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La predisposición autoritaria

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Si algún acontecimiento asombró a los venezolanos que creen en la libertad y en la democracia como el mejor sistema de gobierno conocido fue el triunfo de Gustavo Petro en las recientes elecciones colombianas. Este sentimiento de extrañeza tenía fuertes raíces, la más obvia era la presencia de más de 2 millones de venezolanos, el pedazo más grande de nuestra diáspora, refugiados en ese país. Migrantes cuyos motivos para huir estaban claros, ampliamente conocidos por quienes los recibían, imposible ignorar las causas. La gente escapaba para sobrevivir, similar a los cubanos que huían del furor de Fidel en los momentos de las grandes ejecuciones en Cuba. No los empujaban causas naturales o religiosas, la gente llegaba por distintos medios, caminando, cubriendo a pie pedazos del territorio en búsqueda desesperada de alguna esperanza que les permitirá seguir adelante y proteger sus familias.

En las elecciones colombianas el país se dividió tajantemente en 2 porciones casi iguales: Gustavo Petro, el líder del Pacto Histórico, obtuvo 50,44% de los votos con 100% de las mesas escrutadas. Rodolfo Hernández se quedó con el 47,3%.

Muchos argumentos se han debatido al respecto, entre ellos la debilidad de la candidatura de Hernández frente a la persistencia de Petro y su aparente mayor preparación para el discutido cargo. Sin embargo, quedan muchas dudas, si Colombia estaba prácticamente invadida por los venezolanos que desertaban huyendo de una fórmula de gobierno muy cercana a la de Petro, aunque su comportamiento electoral parecía omitir, desconocer este poderoso argumento a la hora de elegir. Los colombianos de los sectores populares convivían con los náufragos venezolanos, conocían sus relatos, sus pérdidas de esperanzas y sin embargo decidieron ignorar esa poderosa circunstancia, como si no hubiese aparecido en sus vidas. Algunos politólogos explican que esa conducta de los votantes colombianos se debe no a una existencia de una mentalidad estrecha sino simplemente a una tendencia a simplificar a huir de lo complejo. Evidentemente era difícil entender que Venezuela, el otrora hermano país de Colombia, petrolero, con autos de lujo y recursos aparentemente inagotables estuviese expulsando millones de ciudadanos que recalaban desesperados en las fronteras colombianas. Era más sencillo creer que la diáspora ocurría porque la gente no estaba acostumbrada a grandes esfuerzos y el chavismo los exigía, o quizás porque en lugar de inventar fórmulas para salvarse era más fácil caminar en búsqueda de una solución rápida  que estaba allí en el país vecino. Se buscaron respuestas simples y se obviaron las explicaciones complejas. Se dejó de lado ahondar en los resultados de las expropiaciones, en la guerra contra los empresarios, la negación de la libertad económica, la clausura de los medios de comunicación y todo el montón de efectos generados por el chavismo que lograron arruinar la economía venezolana y con ello destruir los salarios, el empleo y las oportunidades de prosperar de los venezolanos.

La predisposición autoritaria, según este punto de vista, se alimentó de algunas ideas simples, “Chávez ha intentado vengar a los pobres, ha hecho justicia con los explotadores de los trabajadores”, razones que paradójicamente chocaban con la llegada de los millones de trabajadores venezolanos arrojados por la miseria y la ausencia de oportunidades generados por el régimen socialista de Hugo Chávez.

Con base en estas ideas simplificadas, alimentadas por una hábil campaña publicitaria y por la vaciedad y debilidad del candidato opositor, los colombianos dieron el gran salto al abismo que significó colocar a Gustavo Petro y su compañera para la vicepresidenta Francia Márquez en los puestos de comando del país.

Como era de esperar y con la pasmosa velocidad del rayo, Petro se comienza a rasgar las vestiduras, según los diputados españoles se dedica a la legalización de las drogas, deslegitimar las fuerzas armadas y la policía, otorgar impunidad a grupos terroristas,  en una supuesta representación de los grupos de Puebla y de Sao Paulo, enemigos declarados de la consolidación de la democracia en Latinoamérica.

