“La letra K es un accidente de la vida. Cuando intenté hacer Kikiriki, mi primer cortometraje, inacabado, escribí ese nombre en un papel y lo hice con una K buscando una solución gráfica. Fueron tantas las preguntas y la curiosidad de mis amigos acerca de esa K que me pareció divertido mantenerla en las otras películas, independientemente de que después descubrí que la K estaba asociada al movimiento radical norteamericano, a la obra Amerika de Kafka, etc.”, evocó Diego en una de nuestras habituales conversaciones.
Con esa singularidad azarosa de la grafía de la K en los títulos de sus películas Bolívar Sinfonía Tropikal, Orinoko Nuevo Mundo y Amérika Terra Incógnita, pero, sobre todo, por la perseverancia en su obra de una apuesta personal en el uso del lenguaje visual, de su compromiso u obsesión por temas históricos y de la nacionalidad venezolana, Diego Rísquez ocupa un destacado lugar en la cinematografía nacional.
Estas primerizas películas filmadas en formato Súper 8 dan un sello personal a su filmografía, caracterizadas por la heterodoxa puesta en escena, predominancia de lo visual, ausencia de diálogo y el apego a la alegoría como forma de expresión. Ciertamente la K lo acompañará toda su vida; se incorpora a manera de blasón junto a la imagen de la guakamaya (con k) que ilustra el timbre de su casa, que usa en su tarjeta de presentación, en sus membretes y el nombre de su empresa, Produccciones Guakamaya. También, solía identificarse como el Comandante Guakamaya.
Como pocos, Diego encarnó la frase que suele atribuirse a Óscar Wilde: “Sé tú mismo. Los demás puestos ya están ocupados”. En paralelo a la realización de su obra también construye su personaje, uno que se mimetiza en muchos roles de sus películas y adquiere vida propia en su figuración pública, en su talante altivo y elegante, en la apariencia personal con su vistosa y original clineja sujetada con una cinta tricolor de la primera etapa de su vida, con el tocado de su sombrero Panamá de los últimos años, con la construcción de su entorno habitacional como una permanente perfomance.
Diego Rísquez era un personaje, pues haciendo referencia a una de las entradas del DRAE para este vocablo no tenemos opción para la duda: “persona singular que destaca por su forma particular de ser y de actuar”. Su propio domicilio lo construye como un dispositivo escenográfico de una vida asumida como un acto creador vital. Su mobiliario tiene resonancias de utilería. Las obras plásticas que él mismo elabora, las que recibe como obsequio o intercambio con sus muchos amigos artistas, los objet trouvé en su infatigable pesquisa en las calles de Caracas y en ventas, mueblan el espacio y dan a su vivienda la apariencia del ala de un museo barroco tropical.
“¿Pero de verdad él duerme en esa cama?” oí preguntar a una boquiabierta adolescente en uno de los célebres e inolvidables festejos de sus cumpleaños los 15 de diciembre. Pero su casa, escenario privilegiado de sus invenciones, también funciona como oficina de producción, depósito de vestuario y utilería, además de plató de filmación de sus propias películas como las de sus amigos. Oficiante de la amistad, su hogar es un espacio de encuentro permanente de goce, de intercambio creativo, de trabajo. Era frecuente ir por la calle con él y oír un grito de un viandante o un motorizado: “Epa Diego”. Extrovertido, sociable, irreverente, generoso, unía a las personas más disímiles sin discriminación ni prejuicios. Y lo que ocurría en su casa de Caracas tenía su paralelo en el hermoso espacio que en una proeza propia de un Fizcarraldo fue construyendo desde la nada en su churuata a orillas del mar Caribe, en la población de Todasana.
Nunca quedaba claro si de verdad había nacido en Juan Griego, en la Isla de Margarita, el 15 de diciembre de 1949, o era otra de sus ocurrentes boutade. Lo cierto es que pasa los primeros años de su infancia entre Suiza, Italia, y Boston, donde su padre hace cursos de especialización en medicina. Culmina sus estudios secundarios en Caracas, luego de otra breve pasantía en Suiza, en 1972 ingresa en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) para estudiar Comunicación Social. Como parte del programa, el profesor Antonio Olivieri quiere montar Hamlet y lo selecciona para el rol principal. La experiencia es tan gratificante que se inscribe en la agrupación Arte de Venezuela, dirigida por Levy Russel, para estudiar actuación. Poco después se integra al montaje de Vimazoluleka. También participa en el Teatro de Feria Latinoamericano dirigido por Hugo Márquez.
