Desde los tiempos de la Venezuela rural hasta nuestros días, los venezolanos se han inclinado más por la acción de votar en vez de elegir. Es bueno recordar que durante la cuarta república los partidos políticos invitaban al pueblo a votar por colores y no por hombres, detrás de los colores se escondían muchas personas que no merecieron llegar nunca al poder si se hubiese elegido.
Para Orlando Goncalves, experto venezolano en marketing político, “lo primero que impulsa a un ciudadano o ciudadana a votar es conocer al candidato, pero de inmediato surge una variable que define en buena medida su interés de ir a las urnas, que el aspirante le agrade. Es decir, no existe racionalidad a la hora de sufragar”.
En este país la mayoría de las personas difícilmente leen los programas de gobierno que exponen los diversos aspirantes, en otras palabras, las propuestas de gestión de gobierno son secundarias; caerle bien el candidato o verlo incluso como el más débil pudiesen ser condiciones humanas que conecten elector-candidato, suficiente móvil para votar, más que razones, son emociones.
En los países subdesarrollados la cultura política es muy básica y pragmática, las estrategias de captación del voto muchas veces se resuelven con demagogias y praxis de populismo, es decir, cuánto cuesta tu voto y listo, vender el voto es equivalente a callar tus críticas por adelantado si existieran contra la gestión en un futuro, esto es parte del drama que viven los votantes de América Latina.
La memoria de los votantes mucha veces es frágil y el voto con el cerebro o reflexivo es muy difícil en países donde los mismos sistemas políticos diseñan estrategias de mantener al electorado en medio de un oscurantismo por situaciones de intereses, para la mayoría de los ciudadanos que tienen una cultura básica. Para nadie es un secreto que el camino que toman es el emotivo, ese voto que no piensa, pero es de beneficios, ese voto que espera la dádiva, el regalo, la limosna, el ridículo del candidato, que cante o baile, el voto con el corazón, en sí es un insulto y hasta una mediocridad, pero los medios lo ponen como una significativa condición social, como algo circunstancial y sin importancia.
Muchas empresas consultoras en materia electoral deslizan sus afirmaciones en la dialéctica, se atreven a explicar que el oficialismo todavía tiene fortalezas a nivel presidencial. Esta fortaleza se conecta con el poder del Estado, pero a su vez refleja fisuras que revelan que se le agotó su tiempo, está a nivel vulnerable y respaldado por un capital político de 3.500.000 votos.
Nuestra realidad gravita, miles de millones de dólares ha administrado este gobierno revolucionario, suficientes recursos para construir aquella Venezuela que idealizó y soñó el ciudadano en diciembre de 1998; sin duda alguna todo fue una ilusión que derivó en tiempos complejos, ruidosos, corruptos, más pobreza, violentos y de enfrentamientos entre venezolanos.
Es evidente que aún existe en toda Venezuela un ciudadano activado en habituales protestas que luchan día a día por un futuro mejor articulado a la calidad de vida, y otro colectivo defendiendo estoicamente su proyecto madurista. Esto es parte del drama que vivimos, los venezolanos, tenemos la oportunidad de votar con el cerebro en las elecciones presidenciales 2024.
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