Una de las cosas que más preocupa de la deriva de la política española es ver cómo se va degradando la calidad de nuestra convivencia. Todos sabemos que desde hace décadas tenemos en España una condena penal absolutamente ajena a la Constitución y a las leyes vigentes. Se llama la «pena de telediario». Una condena por la cual cuando te subían a un coche de Policía esposado o entrabas en la Audiencia Nacional ya se te presuponía culpable. Y no sé por qué lo redacto en pasado porque sigue siendo exactamente igual de válido hoy en día.
Quienes tenemos personas queridas en situaciones semejantes, personas que llevan 7 o 10 años esperando que su caso sea llevado a juicio mientras la opinión pública no ha borrado de su cerebro aquellas entradas y salidas de la AN, nos encontramos ahora con que es posible que aunque se archiven casos que llevan lustros arrastrándose por los juzgados, con la causa cada vez más alejada de los imputados originales, es posible que nunca se les reconozca su inocencia a aquellas figuras de la vida política o relevantes empresarios a los que un día les destrozaron la vida.
Ahora nos encontramos con que a Tomás Díaz Ayuso le hicieron una persecución despiadada –incluyendo entre sus perseguidores a Pablo Casado, y bien que me duele decirlo– y después de archivar el caso tanto la Fiscalía española como la europea, este señor privado tiene que aceptar ser sometido a escarnio público por un partido más bien marginal, que no tiene seguro lograr representación en la próxima Asamblea de Madrid. Y lograrla tampoco justificaría la insania con que se ha tratado al hermano de la presidente de la Comunidad de Madrid. No es que un juez lo haya sentenciado inocente. No. Es que ni siquiera dos fiscales diferentes han encontrado causas que ameriten enviarlo a juicio para que un juez decida si es culpable o inocente. Y, aún así, nos encontramos con esa gigantesca pancarta infame en las calles de Madrid.
No negaré que gracias a que estemos hablando de la pancarta Podemos hace a Sánchez el favor de que no discutamos de las muy graves cosas que suceden a nuestro alrededor. Este domingo irrumpió otro asunto que sin duda tiene gravedad: los infames ataques racistas al jugador del Real Madrid Vinícius Júnior. Confesaré, para quien no lo sepa, que el fútbol no me interesa lo más mínimo. Pero el racismo me parece una actitud de la máxima gravedad. Ahora, que lo sucedido en Mestalla el domingo se haya convertido en la noticia más importante del lunes me parece algo difícil de justificar. Y, como Dios los cría y ellos se juntan, nos encontramos con que desde Japón sale el presidente del (antiguo Imperio del) Brasil a denunciar lo sucedido en Valencia. Y con lo que está ocurriendo en el mundo, para este Lula, amigo de los pobres, tiene prioridad lo que le sucede a este multimillonario brasileño sobre lo que pasa cerca de donde él está entre China y Taiwán o la guerra que arrasa parte del centro de Europa en la que Rusia ha invadido Ucrania.
Esta izquierda siempre tiene una doble moral. Y cuando las encuestas les apuntan mal, parece que muy mal, hay que encontrar algo de lo que hablar que distraiga la atención. Pero se creen que somos idiotas y espero que no tengan razón.
Artículo publicado por el diario El Debate de España
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