“España, camisa blanca de mi esperanza, reseca historia que nos abrasa, con acercarse solo a mirarla. Paloma buscando cielos más estrellados, donde entendernos sin destrozarnos, donde sentarnos y conversar”. (“España, camisa blanca”, Víctor Manuel).
Venía yo esta tarde conduciendo camino a casa, en uno de los mejores momentos del día; uno de esos momentos que prometen hogar y cena, para calentarte el corazón y el cuerpo, ambas cosas imprescindibles tras la larga jornada, escuchando música en la radio del coche. He de confesar que, últimamente, tengo la música bastante abandonada en favor de la radio de noticias y debate, probablemente por deformación profesional.
No me importa reconocer, es más, me enorgullezco de ello, que en muchas materias soy un nostálgico. En la música, soy un nostálgico exacerbado, lo cual me impide, en muchas ocasiones, actualizarme en las nuevas tendencias. La verdad, es que ni ganas de hacerlo. Cuando hago incursiones en los nuevos estilos musicales, normalmente de la mano de mis hijos, comprendo por qué sigo escuchando la misma música desde hace treinta años.
Pues en estas venía yo escuchando, nada más y nada menos, que a Ana Belén, que al margen de otras consideraciones, es una artista exquisita sin lugar a dudas, interpretando en directo una canción de otro artista no menos magnífico, Víctor Manuel, por ende su marido. Insisto en que al margen de otras consideraciones que, a mí, cuando disfruto del arte, me suelen traer al pairo.
Esta canción, que a mí siempre me despierta intensos sentimientos, no era otra que “España camisa blanca”.
Cabría pensar que esta canción, compuesta por Víctor Manuel pero inspirada por unos versos de Blas de Otero, es poco menos que un himno de la izquierda española, tanto por su temática como por la clara tendencia política de su compositor y, en este caso, de su intérprete, que si bien como he dicho anteriormente son unos grandes artistas, han cometido el error de significarse políticamente en numerosas ocasiones, reivindicando un activismo que, en la práctica, no han visto nunca de cerca.
Muy al contrario, esta canción, como el autor de la poesía que la inspiró, es una dualidad. No en vano, Blas de Otero nació en una familia vasca aburguesada de empresarios, criándose con institutriz y comenzando su educación en los centros más prestigiosos del país. Sin embargo, a tenor del crack del jueves negro, su familia se arruinó, motivo por el cual se trasladaron a Madrid. Tras la prematura muerte de su padre, sin embargo, hubo de volver a Bilbao, prácticamente arruinado.
No fue esta la única paradoja en el devenir de Blas de Otero, que por circunstancias que no viene al caso exponer aquí, militó en los dos bandos en la guerra civil. Por tanto, la dualidad de la existencia de Blas de Otero se transmite en este caso a la interpretación que puede hacerse de este tema, según el color del cristal con que se mire.
Y es curioso, porque en estos tiempos convulsos que nos toca vivir, la letra de esta canción para mí torna a ser un alegato contra este gobierno, sectario y dictatorial, que nos está tocando sufrir.
“España, camisa blanca de mi esperanza, la negra pena nos atenaza, la pena deja plomo en las alas. Quisiera poner el hombro y pongo palabras, que casi siempre acaban en nada, cuando se enfrentan al ancho mar”. (“España, camisa blanca”, Víctor Manuel).
Este gobierno de la polarización y la crispación, heredero directo de Rodríguez Zapatero, ha basado toda su estrategia política en reabrir las heridas que ya estaban cerradas; en recordarnos a todos que hubo dos bandos y que estamos condenados a ser enemigos, dentro de nuestra propia casa. Conviene no olvidar que ya en 2008, tras una entrevista que Iñaki Gabilondo realizó a José Luis Rodríguez Zapatero, este le confesó, cuando se suponía que los micros estaban ya cerrados, que al PSOE “le convenía que hubiera tensión”. Esto, sin duda, ha sido extrapolable a esta legislatura de Pedro Sánchez.
“España, camisa blanca de mi esperanza, a veces madre y siempre madrastra. Navaja, barro, clavel, espada. Nos haces siempre a tu imagen y semejanza, lo bueno y malo que hay en tu estampa, de peregrina a ningún lugar”. (“España, camisa blanca”, Víctor Manuel).
Nunca, en nuestra reciente pero ya longeva democracia, habíamos sufrido una pérdida de libertades semejante. Hoy somos esclavos de la peor de las censuras; la autocensura, que obliga a cientos de intelectuales, creadores y comunicadores a medir sus palabras para no ser tildados de reaccionarios o de fascistas, cuando la realidad es que para esta caterva de ignorantes que tienen las libertades por bandera, si no eres de los suyos eres el enemigo. La dictadura social a la que nos tienen sometidos es la peor de las dictaduras, la que se disfraza de democracia. La que te corta las alas y te las llena de plomo en el peor de los planos, el intelectual; el del pensamiento y la opinión libre.
“España, camisa blanca de mi esperanza, de fuera o dentro, dulce o amarga. De olor a incienso, de cal y caña. Quien puso el desasosiego en nuestras entrañas, nos hizo libres pero sin alas. Nos dejó el hambre y se llevó el pan”. (“España, camisa blanca”, Víctor Manuel).
No obstante, quiero creer que existe esperanza. Que con el debido empeño y la responsabilidad exigible debemos salvar a esta nación, España, que ha de volver a tener la vocación de libertad, de apertura, de oportunidad, que últimamente le han robado. Un destino universal, un país, una nación.
En nuestras manos está.
“España, camisa blanca de mi esperanza, aquí me tienes, nadie me manda. Quererte tanto, me cuesta nada. Nos haces siempre a tu imagen y semejanza, lo bueno y malo que hay en tu estampa, de peregrina a ningún lugar”. (“España, camisa blanca”, Víctor Manuel).
Así sea.
@elvillano1970
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