ser viviente protege en cierta forma su vida destruyendo la vida ajena”.

La pulsión de destrucción puede activarse como una manera de dirimir temporalmente un conflicto interior. La tensiones propias de la vida o aquellas inducidas por otros factores colectivos amenazantes, serían expulsados mediante acciones destructivas hacia el medio ambiente.

Por otro lado, para Freud el sentimiento de responsabilidad que frena a los individuos desaparece totalmente en la masa. El efecto del contagio y de sugestionabilidad también permite a la masa anónima “echar por tierra las represiones de sus mociones pulsionales inconscientes”.

¿Cuánto de la destrucción que hemos visto de nuestro territorio, en los últimos tiempos, se ejecuta en el anonimato o se intenta ocultar?

Angustia o negación del medio ambiente en Venezuela

La relación que han mantenido los venezolanos histórica y culturalmente con el lugar que les ha tocado habitar, podríamos decir, ha oscilado entre el éxtasis y la impotencia. Humboldt cautivado por el paisaje que encuentra en estas tierras y, al llegar al Orinoco, fascinado con la jungla, sostiene que éste es un mundo “en donde el hombre no es nada”. Hay “una red que da fe del poder y la ternura de la naturaleza (…) desde la boa constrictor capaz de devorar un caballo hasta el diminuto colibrí que se posaba sobre un capullo delicado” (Wulf, A., 2016).

Como Humboldt, los venezolanos tenemos una particular sensibilidad hacia los paisajes más destacados del país, que no son pocos. Hay un reconocimiento de los peligros que encarna lo natural, pero también puede percibirse cierto regocijo por aspectos sutiles de nuestra geografía y cultura. Hemos crecido admirando los diversos ecosistemas de nuestro mapa: selva, playa, llanos, desierto y montaña. Esa cosmogonía sobre el paisaje venezolano está en nuestro imaginario, pero pareciera haberse instalado de una manera estática y pasiva, como las fotos panorámicas de Venezuela que circulan con fines turísticos. A mi entender existen pocos canales vivos de intercambio y enriquecimiento entre habitantes y Naturaleza y vemos, frecuentemente, cómo toda esta posibilidad es ignorada o minimizada de manera lastimosa.

Pocas ciudades en el mundo disponen en sus aceras de árboles de la belleza y antigüedad de un Samán o un Jabillo, por poner un pequeño ejemplo; y asombra cómo sus habitantes pueden clamar por su eliminación. “Los árboles estuvieron antes que la ciudad», argumentan los defensores de su conservación. Pero la propuesta de alternativas en donde este conflicto se resuelva de manera orgánica son muy escasas. La forma como se planifica y se resuelve el ecosistema que significan las urbes refleja el sistema de valores de las personas que participan en ella (Merola, G., 1987).

El dilema entre civilización y barbarie incluye en Venezuela un elemento adicional: el que supone la presencia de un paisaje y geografía esplendorosos.  Esto hace que el entramado —siempre en tensión— entre Cultura y Naturaleza no sea en nuestro país de fácil resolución.

Cultura o Natura: la ambivalencia que no cesa

No encuentro una explicación sencilla y sospecho que existen razones profundas que hacen del vínculo entre el venezolano y la belleza de su tierra uno de corte complejo e intensamente ambivalente. Desde la historia y la literatura venezolanas se ha entendido parte de esta complejidad como una relación inversa entre la noción de patria y la de paisaje. Ana Teresa Torres en La herencia de la tribu (2009) hace un recorrido por estas ideas, para afirmar que en Venezuela “la naturaleza se constituyó en un significante de identidad”. Una identidad ligada al campo y a la geografía que parece haber sufrido una herida capital con la transformación del país “moderno”.

También Giovanna Mérola, en La relación Hombre-vegetación en la ciudad de Caracas (1987), afirma: “El crecimiento de Caracas ha traído como consecuencia el deterioro y la destrucción de la Naturaleza circundante, debido a la manera en que se han desarrollado las relaciones de producción y de trabajo”. Y agrega: “La relación del hombre y su medio natural —del cual la vegetación es parte determinante— es, por lo tanto, un nexo delicado en razón de su crítica interdependencia”.

La transitoriedad de la belleza del paisaje, ese ciclo de lo natural que lo hace renovarse continuamente, produce en las personas sentimientos encontrados. Para Freud (1915), el carácter perecedero de lo bello puede originar dos tendencias psíquicas distintas: una conduce al “amargado hastío del mundo” (algo así como: si el goce de la belleza no es permanente no me interesa, la ignoro). La otra tendencia conduciría a la rebeldía contra esa pretendida fatalidad; es decir, la negativa a elaborar el duelo por los límites al regocijo que lo natural impone.