Esta circunstancia de la elección de Petro por ciudadanos que convivían con una diáspora venezolana creada por un régimen afín al escogido por los colombianos tiene que servir como un poderoso argumento para que los venezolanos intenten comprender las causas de su situación y actúen en consonancia con las mejores propuestas posibles.

En Venezuela se destruyó la industria petrolera que hoy carece increíblemente de ganancias operativas y recibe subsidios del Banco Central, se ha deteriorado a un nivel técnico operativo tal que muchos expertos aluden a la imposibilidad de salvar a un moribundo. Petro ha enfilado contra Ecopetrol e intenta debilitarla sin tener ninguna fórmula económica sustituible a la mano. Chávez expulsó a 18.000 expertos petroleros de la industria y la colocó en manos de sus camaradas copartidarios que destruyeron y saquearon esta poderosa industria que había sido calificada como la cuarta empresa petrolera del mundo. Hoy se reconoce un desfalco en los últimos años superior a los 21 mm de dólares. Es el camino que ha comenzado a transitar Petro y que desencadenará procesos de empobrecimiento y ruina de todo el aparato económico colombiano. Su tarea fundamental, al igual que Chávez es sembrar la creencia de que él puede encarnar un supuesto liderazgo representativo de toda Latinoamérica y por ello la fuerza de su agenda de visitas a países requiriendo reconocimiento y apoyo político.

Es posible que en Colombia permanecieran reclamos y decepciones de amplios sectores de la población por la imposibilidad de lograr una verdadera paz y una mejora notable de condiciones de vida para los sectores más humildes, pero no es excusa para obviar u olvidar que en el momento de  decidir electoralmente se optase por la opción cercana-hermana a aquella que había causado la ruina del país vecino y cuyos efectos estaban totalmente presentes en la sociedad colombiana con la aparición de una diáspora inmensa y sin fin  en desesperada búsqueda de soluciones.

Recientemente, Petro ha negado el equilibrio de poderes y reafirma que su poder es total: “Soy el jefe del Estado y por tanto el fiscal es mi subordinado”. Nada a extrañar, es un simple y claro reconocimiento de que su carácter autoritario está presente y forma parte de su visión como gobernante, totalmente alejada de la guía democrática que sostiene la independencia de los poderes, el equilibrio entre el Poder Legislativo, Ejecutivo y Judicial como fundamento de la democracia y esquema protector de los derechos ciudadanos. En su momento, Chávez enfrentó al Tribunal Supremo de Justicia y se atrevió a cuestionar una opinión independiente de esa institución, con un «contraataque revolucionario» de su gobierno y del pueblo contra el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), que había exculpado a cuatro altos oficiales del Ejército implicados en el golpe de Estado del pasado 11 de abril.

«No nos vamos a quedar con esa decisión del TSJ, ahora lo que viene es un contraataque del pueblo y de las instituciones verdaderas, contraataque revolucionario», exclamó Chávez en un acto en el populoso barrio de El Valle, en el noroeste de Caracas. Arremetió contra los 11 magistrados del TSJ que desestimaron emprender un juicio por «rebelión militar» a los altos oficiales y descargó sobre la Asamblea Nacional (AN) la responsabilidad de una posible destitución de sus cargos.

«Esos 11 magistrados no tienen moral para tomar ningún otro tipo de decisión, son unos inmorales y deberían publicar un libro con sus rostros para que el pueblo los conozca. Pusieron la plasta», aseguró el presidente.

La posible predisposición autoritaria que pudiese existir en los ciudadanos probablemente se alimente en los primeros tiempos del gobierno de Petro en algunas ideas sencillas: “Su interés son los pobres, él quiere salvarnos de la miseria, él va a castigar a los poderosos”, ideas que paulatinamente se devolverán contra el propio pueblo como sucedió en Venezuela.

Afortunadamente en Venezuela tendremos la oportunidad en las elecciones primarias de desmentir esta predisposición autoritaria y reafirmar la búsqueda de una solución democrática como norte de la gran mayoría de ciudadanos.

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