Cuando hace unas semanas me encontré con este lema, expuesto en una enorme lona que, a modo de pantalla, cubría la fachada del PSOE, en la calle Ferraz, quedé muy sorprendido. Más aún porque en otro escrito, al lado del anterior, se leía «Somos el gobierno de la gente». No sé quién habrá sido el ideólogo, político, politólogo, publicista, propagandista, o todo a la vez, autor de tan genial mensaje, asociando de alguna forma, «pensar», con «la gente». Ahora lo he vuelto a ver en el frontal de un atril, detrás del cual Pedro Sánchez arenga a sus seguidores, en un mitin de cara a las próximas elecciones del 28 de este mes. ¿Audacia, desprecio a los hipotéticos votantes o simplemente un enésimo trampantojo de la inacabable serie de señuelos de este tipo de campañas? Tal vez un poco de todo.
En principio suena algo extraña esta invocación, pues pensar es el trabajo más difícil que existe, escribió, con no poca razón, Henry Ford. Y María Zambrano advertía que, pensar por pensar, no está bien visto en España. ¿Cómo se conjuga entonces la exigencia de este ejercicio amateur, poco aconsejable, con la captación de votantes en unos comicios? Además, hay un sentido pragmático, más o menos explícito, y a la vez un riesgo para uno mismo y para los otros, en lo concerniente al pensamiento. Pensar sin aprender es inútil, aprender sin pensar es peligroso, habría dicho Confucio. Algo semejante afirmaba Cajal, desde su perspectiva de investigador: «observar sin pensar es tan peligroso como pensar sin observar». ¿En qué parte de este tipo de asertos se ubica el sujeto llamado a defender en las urnas lo que piensa?
Un partido político no es una entidad destinada precisamente a formar pensadores, sino fieles seguidores del pensamiento impuesto. Se trata de una máquina dedicada a fabricar pasión colectiva. Una organización construida para ejercer presión, sobre el pensamiento de los seres humanos, que son sus miembros y transmitirles eso que se les llama a defender: un producto ideológico deteriorado («pensado» por otros). Un pensamiento convertido necesariamente en un mensaje simplista. En esta situación, no se hace, en realidad, una llamada a la defensa de lo que tú piensas, no es el pensamiento propio, sí acaso el mensaje vacío de ti mismo, que permite su instrumentación, más fácilmente, para lograr el poder.
Esta lógica perversa podría hacer comprensible el desencanto que encierran los versos del poeta asturiano Agustín González en «Su discurso a los jóvenes»: Si alguno de vosotros/pensase/yo le diría/no pienses. /Pero no es necesario/seguid así hijos míos/y os prometo/paz y patria feliz/orden/silencio/. Si bien se mira vendría a ser lo mismo pensar que no pensar, con la ventaja de ahorrarse el esfuerzo en este último caso. Sólo así se entendería el riesgo, cualitativo y cuantitativo, de llamar a los ciudadanos a la defensa de su pensamiento. Sin detenerse a considerar que, si la gente pensará, la partitocracia estaría, cuando menos, en grave peligro. La degradación política y la cultural van así de la mano y, a estas alturas, ambas parecen igualmente irremediables.
Lo que piensas, como pensamiento uniforme, rentable en su manifestación, convertida en voto, debería aceptar la verdad, como algo posible y único, renunciando a la skepis, base del escepticismo y del relativismo dominante. Pero, defender lo que piensas, en este caso, corresponde a un esfuerzo por transmitir y/o imponer a otros, unas ideas conformadas en el seno de un partido político, que en puridad se representa así mismo. Algo bastante alejado a lo que Unamuno entendía como el verdadero sentido del pensamiento; la meditación, incluso sobre lo pensado, en un proceso reflexivo enriquecedor. A lo sumo, podría defenderse de esta forma apenas una emoción. Tampoco importa que lo que piensas pueda ser bueno o malo, positivo o negativo; en ningún caso equivalente en sí a la búsqueda del bien común. Menos aún, si en coherencia, actúas consecuentemente con lo que piensas. La meta es lograr el poder para unos pocos, y mantenerlo durante el mayor tiempo posible.
Lo que resulta aún más «curioso», a mi parecer, es asociar, de algún modo, la defensa de «lo que piensas», o de lo que supuestamente piensas, con el gobierno de la gente. Decía George Santayana, filósofo importante sin duda, que la gente no es capaz de pensar. Admitamos que algo de eso podemos apreciar fácilmente cada día. Machado (Antonio) hacía un cálculo aritmético, a este respecto, probablemente optimista, cuando aseguraba que, «de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa». Si así fuera, con el eslogan socialista para estas elecciones, se estaría prescindiendo del 90 por 100 de los votantes potenciales. Y, en buena medida, del 10 por 100 de la parte restante, pues solo aquellos de pensamiento coincidente con el del partido serían electoralmente útiles.
Artículo publicado en el diario La Razón de España
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