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Ese espejo negro que es Venezuela

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Venezuela está cada vez más presente en Miami. Sus artistas han encontrado aquí el puente ideal, único, como es la ciudad, para sus fugas, preocupaciones y hallazgos. Algo que hace 20 años era patrimonio y adversidad de los cubanos.

Tony Vázquez-Figueroa acaba de inaugurar Black Surface (Superficie negra), una serie repleta de espejos y reflejos, cuya intención es analizar cómo el oro negro, esa sustancia que define a la sociedad venezolana, la ha venido afectando desde el siglo pasado hasta los oscuros días que corren.

Las blancas paredes de la galería LnS las intervino con espejos de petróleo, donde el visitante se puede ver con procurada distorsión, y donde la distorsión es forma y mensaje, tema y rema, impacto, laberinto y admisión. Luego de contemplarse mientras creaba cada encuadre, cada éxodo, Vázquez-Figueroa madura ahora la esperanza de que los receptores de sus piezas-espejos no solo se encuentren, sino que además se pregunten sobre sí mismos. Con ojos perspicaces, sin duda lo consigue.

En todas las piezas el petróleo es un elemento simbólico. Ha vertido, con impresionante precisión, negros espejos de petróleo, lo mismo sobre acrílicos que apropiándose de fotografías de archivo, otorgándole otras lecturas, actualizando y releyendo imágenes y a la vez contextos, detallando, indagando, acotando, reescribiendo la historia de su país, desde la bonanza petrolera hasta la degradación castro-chavista que hoy pareciera tocar fondo.

Vázquez-Figueroa (Caracas, 1970) nació y creció en la publicidad. Su padre tenía en Venezuela una agencia y se convirtió en creativo y copywriter (redactor publicitario). De pronto, la brillante y cenagosa realidad lo empujó a analizar cómo la riqueza y la ilusión del boom petrolero eran un andamio y un velo frágil para su sociedad, que terminó no solo atrapada por el nefasto socialismo del siglo XXI, sino también en una alargada industria de extractores e intermediarios, más que de productores.

En su juventud se fue a estudiar arte a La Habana a comienzos de los años noventa, durante el “período especial”. Pero no duró mucho y completó estudios en Nueva York. Me contó que al segundo día de llegar a la isla caribeña y ver cómo vivía la gente y que el sistema no funcionaba, entendió que todos “sus ideales de izquierda eran simplemente ideales”. Varias de las fotos de otros, y de otros años, convertidas en piezas suyas, y de estos tiempos, hablan de esta neurálgica verdad.

Con su larga experiencia en publicidad ha mezclado el arte conceptual con la puntualidad (la puntería debería decir) del arte publicitario. Dos cosmos que parecieran distantes, pero que cuando se conocen sus esencias y oficios son dos pesquisas, experiencias y lenguajes muy cercanos.

En el sitio especial que LnS ha destinado a las instalaciones hay una antología de avisos publicitarios de las décadas de los cincuenta y sesenta, que muestran Caracas (similares a La Habana de entonces), de donde han germinado ideas e impulsos claves de Black Surface. Una mesa referencial está rodeada de fotografías intervenidas con espejos de petróleo, como vueltas a tomar desde un lente que más que con nostalgia captura pasados y ansias con un pesar crítico, que se escudriña en cada uno de sus oscuros espejos, preguntándose a veces con respuestas, a veces en silencio. Silencios que dicen mucho más, como en la publicidad, que mil palabras.

La grave crisis humanitaria venezolana está en Black Surface, pero no en ruinas y gritos desesperados, ensordecedores, sino en un impactante silencio, negro y reflectante como su petróleo. Agonía del pintor y dibujante, que ha confesado: “La única solución a estas alturas es una intervención internacional, pues no veo una solución interna capaz de surgir”.

Otra sección sin par de Black Surface (que puede visitarse hasta el 7 de julio) es un conjunto de objetos cotidianos, y al mismo tiempo anheladas rarezas para los venezolanos de a pie, con los que Vázquez-Figueroa ha edificado una especie de museo de fósiles de la utopía del petróleo. Cafeteras, máquinas de afeitar, envases de bebidas y –por supuesto– de petróleo han sido eternizados, bañados en petróleo, transfigurados en petróleo, devueltos al petróleo. Pues son producto del petróleo, del sueño, las cataratas, la explosión, el boom, la caída, el olvido y la memoria del oro negro. Y allí, desde una negra soledad, opaca, fenecida, hablan de lo que fueron y de lo que han terminado siendo, como un reflejo contundente, una perfecta metáfora de Venezuela.

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