En la UCAB con sus condiscípulos Carlos Oteyza, Gonzalo Ungaro, y Alberto D’Enjoy participa como coguionista y actor principal del cortometraje Siete notas dirigido por Oteyza. En esos días Óscar Molinari, autor del cortometraje Ojo de agua y que estaba filmando La bicicleta, ofrece a un grupo de jóvenes una visión contemporánea del cine, profundizando en los aspectos creativos y de expresión, todo muy distinto de lo que aprenden en la universidad. Fue un curso de cine que en buena medida “se dictó” en casa de Molinari o en el jardín de la casa de Rísquez. “Esa fue quizá la motivación más grande para entender que en la universidad yo no estaba aprendiendo lo que quería aprender y dejé los estudios”, recuerda Diego. Su vivienda, para entonces un pequeño anexo de la residencia familiar, se convierte en el lugar de referencia obligado y de encuentro de sus amigos. Ese espacio va a crecer armónicamente ilustrando su apasionada faceta de constructor. Le integró, inclusive, una cancha de bolas. A discreta distancia del nido de sus guacamayas.
Luego de una pasantía en Europa, donde se desempeña como fotógrafo en la romana Galería L’Atico, cuna de lo que poco después devino el movimiento de la transvanguardia, tiene la oportunidad de trabajar con Jacques Smith, pionero del cine de vanguardia norteamericano. Viaja a Francia y participa con Emilo Galli en el Teatro N de París y se inscribe en un taller con Robert Wilson, padre del teatro de vanguardia norteamericano.
A mediados de los setenta Diego Rísquez admite encontrase en una encrucijada: “porque siempre veía que había maestros maravillosos, siempre había algo que aprender, y al mismo tiempo uno no podía pasarse la vida entre escuela y escuela, entre maestro y maestro, y también sentí el olor de la guayaba, la nostalgia por Venezuela. Decido regresar con la idea de aplicar en el cine la experiencia adquirida”.
Ante la dificultad de hacer cine inicia su trabajo en artes plásticas y encuentra receptividad en Margarita D’Amico y Claudio Perna. La experiencia europea lo lleva a la conclusión de que lo más importante, como latinoamericanos, era elaborar un lenguaje propio y lo más cercano. En términos de esa pertenencia, Rísquez reconoce el Cinema Novo Brasilero y, particularmente, el cine de Glauber Rocha. “Es la primera vez que yo veo que la geografía está involucrada, que yo veo a unos actores que son la antítesis del cine norteamericano. La puesta en escena me parecía original e inédita. Y con esa referencia busco una forma personal de expresión que puede rastrearse desde mis primeros trabajos en las acciones vivas hasta mis películas de largometraje. En definitiva, para mí el cine es como la pintura, como el teatro. La pantalla de cine es como un gran lienzo en blanco el cual hay que llenar de concepto, de colores, de formas, de movimientos”.
En 1976, se inaugura el primer Festival de Cine Súper 8 en Venezuela y se crea un terreno propicio de expresión para muchos jóvenes aspirantes a cineastas. Realiza para este evento su primer trabajo A propósito de Simón Bolívar, una suerte de evento multimedia que es censurado por mostrar al Libertador haciendo pipí.
Luego continúa con obras de igual intención, que llama acciones en vivo, y realiza Poema para ser leído bajo el agua y Radiografía de naturaleza viva, ambas en 1977, A propósito de la luz tropical (Homenaje a Reverón) (1978), A propósito del hombre de maíz (1979), hasta llegar a su primer largometraje, Bolívar Sinfonía Tropikal, en 1981, el cual se convierte en la primera película Súper 8 que entra al Festival de Cannes y es exhibida en la sección Quincena de los realizadores. Luego realiza Orinoko Nuevo Mundo (1984), y Amérika Terra Incógnita (1988), para completar su trilogía filmada en Súper 8. La última K aparece en Karibe kon-tempo (1995), su primera película rodada en 35 mm.
Con Manuela Sáenz, la Libertadora del Libertador, en el 2000, recupera el aliento estético de sus películas iniciales y logra un significativo suceso de público en Venezuela. Completan su filmografía Miranda (2006), Reverón (2011) y El malquerido (2015).
A Diego Rísquez lo sorprende la muerte –y nos sorprende a todos, cuando preparaba un nuevo filme, una original historia de amor que presagiaba la vuelta al alto riesgo estético y narrativo, que se desarrollaría en Caracas, Florencia y París, y que tendría un desenlace trágico la noche del terrible atentado terrorista en la sala de baile Bataclán.
Para quienes estuvimos cerca permanece en la memoria el querido personaje de los pequeños detalles u objetos que nos obsequiara, aquello que conseguimos por su concurso, consejo o trueque, en la evocación de los gratos y, en ocasiones, extravagantes episodios compartidos.
Receptivo y generoso como fue con los estudiantes que permanentemente lo visitaban, allí queda su obra como fuente de inspiración.
Para quienes vivimos en Caracas, su recuerdo siempre estará presente en el vuelo diario de las guacamayas del cerro Ávila al Parque del Este.
Su partida deja un hondo vacío. En el arte. En los afectos.
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