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La crisis ética de la política en Venezuela

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Todo revolucionario termina siendo opresor o hereje. En el universo puramente histórico que han elegido, rebelión y revolución van a parar al mismo dilema: o a la policía o a la locura.

Albert Camus

En Uruguay, recientemente se publicó un artículo redactado por un profesor de la Universidad Católica de ese país, Miguel Pastorino, este trabajo entre otras cosas decía lo siguiente:  se requieren urgentemente “dirigentes políticos que hubieran pasado por una profunda experiencia ética y espiritual que los hiciera capaces de enfrentar con claridad mental, realismo y espíritu de sacrificio la dureza y complejidad de los problemas de la realidad”.

Cuando esto no ocurre, porque los dirigentes políticos —y nosotros agregaríamos, empresariales y sindicales— carecen de valores, y de visión a largo plazo, además de intrepidez para hacerle frente a los sacrificios y desafíos de los tiempos, los ciudadanos comunes pierden totalmente la serenidad y la paciencia y se “entregan a la búsqueda de líderes carismáticos antisistema conductores de ideologías, mesiánicas y simplistas”, y posteriormente ya es tarde para recobrar la democracia perdida. La revolución bolivariana es una de estas ideologías simplificadoras de la realidad y pertinaz en la demagogia y el engaño.

Ahora bien, estos seudolíderes construyen lo que los expertos llaman religiones políticas y se exhiben como unos profetas con un discurso radical, y se postulan semejando a un santo intachable celoso de los valores que jura defender, como quien escucha el clamor del pueblo, con una fuerte invectiva a los males sociales de su tiempo y especialmente a la conducta corrupta de sus dirigentes. Así nos acordamos de las famosas peroratas de Hugo Chávez denunciando a las cúpulas corruptas de AD y Copei.

Casi de inmediato gestan un enemigo artificial de la sociedad que carga consigo toda la culpa. Es el verdadero chivo expiatorio de los antiguos hebreos y al que le otorgan el origen de todos los males. Así lo hizo el PSUV para facilitar el discurso y los métodos. Siempre ofreciendo una respuesta banal y en su aspecto como subterfugio a todo el mal y los problemas nacionales. Y como la verdad está del lado de los buenos y elegidos, el resto de la colectividad no será jamás escuchado. De esta forma, el imperio de Estados Unidos tiene y tendrá siempre la culpa de todos los males de Venezuela, desde la escasez de alimentos, hasta los cortes cuasi permanentes de electricidad y la carencia de aguas para los habitantes tanto de los barrios como los de las urbanizaciones. Las sanciones del gobierno del Tío Sam son las responsables de todo lo malo que hay en Venezuela, desde la delincuencia hasta la basura que incluso se registra para ser engullida en casi todos los barrios y en muchas urbanizaciones.

No es de extrañarnos, puesto que la política en Venezuela durante muchos años fue secuestrada por maquinarias que buscaron siempre perpetuarse en el poder, y al no crear una prosperidad permanente la economía eclosionó en 1989 con la urgencia de un paquete de medidas económicas que no fue comprendido por el pueblo, porque sus dirigentes nunca le dijeron la verdad o verdades de que vivíamos de una renta petrolera que desapareció en el gobierno de Luis Herrera Campíns, y unas reservas internacionales que se agotaron en el gobierno de Jaime Lusinchi. La democracia —hay que plantearlo— no fracasó en Venezuela, fue el socialismo petrolero el que fracasó palmariamente y dio lugar a la dictadura más fuerte de Suramérica.

Los estudiosos (Eric Voegelin verbigracia) de este fenómeno han descrito y escrutado ciertas características comunes a lo que podemos identificar como fundamentalismo revolucionario “bolivariano” en este caso.

  1.  Un sentimiento de minoría y victimización: el fundamentalista-revolucionario se siente parte de una minoría postergada y combatida. Justifica así su ofensiva y agresividad porque en realidad se están «defendiendo» de quienes son los enemigos del bien y de la verdad, del resto de sus compatriotas.
  2. Pensamiento maniqueo y sectario: dividen la realidad y las personas en buenos-malos, amigos-enemigos. No hay libertad de prensa o de expresión para el contrario.
  3. Poseen un proyecto “revolucionario”: buscan dar relevancia pública a sus propuestas, pero sin discusión de ideas, tan solo buscando el poder más férreo para imponerse. En la actualidad como unos modernos inquisidores han creado en vísperas de elecciones una policía anticorrupción, la cual aprovechan para imponer más sus tesis y su sectarismo.
  4. Apelan a una pureza moral, a una tradición original que los hace poseedores de la auténtica interpretación de la realidad. Son los únicos dueños de la verdad. O así lo sienten y creen. Se está tratando de cambiar la historia de Venezuela, “el pasado fue malo hasta 1999, ahora estamos en un tiempo nuevo y fabuloso”.
  5. Obediencia ciega a la autoridad: la renuncia a cualquier crítica interna es condición sine qua non para demostrar fidelidad a la revolución y al recuerdo del comandante inolvidable.
  6. La realidad se vislumbra: todo es transparente y sencillo, la causa del mal está perfectamente identificada y el remedio también. «No hay complejidad, ni hay que buscar a Dios por las esquinas».
  7. Discurso paranoide de autojustificación: Desconfiar del otro, del diferente, “que en forma sistemática impide la contaminación de la integridad del grupo». La convicción de que se es perseguido injustamente fortalece la actitud defensiva.

Nunca aceptan la realidad, tal como es. El Banco Central de Venezuela no publica sus datos de la inflación desde octubre del año pasado. En Pdvsa, antaño criticada por ser una caja negra, ahora ni siquiera publican los datos referentes a la producción petrolera.

También se ha bloqueado por precaución al portal Observatorio Venezolano de Finanzas. Venezuela es además el país con la velocidad de Internet más lenta del mundo.

Ante las vísperas de unas nuevas elecciones presidenciales, los dirigentes políticos de la oposición deben acudir a la ética, a la verdad, al sacrificio y a un llamado a las masas en el sentido de que sí hay futuro a pesar del aparato productivo destruido parcialmente. En las primarias sería un contrasentido total acudir al aparato electoral progubernamental (CNE) para que la oposición elija a su candidato.

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