El geógrafo Pedro Cunil Grau, en su libro Geohistoria de la sensibilidad en Venezuela (2007), nos dice: “La cambiante geografía de la percepción es clave para entender la geografía histórica del comportamiento humano en la conformación y utilización del paisaje. No existe un paisaje inmutable, que objetivamente proporciona su biodiversidad y sus recursos naturales. Todo paisaje es interpretado y percibido variablemente por las geografías personales, inmersas en sus respectivas expresiones vividas, históricas y sociales. Es decir, la visión del paisaje geográfico es personal, mezclando la realidad con la fantasía, con los sueños, con los temores, con las esperanzas que tiene todo ser humano.»

Las resistencias a la transformación, la conflictiva psíquica sobre algo que se supone perdido, o que se ha perdido efectivamente, en palabras de Freud ,“malogra el goce de lo bello”. La geo-sensibilidad hacia lo majestuoso de nuestra geografía, junto a la realidad cambiante  económica y social del país, no han permitido suficientes espacios  (personales e institucionales) de respeto, diálogo y  recreación. No se aprecia en el ciudadano común una relación en la que los límites en las formas de incidir sobre su paisaje y ambiente expresen esa interconexión subjetiva y emocional, en la que se posibiliten la fantasía y la valoración de lo bello.

Resulta paradójica la actitud de algunas personas (y sobre todo de las autoridades) de nuestro país: pasan de exaltar las bellezas de Venezuela: ¡tenemos las mejores playas del mundo!, ¡el mejor clima!, ¡las ciudades más verdes!, a obviar las mínimas reglas de manejo de desperdicios o a defender la movilidad vehicular por sobre el cuidado de las aceras y sus árboles. No se conecta el comportamiento indolente y cómodo, al imaginario de la belleza que mantienen congelado en su psique. Esta negación, esta actitud de sentirse “con derecho de” nos hace ser uno de los países del continente más atrasados en políticas de sostenibilidad y educación ambiental.

La imagen que me aparece es la de la relación entre una madre (natura) todopoderosa que es percibida por su bebé voraz e insatisfecho, como capaz de resistir todos los embates de su pulsión destructiva.

Una interpretación de esta penosa realidad ubica los orígenes del problema en el cambio económico-político que hizo pasar velozmente a Venezuela de ser un país rural y agrícola a uno petrolero y extractivista del suelo añorado.  Ana Teresa Torres señala: “El petróleo fue para los intelectuales de esa generación un monstruo devorador, un camino de perdición, un arma de destrucción (…) suerte de negativo construido

alrededor del azar de la naturaleza” (2009). Más recientemente la destrucción de Pdvsa nos ha confrontado con una nueva crisis de identidad. ¿Somos un país petrolero? ¿Somos un país? O, simplemente, como se dice irónicamente, somos un campamento.

En los últimos años se ha acelerado la devastación del territorio y sus instituciones. Ya no somos el país petrolero que fuimos, pero tampoco somos un país conservacionista. Según el Observatorio de Ecología Política: “El Estado venezolano no ha promulgado la Ley de Cambio Climático. Tampoco ha suscrito el Acuerdo de Escazú, que es el primer tratado regional sobre derechos humanos y ambiente. El Estado venezolano también se abstuvo de suscribir varios de los acuerdos de la COP26 de Glasgow, tales como el acuerdo para frenar la deforestación y la degradación de los bosques globales, o el acuerdo sobre la reducción del carbón como fuente de energía y el de reducción de emisiones de metano” (DW, Cardozo, R, 2022).

La consideración del cambio climático por la ciudadanía supone un reto en educación ambiental y la construcción de un diálogo respetuoso con el mundo natural. Curiosamente en nuestra disciplina se habla de “clima afectivo” para describir el estado de las emociones. Y cuando el clima afectivo del vínculo interpersonal o del grupo social no es bueno, se da por sentado que existen emociones difíciles: rabias, temores, tristezas que no se han podido tramitar de manera adecuada. Me pregunto, ¿eso que en lo personal nos hace “calentarnos de la rabia”,  “anestesiarnos de la indignación” o “enfriarnos de la tristeza”, no tendrá una repercusión en el medio ambiente circundante?

Pienso que esta negación de los cambios del clima y la concomitante destrucción de la Naturaleza es parte de una potente pulsión destructiva volcada hacia el afuera. Quizás el producto de un duelo no elaborado por los atropellos históricos, las pérdidas y la desvinculación en nuestra relación con la tierra. Como decían Humboldt y Freud, actuamos como si viviéramos en un territorio donde el hombre no tiene cabida, “donde no es nada” y, en consecuencia, batallamos nuestro derecho a existir y vivir destruyendo y devaluando lo que nos es más valioso.

De ser así, estaríamos entrampados en un complejo psíquico y relacional mortífero y autodestructivo.


*María del Carmen Míguez es psicoanalista, miembro titular y didacta de la Sociedad Psicoanalítica de Caracas, IPA y Fepal. Psicóloga clínica y social. UCV. Autora de Aprender a ser padres y Cómo convivir con un adolescente. Miembro de la Coalición Plantados en defensa de los árboles de Caracas.

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