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Pico

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Por KARL KRISPIN

Sé perfectamente el día en que conocí a Juan Francisco Sans en el mes de septiembre de 1966, cuando ingresé al Preparatorio del Colegio Humboldt. Aquel colegio me resultaba enorme y algo atemorizante, por lo menos desde la perspectiva del primer día de clases. Entramos en Preparatorio B a cargo de la señorita Imelda Armas. Aquello era una costumbre cándida y respetuosa que llamáramos señorita a las maestras, uso que el tiempo y la tiránica corrección política borraron del todo. Quienes estudiamos en el Colegio Humboldt en los años sesenta lo hacíamos por tener ascendencia alemana, o por el hecho de que algunas familias venezolanas que admiraban el sistema educativo alemán inscribían a sus hijos en el colegio para que aprendieran el idioma. De modo que la práctica se traducía en que la inscripción se verificaba desde la más temprana infancia hasta completar el bachillerato. Pico y yo tuvimos toda nuestra educación preescolar, primaria y bachillerato en ese extraordinario colegio que por cierto es una de las instituciones educativas más viejas del país, fundada en 1894. Hay una frase que siempre me ha parecido perversa, no otra que la de que “el mejor colegio es el que queda más cerca de la casa”, porque hace de la educación un asunto de comodidad. Desde luego que me refiero a la educación privada que en nuestro país siempre ha sido muy superior y más libre que la pública, a pesar de la persecución y hostigamiento de los postulados del Estado docente. Juan Francisco Sans vivía en Las Palmas y yo en San José de los Altos, de modo que la proximidad geográfica con el colegio no era de nuestra incumbencia, ni la de nuestros padres. Nunca llamé Juan Francisco a Juan Francisco Sans sino Pico, que fue como le decían y le dije toda la vida, desde esa mañana de 1966. Coincidimos algunos años estudiando en la misma sección, la “B”, luego él pasó a la “A”, pero siempre nos encontrábamos en las clases de alemán. En esa clase y en tercer o cuarto grado nuestros compañeros tenían la percepción de que Pico y yo éramos los más lectores de la clase y nos conminaron en una oportunidad en que nuestro profesor de alemán, Emil Müller, no llegaba, a hacernos un torneo de preguntas y respuestas. El concurso no pudo finalizarse porque finalmente llegó el profesor y Pico no contestó a mi interrogación de quién era Giovanni Papini y qué libros había escrito. Cuando terminamos el ciclo básico, tanto Pico como yo nos inscribimos una vez más en la misma clase en Humanidades.

Fueron dos años estelares de desarrollo de todas nuestras inquietudes intelectuales con dos profesores estrella de literatura: Beatriz González Stephen y Luis Álvarez León. En esta época de tiktokeros e influencers, donde los lectores son tenidos como sospechosos, me gusta recordar el método del profesor Álvarez León para la lectura irrenunciable del Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Había que leer completamente la obra y para el día del examen el profesor tenía preparados unos papelitos en un recipiente con los nombres de todos los capítulos de la obra. Así, alguno podía ser “Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo” o “De los consejos que dio Don Quijote a Sancho Panza, antes que fuese a gobernar la ínsula, con otras cosas bien consideradas”. El reto era escribir todo lo que recordáramos sobre los capítulos en cuestión. En los años de Humanidades, Pico y yo nos hicimos amigos entrañables y sobre todo de los que tenían a la discusión intelectual como obligación en el campo de las Humanidades. Hablábamos mucho de música porque Pico había seguido paralelo a sus estudios en el Colegio Humboldt una rigurosísima formación musical en la Escuela Juan Manuel Olivares, de donde finalmente se graduaría como pianista y compositor. Yo era y sigo siendo un melómano aficionado y eso formaba parte del intercambio, además del hecho de que teníamos la misma afición por los conciertos de música clásica del Teatro Municipal y del Aula Magna de la Ciudad Universitaria. En esos años descubrimos el Surrealismo, y quisimos convertirnos en surrealistas o en dadaístas, jugando a la lógica del absurdo y de la realidad subyacente. Leímos los manifiestos del Surrealismo, nuestra aspiración era ser como André Breton, pero nunca comunistas. En eso estuvimos siempre de acuerdo, porque además para la tesis que escribimos juntos en quinto año sobre la naturaleza del movimiento surrealista nos impresionó vivamente el libro Surrealismo frente a realismo socialista, en la edición de Oscar Tusquets en la que se ridiculizaba al padrecito genocida Stalin. Ese libro le sirvió a Breton y a Louis Aragon para purgar sus fantasmas y no bajar su espíritu crítico y a nosotros nos enseñó a despreciar desde muy temprano la infección del totalitarismo y la aberración del marxismo. En esa época Pico ya estaba de novio con Mariantonia Palacios, con quien contraería matrimonio y fundaría el extraordinario dúo Sans-Palacios. A su vez, tocaba en un grupo llamado Un pie, un ojo, junto al brillante Paul Desenne. Cada vez que estábamos frente a un piano y con Mariantonia presente en esa época, les pedía que interpretaran el vals “Los misterios del corazón” de Federico Villena.

