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El Banco Latino, a la palestra

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Pedro Rosas Bravo ha escrito un libro titulado El Banco Latino: Anatomía de una muerte inducida, en homenaje a su amigo José Vicente Rodríguez Aznar, con el propósito manifiesto de poner el foco de la atención pública sobre una serie de acontecimientos de los que precisamente en estos días se están cumpliendo treinta años.

La primera pregunta que siempre salta a la vista es el porqué, después de tanto tiempo, volver sobre este asunto, que ya debería estar olvidado y sin entrar a discurrir sobre los tiempos históricos, para los que treinta años no es nada, todo el mundo estaría de acuerdo en que en aquellos acontecimientos de principios de los años noventa se encuentra la raíz de muchos de los males que hoy nos agobian.

Desde una perspectiva de filosofía política, testimonios como éste reviven la clásica controversia entre quienes reivindican la necesidad de “comprender” los hechos para desentrañar lo ocurrido, lo que nos ha traído hasta aquí, para poder rectificar el camino y, al menos, no incurrir en los mismos errores. Frente a los “pragmáticos” que proponen pasar la página, hacer una especie de tabula rasa y comenzar todo de nuevo, desde cero, porque, argumentan, ¿para qué revolvernos en el pasado?

Ambas posiciones tienen mucho a favor y en contra, de manera que es otro indecidible que no vamos a resolver jamás porque cualquiera de los extremos es intolerable: es necesario ver los hechos a la cara por duros que nos resulten, no podemos vivir sin pasado; por otra parte, no debemos anclarnos allí, la vida continúa y tenemos que adaptarnos a la nueva realidad resultante de aquellos naufragios.

La caída del Banco Latino se inscribe en el contexto más general del derrocamiento del presidente Carlos Andrés Pérez no sólo porque fueran procesos que corrían en paralelo, sino porque no se podrían entender el uno sin el otro y, entre ambos, el doctor Pedro Tinoco (hijo), quien fuera propietario del Banco Latino y presidente del Banco Central de Venezuela durante el período del presidente Pérez.

Es en este punto donde se entrelaza toda la trama del libro en comento, el Banco Central de Venezuela es el escenario donde coinciden 2 eventos capitales para aquellos sucesos: uno, el famoso cheque de 250 millones de la partida secreta, que fue el pretexto legal para el procesamiento y defenestración del presidente Pérez; otro, la salida del Banco Latino de la Cámara de Compensación por los también famosos 4.700 millones faltantes.

Los detalles pormenorizados de ambos eventos son narrados meticulosamente más que por testigos de excepción por los mismos protagonistas, que vivieron presencialmente y luego sufrieron en carne propia las consecuencias de aquellas decisiones y acciones que aún hoy estamos pagando todos los venezolanos, seamos o no conscientes de ello.

Dicho en pocas palabras: el Banco Latino no se arruinó, lo arruinaron. Así como el gobierno del presidente Pérez no se cayó, lo tumbaron. Ambas cosas premeditadas, planificadas y fríamente ejecutadas por prácticamente los mismos personajes.

No por casualidad el doctor Tinoco salió de la presidencia del BCV luego de la intentona golpista del 4 de febrero de 1992 y murió muy poco después, en marzo del 93; pero la persecución continuó contra sus sucesores, al punto de involucrarlos en una supuesta conjura cívico militar para frustrar el inminente regreso de Rafael Caldera al poder.

Para defenestrar a Carlos Andrés Pérez e impedirle concluir su periodo constitucional, al que le faltaban apenas unos pocos meses, se violó la institucionalidad democrática y se echó abajo el Estado de Derecho. Para aniquilar al doctor Tinoco, “el banquero de Pérez”, destruyeron al Banco Latino, “el banco de Pérez”, a la sazón el segundo grupo bancario del país con mayor volumen de depósitos, con lo cual toda la red bancaria del país, laboriosamente tejida en más de un siglo de ardua labor, resultó irreparablemente averiada. La moraleja no podría ser más obvia: para eliminar al capitán, no se debe hundir el barco, tanto menos si se está navegando en él, en alta mar.

Cuando la víctima es prominente, se eluden las responsabilidades. Nunca se ha revelado cuál fue la mano que sacó del BCV el facsímil del cheque de los 240 millones para dárselo a José Vicente Rangel, quien encendió la mecha del proceso contra Pérez, aunque es evidente que muy pocas personas tenían acceso a ese documento y comprendían su valor.

Para sacar al Banco Latino de la Cámara de Compensación se armó toda una ópera bufa no exenta de momentos de alto dramatismo, como la espera del presidente del Centro Simón Bolívar que traía consigo unos títulos salvadores para pagar su deuda con ese instituto, muy por encima de los fatídicos 4.700 millones, y que llegó ¡10 minutos tarde!, cuando el Directorio ya había tomado la decisión. Un lector desprevenido podría pasar el resto del día preguntándose por qué no la revirtieron, si esa hubiera sido su voluntad.

Resta decir que el libro de Pedro Rosas Bravo es un libro valiente, porque aunque muchos de los dramatis personae ya han muerto, como Rafael Caldera y Carlos Rafael Silva de un lado, Carlos Andrés Pérez y Pedro Tinoco del otro, muchos están entre nosotros todavía y son muy cercanos conocidos.

En Venezuela no es muy propicia la discusión abierta de los asuntos públicos, ni existen medios apropiados para ello, tanto menos en estos tiempos tenebrosos que sobrevivimos, en los que cualquier guiño de ojos puede costar la libertad, si no la vida.

Lo más probable es que se quiera hacer pasar el libro y sus revelaciones por debajo de la mesa, en medio del más denso silencio. Pero el mandado está hecho y la misión cumplida.

Ojalá lo sientan así José Vicente Rodríguez Aznar y los demás agraviados.

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