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Verde jardín

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Los rostros de los niños en cualquier lugar del mundo resplandecen cuando mezclan o reúnen el color azul con el amarillo porque nace el verde, el color que sigue los pasos de la naturaleza donde quiera que ella se encamine mostrándose en los árboles y asombrándonos con su exuberancia. Primero deben conocer los colores porque los hay cálidos e intensos como el rojo o el amarillo y fríos y débiles como el azul y en medio de estos, el verde que vendría a ser algo transitorio, intermedio, algo que vincula en cierta manera a los cálidos con los fríos sin dejar por ello de desestimar las significaciones o analogías que se permiten establecer la psicología o el psicoanálisis: el azul es el color del espacio, vale decir, del cielo y del pensamiento y los simbolistas consideran al amarillo como un mensajero del sol que nos ilumina durante el día pero nos devuelve a la oscuridad para volver a nacer en un eterno juego de vida y muerte, como si iluminara por instantes nuestro propio origen para olvidarlo luego y recuperarlo después. Entonces, aceptamos que el rojo es el color de la sangre, esto es del ardor de nuestros sentidos y al aceptarlo asumimos que la agonía que acostumbra estremecer a quienes sienten la muerte cerca deriva de ese color. La iluminación que despierta nuestra sensibilidad se asocia con el amarillo porque el verde, lo sabemos, es serenidad que camina y se orienta en la naturaleza, pero se extiende también sobre los cadáveres cuando los roza una leve aunque escalofriante lividez.

¡Mostrándome su cámara, la fotógrafa alemana que conocí la tarde en que se marchaba a su ciudad natal me dijo: «¡No sabe usted la cantidad de verdes que me llevo de Caracas!». Imagino, me dije, que negocia sus verdes con la industria textil, con los diseñadores o vestuaristas, ¡vaya usted a saber! Yo conozco perfectamente el verde amarillo, el verde oliva, el azul verde y el esmeralda, pero no me había percatado o fingía no darme cuenta de que existen muchos verdes porque son muchos, también, los rumbos por los que pueden extraviarse ese color y nuestro propio espíritu.

Siendo azul, el color del cielo me engañaba de niño cuando lo veía desde Guaracarumbo, el lugar más alto de la vieja carretera de La Guaira porque se confundía con el azul del mar y ese azul del mar, a su vez, se hace verde esmeralda cuando se convierte en el mar Caribe. Es más, en la política venezolana el verde vive asociado a un partido socialcristiano.

Arthur Rimbaud puso colores a las vocales: A negro; E blanco; I rojo; U verde; O azul. Pero la verdadera gloria es haber alterado el orden impuesto por la autoridad de la Academia. Se dice que en sus delirios Van Gogh comía color amarillo; los gitanos de García Lorca siguen cantando verde que te quiero verde y el poeta mexicano Carlos Pellicer descubrió que lo verde está en el tiempo, en la textura de los estados de ánimo del bosque. El pintor navega entre colores porque en ellos palpita la bella aventura de su propia verdad y conocimiento; yo la encuentro  en la música que permanece oculta detrás del color de las vocales.

En el jardín de mi casa el verde es color protagónico. Sin embargo, acepta aquí y allá, en determinadas flores y arbustos, alguna que otra pincelada roja, blanca, morada o amarilla; enaltece así su propio verdor y me llena de alegría saber que los niños del mundo, y yo con ellos, al unir el azul con el amarillo damos vida al verde que es también el intenso color del jardín que llevo por dentro.

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