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Las elecciones y las bolas de Galileo

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Con el anuncio de las primarias de la oposición este año y de unas hipotéticas elecciones presidenciales verdaderamente competitivas y transparentes en 2024, se renueva el deseo de una salida democrática a la crisis secular que padece Venezuela. La sociedad democrática enfrenta a un enemigo perverso, por lo que se necesita un liderazgo fuerte y coherente que, en lugar de desunir y desmotivar, aglutine las esperanzas y promueva ideas para lograr una transición, ya que, como afirmaba Buckminster Fuller, «Nunca cambiarás las cosas luchando contra la realidad existente. Para cambiar algo, construye un nuevo modelo que haga obsoleto el modelo presente» (Anthology for the New Millennium, 2001). Habría que incluir a una parte de los dirigentes de oposición y a los candidatos de algunos partidos políticos en ese modelo obsoleto citado por Fuller.

Cuando en 2018 se consumó el simulacro electoral en Venezuela, la crisis humanitaria, política y económica del país era ya alarmante, pero igual de inquietante era la desunión de la oposición. En 2023 ha empeorado la división, los egos, la miopía y la falta de rigor que exigen las terribles circunstancias del presente. Como escribió recientemente el brillante analista Leandro Area Pereira: “La política está hecha hasta para destruirse a sí misma cuando no existen los resortes vigilantes que lo impidan”. Es una verdadera tragicomedia observar a los dirigentes de la variopinta “oposición oficial” declarar que “Maduro no es un dictador”, que “el CNE es el mejor sistema” o que “el General Padrino y los suyos van a gerenciar la transición”, exigiendo además el levantamiento de las sanciones, pidiéndole al sheriff que retire los carteles de «Se busca».

En Venezuela, la política se ha convertido en una sucesión de escenas repetidas que alternan entre la comedia y la tragedia. Tan cierto es, que Maduro ha anunciado que “le tiene sin cuidado lo que la opinión pública internacional opine de los próximos resultados electorales de 2024”. Sobre esto último, el diario La Razón publicó una alarmante noticia titulada: “Dictadura prepara zarpazo a las primarias de la oposición”, firmada por Noel Gómez Herrera, en la que alerta sobre la “posible intervención del Tribunal Supremo de Justicia, con la intención de “derribar toda la estructura jurídica elaborada por la Comisión Nacional de Primaria (CNP) para la organización de las elecciones convocadas por la oposición venezolana para el día domingo 22 de octubre, procediéndose de esa forma a judicializarse los referidos comicios, a través de las salas Electoral y Constitucional del Tribunal Supremo de Elecciones, controlado en su totalidad por la dictadura de Nicolás Maduro”. Por eso, no es de extrañar que el CNE será quien decida la “tendencia irreversible” del futuro ganador de las primarias y de las presidenciales.

El CNE y el teatro del absurdo

Las obras que hicieron célebre a Eugene Ionesco (1909-1994), tienen un denominador común, “escenifican lo absurdo del individuo en un clima de catástrofe, pero provocan risa por la incoherencia de los personajes involucrados en escena, atrapados en el absurdo de su propio mundo”. Son inevitables las analogías. Este parapeto nombrado por una Asamblea Nacional ilegítima que recibe órdenes de un gobierno ilegítimo producto del fraude de ese mismo CNE es un absurdo digno de Ionesco. A pesar de esto, el guionista del régimen ha convencido a los dirigentes de una oposición desmembrada de participar en elecciones, eso sí, con “un mínimo de condiciones”, pero, además, sin derecho a responder preguntas elementales: ¿Cómo realizar primarias con dirigentes inhabilitados o exiliados y los emblemas de sus partidos confiscados? ¿Cómo se podrá participar en una campaña electoral ante el avasallamiento comunicacional y los recursos del Estado empleados a favor de los candidatos del régimen? ¿Cómo se puede organizar unas elecciones cuando el registro electoral es una “caja negra” y el CNE modifica a su antojo la distribución de mesas y votantes según las estrategias y logística del PSUV? ¿Los nómadas de la diáspora podrán ejercer su derecho al voto? ¿Acaso se investigaron las denuncias de los millones de votos electrónicos en reserva utilizados por el CNE en cada jornada electoral, denuncia realizada por sus propios operadores del sistema automatizado al huir de Venezuela? No se puede hablar de elecciones libres y transparentes en un país donde no hay Estado de derecho y las instituciones solo obedecen a un régimen que ha sido señalado como autor de crímenes de lesa humanidad y sus responsables buscados por la justicia con recompensas millonarias que penden sobre sus cabezas. Son preguntas que esperan una respuesta de los tramoyistas de esta representación. Para finalizar estos pensamientos en voz alta sobre el CNE, que no es otra cosa que un engranaje montado por especialistas en fraudes electrónicos, donde los “representantes de la oposición” no tendrán arte ni parte, reproduzco las inteligentes reflexiones que hiciera Eugenio Martínez hace dos años (“Las 11 tareas pendientes del CNE”, El Diario, 06.05.2021), en las que describe las funciones claves del ente electoral: “El verdadero CNE está integrado por tres organismos subordinados: La Junta Nacional Electoral (JNE), la Comisión de Registro Civil y Electoral y la Comisión de Participación Política. Los que tengan buena memoria recordarán la importancia de la JNE durante el revocatorio de 2004. Solo para recordar un detalle: En esencia, es más importante ser presidente de la Junta Nacional Electoral, que vicepresidente del CNE. El primero tiene mucho poder de decisión en temas técnicos, el segundo mucho trabajo administrativo, pero poca incidencia en las decisiones. Por una norma no escrita desde 2005 quien preside el CNE, también preside la Junta Nacional Electoral (JNE). En 16 años han presidido la JNE: Jorge Rodríguez, Tibisay Lucena e Indira Alfonso”. Martínez profundiza en lo que habría que hacer para tener un verdadero CNE que inspire confianza. Recomiendo la lectura de este trabajo para los que, como yo, desconocen los entretelones donde se escenifican las “tendencias irreversibles”.

