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Bill Richardson, un Nobel de la Paz

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Bill Richardson

Foto Getty Images

Cuando Alfred Nobel escribió su testamento, dejó una descripción sobre quién debía recibir los premios que llevan su nombre. En sus propias palabras, el Nobel de la Paz debe ser para «una persona que haya hecho un gran trabajo a favor de la fraternidad entre países, la abolición o la reducción de los ejércitos y para promover las negociaciones de paz».

Ese es el caso de un exgobernador de Nuevo México, a quien suelo visitar, que escribió el prólogo de uno de mis libros y que siempre me impresiona por su humildad: Bill Richardson.

Es un hombre con un sentido del humor muy negro. Suele bromear sobre todo y parece nunca disgustarse por nada. Siempre atiende el teléfono con cordialidad y nunca parece tener prisa.

Bill Richardson fue candidato presidencial, gobernador, secretario de Energía, embajador de la ONU y congresista, y ahora pasa gran parte de su tiempo como diplomático privado trabajando en la crisis que enfrentan cada vez más familias estadounidenses, encontrando formas de liberar a sus seres queridos injustamente detenidos en el extranjero por gobiernos ideológicamente hostiles a Occidente y los Estados Unidos.

Él tiene una habilidad para ponerse en los zapatos del otro, para aceptar el pensamiento distinto y guardar silencio ante las hostilidades y buscar los puntos concordantes. Siempre está buscando un punto medio.

La última vez que lo visité a principios de año en Nuevo México, ya en la puerta me preguntó: «¿Qué opinas que deberíamos hacer con los rusos, Leocenis?». La pregunta me dejó perplejo, pero aún más perplejo me dejó que asintiera a mi respuesta: «Darles una salida, siempre hay que darles una salida a los enemigos».

Aunque soy evidentemente antirruso y considero a los rusos enemigos de los valores de Occidente, mi respuesta iba en la dirección de lo que siempre considero necesario para avanzar: buscar un punto medio.

Richardson es un campeón de la paz porque es un campeón de la negociación. Su reputación como «subsecretario de matones», lejos de tomarlo como una agresión, habla de su extraordinaria habilidad para negociar con los déspotas.

El presidente Bill Clinton lo amaba, lo admiraba y le puso ese apodo de «subsecretario de matones». Varias veces, Richardson lo llamó desde el extranjero para comunicarle que llevaba a casa estadounidenses que estaban en manos de sanguinarios como Saddam Hussein.

A los 75 años, Richardson es uno de los actores privados de Estados Unidos de más alto perfil trabajando para liberar a prisioneros y rehenes estadounidenses en lugares remotos.

Ha negociado acuerdos en el pasado con Fidel Castro, Saddam e incluso Hugo Chávez. Hoy trabaja en situaciones de rehenes en Rusia e Irán, China y Afganistán. Está trabajando arduamente por Paul Whelan, el ex marine que aún se encuentra detenido en Rusia, así como por un estadounidense encarcelado durante mucho tiempo en Irán y un hombre encarcelado en Venezuela, cuyo gobernador del estado natal había pedido ayuda a Richardson.

En los últimos 15 meses, 19 familias se han reunido con sus seres queridos gracias a Bill Richardson. En diciembre, la estrella de baloncesto de la WNBA, Brittney Griner, salió libre de una prisión rusa a cambio del traficante de armas ruso convicto Viktor Bout. Si bien solo el presidente puede aprobar intercambios de tan alto perfil, puedo asegurar y sé de lo que hablo, que la arquitectura de ese intercambio la hizo Richardson. Lo vi preocupado por meses, dedicado a tiempo completo a ese caso.

Bill Richardson, este hombre, su causa y su gente, merecen el Premio Nobel de la Paz. Y es hora de levantar un movimiento que promueva su nominación a él.

El antiguo gobernador de Nuevo México se ha convertido en un altavoz de la esperanza. Reclama solidaridad ante todos los Parlamentos. Ante las Naciones Unidas, apela a la solidaridad con seres humanos convertidos en rehenes. A cada uno, le toca su fibra sensible. La fibra común del fuste torcido de la humanidad. Para enderezarlo.

El Nobel de la Paz no necesariamente lo merece quien menos mata, también lo merece quien mata a los malos. Y lo que hace Richardson es matar a los malos en cada negociación, porque quitarles un rehén es una forma de matarlos. De hacerlos débiles.

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