Luego del bachillerato, me fui un año a estudiar a España y al regreso ingresé en la Escuela de Letras de la UCAB. Pico estudió Arte en la UCV, escuela de la que terminaría siendo su director y cada cual siguió su camino, aunque nunca dejamos de estar en contacto, aunque fuese de modo telefónico. En algunos libros que he compilado traté siempre de incluirlo cuando se trataba de temas afines con su escritura. Lo invité a escribir en el libro Centenario Colegio Humboldt, donde publicó un ensayo llamado “Sinfonía en El Palmar o cómo un alemán aprende a bailar el joropo sin caerse”, a propósito de Federico Vollmer. También colaboró conmigo en el libro 75 años de amistad y cultura Centro Venezolano Americano 1941-2016, en el que escribió uno de los ensayos más brillantes sobre el intercambio musical contemporáneo entre los Estados Unidos y Venezuela, “Contribución del CVA a la historia contemporánea de la música en Venezuela”. El último ensayo que le pedí fue a propósito del libro que realicé para los 70 años de la Asociación Cultural Humboldt, “Memorias alemanas de un músico venezolano”, un recorrido autobiográfico donde narra su relación con la música alemana y su formación como músico que justamente comenzó en las aulas del Colegio Humboldt con la flauta dulce, la Blockflöte, que aprendió a tocar en las clases de Tante Schreiber (a las maestras alemanas les dábamos el afectuosísimo trato de tías). Pico era un investigador insigne, minucioso y brillante. No en balde se ha afirmado que estaba en el grupo de los grandes musicólogos de América. Basta asomarse a sus muchas publicaciones, algunas de las cuales han sido recogidas por Cambridge University Press. Ni hablar de toda su contribución al estudio de los bailes y la música hispanoamericana del siglo XIX. De su labor de preservación ya se encargarán de calificarla quienes escriban en el futuro sobre él. Sólo al frente de la presidencia de la Fundación Vicente Emilio Sojo realizó una labor titánica.

Pico tuvo que irse de su país y huelga explicar las razones que lo llevaron a abandonar este territorio destruido. Se fue a Medellín a hacer lo que siempre hizo: enseñar, investigar y escribir. Una de las formas que encontré para seguir discutiendo con él de las tantas cosas que nos motivaron a hacerlo fue incluirlo en el chat de mis amigos que tienen una vocación intelectual y de discusión. Allí Pico escribió unas miniaturas memorables sobre música que siempre le pedía que preservara porque eran dignas de un libro de apreciación musical. Estuvo muy activo en el chat siempre. Y sobrevino un extraño y preocupante silencio que ni siquiera John Cage apreciaría. Al cabo de un tiempo le escribí directamente y me contestó Mariantonia diciéndome que Pico tenía graves problemas de salud. Aquella misma semana se nos fue. Nunca imaginé que escribiría un artículo como este que, si bien constituye un homenaje, asume la despedida con toda su radicalidad de lo concluyente. La última vez que conversamos personalmente fue justamente en el concierto aniversario de los 75 años del Centro Venezolano Americano. Tuvimos una conversación brevísima porque siempre se piensa que el tiempo nos sobra. La desgracia que se ha cernido sobre Venezuela es que ha convertido a sus migrantes en olvido. A ti, Pico, nos encargaremos de que no te conviertas en olvido. Creo que tu obra es la primera que desdice de esa posibilidad.

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