Las bolas de Galileo 

Retomando el título de esta nota, la caída de los cuerpos ha sido objeto de observación y estudio a lo largo de los siglos. Galileo Galilei (1564-1642) se empeñaba en demostrar que los cuerpos, tanto los ligeros como los pesados si tenían la misma forma podían caer con la misma rapidez. En su experimento utilizó una bola hecha de cuero y otra de plomo. Dejó caer esferas de diferente masa desde lo alto de la torre de Pisa, un experimento que se conoce como “las bolas de Galileo”. Su intención era la de contradecir a Aristóteles, quien sostenía que los cuerpos más pesados caen más rápido que los livianos, en directa proporción a su peso. La ley que descubrió Galileo y que perfeccionaron Newton y Boyle, nos dice algo muy sencillo: si hay resistencia, el cuerpo tarda en caer. Si le cambiamos la forma éste caerá más rápido. Boyle demostró que, sin aire, en el vacío, no importa la forma ni el peso, los objetos caen a la misma velocidad. De allí que hoy me hago las mismas preguntas que formulé en el 2010, cuando el 80% del país coincidía en responsabilizar a Chávez de todos los males y en el presente Maduro ostenta el mismo rechazo: ¿Es que Maduro es más ligero que el aire? ¿Es que tiene una forma aerodinámica que le permite sustentarse, planear, flotar? ¿Es que Maduro es un peso-pluma? Habría que añadir a los análisis sobre el país una variable sobre las leyes físicas aplicadas a la política.

La caída de los cuerpos en el vacío 

La disidencia, cuando se haga visible, reconocible, identificable, cuando adquiera forma y encarne un modelo diferente al del presente, tendrá la oportunidad de convertirse en fuente de esperanza. Para lograrlo hace falta dotarla de un cuerpo, un rostro, un liderazgo, una voz promotora de una idea poderosa y aglutinante, donde el ciudadano común tenga la convicción de saberse parte de una comunidad de intereses e ideas con perspectivas, integrado a una causa y a un destino común de nación. Esto dejaría sin sustentación el fenómeno Maduro, que flota en una turbia atmósfera de perversión, represión, corrupción y mentira. Desafortunadamente, debido a la desunión, la arrogancia, el oportunismo y el colaboracionismo de algunos dirigentes, se han desperdiciado oportunidades irrepetibles. Vivimos un Estado fallido en el que día a día vemos agravarse la crisis y la falta de respuestas.

La realidad es que en Venezuela lo que impera es un gran y estruendoso vacío. De no lograrse una transición y reinstitucionalización con un fuerte respaldo internacional, con presencia de la ONU y si fuera necesario, con los Cascos Azules, los pronósticos apuntan al desmembramiento final del país en una especie de Somalia, si no lo es ya, donde diferentes organizaciones armadas: militares, paramilitares chavistas, narcoguerrilla colombo-venezolana, grupos terroristas foráneos, carteles de la droga y el hampa común, se disputan el control de parcelas del territorio nacional.

A la llegada de la misión Apolo XV a la Luna en 1971, uno de los astronautas decidió experimentar sobre la galileana caída de los cuerpos en el vacío, dejando caer desde la misma altura y al mismo tiempo un martillo y una pluma. Debido a que en la Luna no hay atmósfera, los televidentes que presenciaban la transmisión vieron con asombro cómo ambos objetos cayeron al suelo al mismo tiempo. El riesgo en Venezuela es que en el vacío todos los cuerpos se desplomen a la misma velocidad.

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