Tom permaneció con los ojos abiertos, hasta el final, y fue ungido como el nuevo rey de Waystar en su fusión con Gojo, tras una elección donde el voto decisivo recayó en Shiv, quien se vengó de la prepotencia y el egocentrismo monstruoso de su hermano Kendal, al sabotear su plan de erigirse en el sucesor natural de Logan.
Tom concluye tomando la mano de su esposa, a la espera de un bebé de ambos. A su vez, los dos son hijos del cálculo y de la cultura de la ambición, en un país que no es para débiles. El precio es la atomización y la destrucción del árbol genealógico de los Roy.
Más que amarse, Tom y Shiv se necesitan en su proyecto de conquistar el trono. Sin embargo, cumplido el deseo, la ciudad se los traga, como partículas minúsculas de un universo que los supera.
Es la moraleja de la historia. El poder es tan solo una ilusión, un fallo en la Matrix, como Tom. No lo encarna el mejor, el selfie tóxico, sino el que sabe entender los mecanismos secretos de la rueda. Y Tom sí sabe encajar en el engranaje, Kendal no, carece de conciencia de líder, no reconoce el trabajo en equipo.
Perdieron los del bluff. Lo sentencia Roman: We are bullshit!
Desde el primer capítulo, el poder cegó a Kendal y le terminó de nublar la vista. De los vientos de un pasado oscuro, cuando se le culpó por el asesinato de un chico, viene los lodos del último episodio, al modo de un escarmiento, de un calvario, después de un amago de “happy ending” con los hermanos de regreso al lecho materno.
Antes del golpazo de clausura, la serie brinda el desahogo de un Last Dance, en la comodidad de un refugio caribeño. Roman se esconde del ojo público, recibiendo la protección de la madre. Kendall y Shiv van a su encuentro de manera desesperada, para garantizar un voto clave, de cara a sus intereses personales.
Kendall desea consagrarse en el trono, matando la fusión con los suecos. Shiv sueña con ser la titiritera de Lucas, como se muestra en una caricatura, durante el inicio del episodio diez, de la cuarta temporada.
Mientras, el despiadado Matsson organiza una transición a espaldas de la favorita de Logan, con una carta inesperada bajo la manga: Tom conducirá los destinos de la fusión, porque resulta más fácil de manejar como alfil y peón de la nueva Big Tech, cuya estructura de algoritmos, fake news e inteligencia artificial demandan un capitán pragmático, frío e indolente, en lugar de una madre, una MILF en potencia y despreciada por el orden de los señores de las sombras.
La profecía sueca se cumplirá, paradójicamente, gracias al voto de Shiv, en oposición al programa del nepobaby Kendall, sustentado en un legado problemático de privilegios, sin probidad.
Al menos Tom mueve el trasero en momentos de crisis, se ausenta de los compromisos sociales, para mover la máquina del dinero.
Si Sucession es metáfora del capitalismo contemporáneo, el capítulo diez nos habla de cómo opera su mano invisible en la actualidad, un poco a la usanza de GOT, subiendo y bajando pulgares en mesas secretas, de barones decadentes y besos de El padrino, necesitados con urgencia de la llegada de dinero fresco, procedente del mercado foráneo y nórdico.
Una alegoría, quizás, demasiado caricaturesca y gruesa, para dar crédito de ella, como un espejo de la realidad, pues actualmente el capital tecnológico requiere del fondeo y el diseño de los BRICS, de los asiáticos, de los indios y de los lavadores fantasmas de la industria del narco.
Pero Sucession es una ficción satírica, con innumerables licencias poéticas. Una de ellas opta por retratar el descalabro cierto de una dinastía en declive del imperio americano, organizando un salvataje foráneo, a partir del cortejo de los chicos malos de la comunidad económica europea.
En cualquier caso, los hombres de la mitología nórdica procuran el rescate de Waystar, nombrando a una marioneta con el porte y el linaje adecuado.
Previamente, los chicos gozan de su huida, simulando reencontrarse como niños en una vacación de verano. Los actores nos conmueven al gastarse bromas y preparar un potaje para el rey de juguete, Kendall. Una secuencia hermosa en su regresión infantil y su desviación de la trama principal. Su auténtica despedida del plano de niños.
Crecer en ellos implica una pesadilla de soledad, fragmentación y sentimiento de culpa, producto de su absoluta orfandad.
Luego van a casa del inútil de Connor, para repartirse las prendas del botín del patriarca. Allí observan un video de una cena feliz, comandada por el antiguo presidente de la compañía. Un instante cargado de melancolía y mensajes subliminales, acerca de las dobles pantallas y de las imágenes efímeras que proceden de los archivos de un tirano querendón.
Algo así como la banalidad del mal del dictador. Después acontece la elección y la ruptura absoluta. La alianza de Kendall, Shiv y Roman parece fuerte, hasta llegar al interior de las oficinas de Waystar, donde el ego del hermano mayor se transforma, delante de las narices de los demás.
Kendall no sabe manejar el éxito con discreción, y su fracaso procede de sentarse en el trono antes de tiempo. La Copa no se toca hasta ganarla, como sucedió con la tragedia de Leo Messi. La maldición de Argentina fue creerse heredera perpetua del reinado de Maradona, y así le fue. 30 años sin tocar metal.
De tal modo, Kendall se confía y le restriega a sus hermanos el hecho se acomodarse en el despacho de Logan, con las botas puestas sobre el escritorio, cual tirano recién puesto de una Banana Republic. Detrás suyo, vemos una foto de Shiv en un portarretrato. Un recuerdo de la estima y el amor que le tenía su padre. Por ahí se puede explicar su reacción final, votando en contra de su hermano. Además que no le cierra su historia del pasado, con un muerto incluido.
Encima, la violencia de Kendall no ayuda, explicando viejos traumas. Primero fuerza un apretón sobre la herida de su hermano Roman, provocándole mayores dolores y angustias con su cicatriz.
Se nos manifiesta así el cuadro bullying que sufrió Roman, de manos de su hermano Kendall, causándole trastornos que requiere superar. La ira de Kendall se desata contra sus hermanos, amenazando con agredir a Shiv, lo cual genera la defensa de Roman y el convencimiento de ella que debe detenerlo.
No se volverán a cruzar más nunca. Tom celebra con los suecos el éxito de la sucesión. Roman sonríe en un bar, tomándose un Martini que lo alivia, desde un ángulo en picado, que lo empequeñece y lo convierte en un vulgar mártir de su sed de poder.
Kendall ha quedado de espaldas como su padre en los créditos, frente al mar, que lo desborda y lo hunde en su mala conciencia. El agua siempre lo acompañó, en la fortuna y el drama.
Succession nos ha entregado un océano histórico, una de aquellas novelas épicas que describen la pesadilla americana, con nobleza, humor y empatía.
Un digno final para la serie corporativa y mediática del milenio.
Agradecidos y conmovidos por haber emprendido el viaje con los personajes.
Hasta luego, chicos, los extrañaremos por siempre, a pesar de sus defectos, que capaz son los nuestros en otro escala.
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