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Reflexiones sobre el Padre Nuestro

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El Padre Nuestro es la oración cristiana más importante, la que según los evangelistas Mateo (6.9-13) y Lucas (11.1-4) compuso y enseñó el propio Jesús de Nazaret. Por eso la utilizamos cada vez que oramos. He realizado, con el mayor respeto y la mejor buena voluntad, una interpretación de ese rezo sagrado con la finalidad de no recitarlo de manera mecánica, sin pensarlo ni captar su verdadero sentido y contenido. Comparto estas reflexiones con quienes lean este escrito por si de ellas pudieran obtener algún provecho. Comencemos, pues, nuestras reflexiones:

Padre Nuestro, que estás en el cielo”. El cielo, como sabemos, es la esfera imaginaria que nos rodea, formada por la atmosfera terrestre que podemos ver a simple vista, unas veces de color azul, si está completamente despejado de nubes, otras veces de color gris oscuro si está cubierto por ellas o negra y con estrellas, si es de noche y no hay nubes. Pero ese no es el único habitáculo del Dios Padre al que invocamos en la oración. Debemos entender que la palabra “cielo” es una parábola que empleó Jesús para referirse a todo el cosmos, a la majestuosa inmensidad del universo del cual nuestro planeta es apenas un minúsculo granito de arena que gira alrededor de una estrella entre millones y millones de ellas. La presencia del Padre está en todo lo que es, en todo lo que, con su sola existencia, se opone y niega a la tenebrosa e inconcebible nada.

Continuemos: “Venga a nosotros Tu reino”. Cuando pronunciamos estas palabras no esperamos que caiga o baje del cielo, milagrosamente, un reino celestial de paz, armonía, felicidad y bienestar. Lo que debemos desear con esa invocación es Su ayuda para que podamos nosotros mismos, sustentados en la creencia y la fe, construir con nuestro propio esfuerzo ese Reino de Dios que queremos que sea realidad en la tierra. Dicho de otra forma, que podamos nosotros, confiando y creyendo en Dios Padre, construir ese reino de amor y paz por medio de nuestras acciones.

Hágase Tu voluntad así en la tierra como en el cielo”. En la tierra hay mucho mal, nadie lo duda. Pero sabemos de sobra que el mal, para que realmente lo sea, tiene que ser intencional. La naturaleza constantemente está causando daño a la humanidad y no por eso decimos que sea maligna. Dios Padre proveyó al hombre de conciencia y de libertad para escoger entre el bien y el mal. El único ser vivo conocido capaz de hacer daño sabiendo que lo hace, con las excepciones del caso por motivos de incapacidad mental, es el hombre. No podemos pensar que todo lo que ocurre en la tierra es por la voluntad del Padre. Pensar así tiene tres grandes defectos: 1) es un argumento para mitigar la culpa en nuestra conciencia: 2) nos induce a aceptar al mal, incluso cuando podríamos haberlo evitado y 3) nos aleja inevitablemente del Padre. Si creyéramos que situaciones tan perversas como, por ejemplo, el holocausto de los judíos perpetrado por los nazis en la Segunda Guerra Mundial, ocurren por la voluntad del Padre o porque Éste, pudiéndolo evitar, no lo hizo, tal pensamiento distorsionaría la imagen de Dios Padre en nuestra mente y en nuestro corazón y sin darnos cuenta, y aún sin quererlo, nos distanciaríamos de Él. Entendamos la frase “hágase tu voluntad” como la actitud de resignación y aceptación que debemos tener ante aquellas situaciones amargas y dolorosas que de ninguna manera podemos evitar. Como consuelo pensemos que de todo mal deriva, tarde o temprano, el bien.

El resto del Padre Nuestro no requiere mayores comentarios porque se trata de peticiones que hacemos al Padre, como “el pan nuestro de cada día dánoslo hoy”, “perdona nuestras ofensas” y “protégenos de todo mal”. Sin embargo, hay un ruego que merece algún comentario: “no nos dejes caer en la tentación”. Tener tentaciones es algo involuntario e ineludible porque forma parte de la naturaleza humana. Vencerlas es función del espíritu y de la conciencia. Lo que se le pide al Padre en la oración es que nos dé la fuerza suficiente para ello. No pensemos que la tentación cumplida de robar, matar o hacer daño es culpa del Padre porque no nos detuvo y nos dejó hacer. Ante cualquier tentación el Padre nos puede ayudar mucho a vencerla si creemos en Él y acatamos Sus mandamientos. Lo que no debemos pensar es que la frase comentada significa que sin nuestro esfuerzo el Padre impedirá que caigamos en la tentación. Ella está en nosotros por Su voluntad, para probarnos, para que ejercitemos nuestra conciencia y nuestra fe y de esa forma seamos capaces de ganar Su gracia.

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