América Latina, si hablamos con franqueza, es víctima de un “estremezón”, por lo que se tiembla de miedo, de espanto y de frío. Países que fueron prósperos, hoy son paupérrimos.
Los gobiernos enredados y no menos que los legisladores y los jueces. Están todavía frescos los criterios en la Cumbre de Presidentes en Brasil, convocada por Lula da Silva, quien ha manifestado que “el autoritarismo en Venezuela es una narrativa construida”, para The Media un espaldarazo a Nicolás Maduro. La apreciación fue cuestionada por Gabriel Boric, para quien la violación de los derechos humanos en Caracas es una realidad. Asimismo, como relata el periodista Alberto González, se hicieron menciones al “autoritarismo y a la antidemocracia”. En el mismo tono del presidente de Chile se expresó Luis Alberto Lacalle Pou, de Uruguay, calificando al “régimen de Caracas” como dictatorial. Se trata de dos jefes de Estado jóvenes, electos popularmente, cuyos países, a pesar de los errores, se rigen por la democracia.
En los restantes es difícil negar que la política, como se escucha en los propios pueblos, “da de todo y para todo”, no únicamente en lo relativo a las palabras para definirla, sino, también, en con respecto a quienes deciden jefaturarla. Ha pasado a ser un oficio para cuyo ejercicio no se demanda profesión, ni arte definidos. “Presencia y hablar sin miedo, ni sindéresis” pareciera lo determinante.
El enredo terminológico lleva a saltar, sin el más mínimo prurito, de la democracia a la dictadura, del comunismo al socialismo, de la izquierda a la derecha y viceversa, del Estado interventor al “mínimo”, de la economía de mercado a la intervenida y de la globalización a lo regional y local. Se trata de un uso indiscriminado de “palabrotas”, cuyo significado apenas han oído, no únicamente, “los seudodirigentes”. También, “los dirigidos”.
El “coliseo” en América Latina, Ortega y Bukele en Nicaragua y El Salvador, con respecto a quienes huelgan los comentarios, Fernández y Cristina Kirchner en Argentina, quienes dan la impresión de que no pudieran ni verse; Boric en Chile y Katz en procura de darle un tablazo; Perú con Dina Boluarte, vice del presidente del sombrero, un gobierno atípico y 3 expresidentes en la cárcel; Ecuador amarrado con gruesos mecates en “la muerte cruzada” de Lasso; Colombia, con Petro, enfrentado a una muchedumbre que no desea verse en la misma crisis que afecta al resto del continente; Bolivia, el denominado Estado Plurinacional, con Lucho Arce, en dupla con David Choquehuanca y bajo las ansias de Evo Morales; el gigante brasileño con el mandato de Lula, a punto de desconocerse, apenas electo, incluso, por sectores de las Fuerzas Armadas dada la estrechez de estas con Jair Bolsonaro; Uruguay, con mejor suerte que Paraguay y este aún bajo la lupa desde por allá donde se encuentre el Asuntino y autor del clásico El Supremo, Augusto Roa Bastos, y Venezuela, bajo un ramillete de dificultades como nunca en su historia.
Las particularidades pudieran resumirse así: 1. El asombro por haberse perdido la democracia; 2. Que haya revivido el golpe de Estado; 3. La obstaculización al proceso de desarrollo; 4. La desintegración humana, tipificada en la no comprensión y devaluación de unos y otros; 5. Limitaciones a la libertad y derechos humanos; 6. Manejo irracional de los recursos públicos; y 8. Una acentuada desigualdad social. La homogeneización poco importa. Todos queremos gobernar y pocos desean ser gobernados. Y como la tapa que le faltaba al frasco, una diabólica concurrencia del narcotráfico y la corrupción.
Estas circunstancias han de conducir a un proceso de “redemocratización liberal”, lo cual demanda la concurrencia de voluntades y por qué no decirlo convertir en una especie de “Léxico para Legos” los mensajes más pertinentes de Simón Bolívar, entre otros: 1. Si un país es dirigido por una sola persona será siempre una dictadura; 2. En algún momento terminará poseyendo una libertades para sus ciudadanos bastantes escasas; 3. El modo de gobernar bien es emplear a los hombres honrados, aunque sean enemigos; 4. Cuando un dirigente se perpetúa en el cargo tarde o temprano caerá en manos de la corrupción; 5. El sistema de gobierno perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política. ¿Habrá voluntad para ello? Las dudas, unas cuantas.
Dios quiera que la oposición en Caracas, hoy estremecida, dividida y golpeada, alcance a definir su role en la vecindad de las elecciones presidenciales de 2024, pues competirá, lo más seguro, que contra el actual primer magistrado, quien debería entender la alternabilidad democrática, cónsona con “el bolivarianismo” que postuló, por lo menos en teoría, Hugo Chávez, su mentor. Permítasenos recordar el título El pueblo está bravo, de un discurso que a finales de 1987 le escucháramos en el Congreso a Eduardo Fernández, presente en la Cámara Carlos Andrés Pérez, aspirante a la reelección presidencial, a fin de reiterar que hoy “la bellaquera” está a sumo grado y que pudiéramos confrontar “una catástrofe”.
Aspirar a ver a quienes hoy gobiernan como Saddam Hussein guindado de un mecate, como condición “sine qua non” para el proceso de “redemocratización” que se impone adelantar no deja de constituir una manifestación de la denominada “Ley del Talión”, propia de épocas superadas. La democracia juzga los delitos y las faltas conforme a las leyes. De lo contrario, se desnaturaliza. La justicia transicional es la calificación que se atribuye a la fórmula en los más idóneos centro políticos de investigación. Los juicios de Núremberg con el denominado “modelo de Santiago” ayudan a comprender la tipología transicional y a diseñar políticas para hacerla más eficiente. Así se lee.
El regreso a la democracia en América Latina demanda de un activismo serio y ello no pasa por la multiplicación de candidatos a sustituir a aquel que gobierna antidemocráticamente. Más bien, esto es lo más absurdo y contraproducente. En Chile, donde se inició un proceso de redemocratización, que aún prosigue, como lo revelan los serios análisis, hubo de resolver inconvenientes, permanencias y continuidades del régimen de Pinochet, incompatibles con una transición democrática, tarea en las cuales han puesto sus invalorables esfuerzos Patricio Aylwin, Eduardo Frei-Tagle, Ricardo Lagos y Michele Bachelet. Hoy Gabriel Boric hace lo posible.
Que nos perdone el presidente de Brasil, pero ha de convocar otra cumbre para llegar a conclusiones con respecto a la redemocratización del continente, en el cual gobierna 8,5 millones de kilómetros cuadrados. Con el respeto debido permítanos sugerirle el trabajo de J. Samuel Valenzuela, profesor de sociología y PHD de Columbia University, en el cual trata “la vuelta a la democracia en un país con un régimen autoritario habiendo tenido antes una democracia de larga data”.
Presidente Lula, “rectificar es de sabios”.
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@LuisBGuerra
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